Boca y River, los dos equipos más convocantes del país, y Talleres, el representante del interior con mejor pie futbolístico en el último torneo local, se instalaron en ese orden en el umbral de acceso al título del Apertura con sus virtudes y sus miserias a cuestas, buscando el último campeonato del siglo. La superioridad manifiesta que Boca y River observaron en las últimas temporadas por encima de los otros 18 participantes de los torneos Apertura y Clausura, también se manifestaron en el actual torneo, aunque en el tramo final pudo terciar Talleres con el estilo de juego que lo viene distinguiendo, bajón más, bajón menos, desde la época en que lo dirigiera Angel Labruna. Ahora, bajo la conducción de un hijo dilecto del inolvidable Angelito como lo es el Negro Juan José López, los cordobeses se pusieron a tiro de campeonato tal como ocurriera con aquel Nacional de 1977 que se les escapó de las manos en enero de 1978 con Independiente. No tan cerca como entonces, ya que dependen de resultados ajenos y aquella vez la definición fue mano a mano, como locales y con ventaja por haber empatado como visitantes en el partido de ida, los de la T igual tienen derecho a soñar. Claro que para concretar esa ilusión deberán aguardar que el domingo (los tres equipos con chances de acceder al título jugarán simultáneamente) Estudiantes le gane en la Bombonera a Boca (está puntero con 38 puntos), que River (segundo con 37) no venza como visitante a Lanús y que ellos, que están terceros con 36 unidades, puedan superar a Newell's en el parque Independencia. La otra alternativa para coronar por primera vez a Talleres podría llegar de la mano de un desempate (ya no puede haber triple empate), que únicamente podría producirse ante Boca. Para ello los xeneizes tendrían que empatar con los platenses, no ganar River y obviamente vencer los de Córdoba, que para cualquier opción no tienen otra alternativa que ganar. El otro desempate posible sería entre Boca y River, si efectivamente los de la ribera pierden, los de Núñez empatan con Lanús y Talleres no le gana a los rojinegros. Para que River sea campeón directamente tendría que vencer a los dirigidos por Héctor Veira y esperar que Boca no haga lo propio con los de Néstor Craviotto. La resolución más sencilla de este final de campeonato la tiene obviamente Boca, ya que ganando dejará de lado cualquier otra especulación numérica y se consagrará como el último campeón del siglo en el fútbol argentino. En cuanto a los posibles desempates, estos se dilucidarán en un solo partido a jugarse en cancha neutral. Si la definición es entre Boca y River, el escenario elegido sería el estadio de Vélez, y si en cambio los de Carlos Bianchi deben enfrentarse con los cordobeses, otro estadio mundialista, en este caso el de Central, sería la sede del encuentro. Los tres equipos arrastraron sus miserias hasta fin de año, pero sus virtudes les alcanzaron para llegar con posibilidades de éxito a la última fecha. Boca mostraba un rendimiento sólido que lo llevó a ganar la Copa Intercontinental, pero ya antes de viajar a Tokio y traer en las valijas el argumento del cansancio para justificar sus últimas dos derrotas consecutivas había mostrado importantes fallas en el juego aéreo defensivo. River también padeció de serios inconvenientes en su última línea, casi una tradición de su más rancia estirpe de equipo ofensivo, y también tuvo problemas para ensamblar ofensivamente al envidiable cuarteto de fantásticos que conforman Javier Saviola, Pablo Aimar, Juan Pablo Angel y Ariel Ortega. Y Talleres, con el fútbol atildado que caracterizó su historia y a su técnico -aún a despecho de mantener al hábil volante izquierdo Diego Garay en el banco de suplentes más tiempo de lo que a sus hinchas les gustaría-, sufrió en demasía ese habitual bajón que experimentan los equipos del interior cuando salen de su terruño. A su favor quedaron los 10 triunfos logrados como local. Lo concreto es que por suma de aciertos y errores, los tres llegaron con chances a la última jornada de un campeonato local de pobre nivel futbolístico, que en el mejor de los casos tendrá un campeón coronado con 41 puntos, tres menos de la media normal que venían manteniendo los titulares de los campeonatos anteriores. Por eso la emotividad de la definición, aunque exista una sensación generalizada de que se sigue igualando hacia abajo. También por aquello de que ayer se celebraron más los reveses ajenos que los éxitos propios. Y por esto en lo que se ha convertido el fútbol argentino: un puñado de ilusiones que viven solamente en el corazón del hincha y se esfuman de un día para otro.
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