Sergio Roulier
El barrio Las Malvinas, o ex Refinería, abrió sus fronteras al río y a la ciudad. Está empezando a operar una serie de cambios cuyo resultado final es difícil prever. Ya hace tiempo dejó de lado su perfil industrial. De las cinco cerealeras que había, hoy sólo queda una y su destino está más cerca de los servicios. Los vecinos están contentos con la apertura de las nuevas avenidas y se muestran expectantes con la construcción del shopping Alto Rosario, que tirará abajo algo más que el histórico muro de calle Junín. El progreso traerá nuevas inversiones, aunque desconfían de cómo los afectará. Una muestra de los nuevos aires en Refinería es el comportamiento del mercado inmobiliario. Los valores de las propiedades están subiendo y creo que igualarán a los de Arroyito o Sarmiento, después de la depresión que tuvieron algunos años atrás, dijo Raúl Manarín, martillero de la zona. Hay nuevos vecinos en el barrio y demanda para comprar grandes inmuebles, por eso ya hay algunos que tienen el cartel de venta. Karina se mudó hace un mes y ya tiene una definición sobre su lugar de residencia: Está al alcance de todo. La zona está atravesada por calles muy transitadas que conectan el centro con el norte de la ciudad y en cuyas cortadas recién aparece el sonido de los barrios: mezcla de brisa y canto de pájaros. Para el resto de los rosarinos es un sitio de paso -siempre lo fue- y por eso su mayor problema urbano, superada la contaminación, es el denso tránsito vehicular. La gente no ha cambiado mucho. Ahora viven los hijos de los viejos portuarios, muchos obreros, algunos comerciantes y profesionales. También hay desocupados y marginados en asentamientos, detrás de las bodegas de avenida Caseros y en los terrenos del ferrocarril. Las edificaciones son más modernas a medida que se alejan del río, como una forma de demostrar que la historia de burdeles y mafiosos -que hubo a principios de siglo- estaba más cerca del puerto. La zona de la cortada Arenales tiene un encanto particular por sus veredas angostas, casas pequeñas y largos pasillos. Hoy ese sector es buscado para invertir en locales gastronómicos. Ya hay un bar que lleva el nombre (Pepito) de un marinero español que tenía un bar de tapas en la misma esquina, Vera Mujica y Arenales, y hoy es un atractivo para los jóvenes encantados por una historia que les permaneció oculta. Por esa cortada, del viejo barrio Chino sólo quedan algunas casas a medio demoler, entre la extensión de Francia y avenida de la Costa, y el silo de Genaro García está siendo desmantelado. A Toki, hijo de un estibador, no lo amedrentan los cambios y se siente confiado para afrontar el futuro con su taller de chapería y una venta de bebidas. La idea del shopping, los edificios y los cines, les quita el sueño a los malvinenses. Dicen que los pequeños comercios tendrán que cerrar, que se venderán más caro sus propiedades, que habrá más empleo, entre otros efectos. La ciudad tiene deudas pendientes con la zona. Que se vaya la última cerealera, piden los de la agrupación ambiental Grito de Malvinas. Otros se acuerdan del club de Refinería, sobre Monteagudo, abandonado con una pileta olímpica y sus instalaciones en desuso. Sólo un grupo de veteranos despunta el vicio del vermú de la tardecita. Pero por lo menos tienen expectativas. Antes se decía que mirábamos a un paredón y ahora podremos decir, si todo marcha bien, que miraremos una esperanza, apuntó Darío, docente de una escuela técnica que tiene sus talleres en los galpones ferroviarios. Sin embargo, el ritmo del barrio no difiere demasiado al de otros. La gente de Refinería quizás lleva la marca de combativa porque se sacó de encima las cerealeras, y también de memoriosa por el recuerdo de la gesta de Malvinas o el parque en honor a las víctimas del atentado a la Amia.
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