Entre los policías rosarinos de la década del 30, José Martínez Bayo adquirió un renombre particular. En términos de delincuencia, la época estuvo signada por tres grandes fenómenos: la desarticulación del negocio de la prostitución, el combate contra los grupos mafiosos y la encarnizada persecución de los militantes anarquistas. Pese a que al respecto las principales responsabilidades estuvieron en manos de otros jefes, la posteridad concentró todos los méritos en la figura de Martínez Bayo.
Esa celebridad puede explicarse por el hecho de que en los años 30 era común encontrar el nombre de Martínez Bayo en los diarios, a propósito de procedimientos policiales. Sin embargo, su primera aparición en la prensa tuvo que ver con un homicidio por completo ajeno a cuestiones de seguridad.
Ocurrió el 5 de octubre de 1926, cuando era un simple celador de la cárcel de Rosario. Una hermana de Martínez Bayo había sido abandonada por su esposo, con la mayor deshonra posible en la época: el marido prefería el amor de otra mujer.
Martínez Bayo se propuso vengar a su hermana: buscó al cuñado, Carlos Fidel de Paz, de 34 años, y lo mató a balazos. En circunstancias normales, un acto semejante hubiera bastado para poner fin a una carrera policial. En el caso del futuro enemigo de la mafia, sin embargo, parece haberla consolidado.
La prensa de la época se mostró comprensiva con el crimen de Martínez Bayo: en definitiva se trataba de una cuestión de honor. Y el abogado del policía tenía peso considerable en el medio social rosarino: era Enzo Bordabehere, el dirigente del Partido Demócrata Progresista que sería asesinado en 1935 en el Senado de la Nación.
Esa relación fue quizás determinante del futuro de Martínez Bayo. En 1932, cuando el Partido Demócrata Progresista ganó elecciones en Rosario y se reorganizó la policía de la ciudad, pasó a ocupar la jefatura de la sección Seguridad Personal. Poco después, como comisario inspector, fue adscripto a la Comisaría de Ordenes, que en la época equivalía virtualmente a la subjefatura de policía.
El odio a la mafia
La jefatura de policía estaba entonces a cargo de Eduardo Paganini, cuñado de Lisandro de la Torre. En la práctica, sin embargo, el que dirigía a la policía era Félix de la Fuente, jefe de la División de Investigaciones, que ocupó ese puesto entre 1917 y 1936.
De la Fuente había sido denunciado en 1931 por apañar el juego clandestino y tenía vínculos con conocidos mafiosos de la época, como José La Torre (el diario Crítica decía que eran compadres) y Juan Avena, Senza Pavura, quien fue cubierto por la policía de la época en al menos dos crímenes: el de Lorenzo Vilches, obrero ferroviario que se atrevió a denunciar al mafioso (1928), y el del procurador Domingo Romano (1930).
Martínez Bayo se hizo célebre en otros campos. Según recuerda el periodista Raúl Gardelli, que lo conoció, se decía que había sido un terrible perseguidor de la mafia y que llegó a actos de crueldad como hacerle cavar pozos a las personas a las que interrogaba, amenazándolas con hacerlas enterrar si no declaraba los iba a enterrar.
Por otra parte, llevaba una pistola que, según contaba él, se la había regalado el presidente Agustín Justo, como premio por su lucha contra la mafia. En este sentido, se comentaba su intervención en el caso Ayerza y en el caso Martin.El secuestro de Abel Ayerza, un joven aristócrata porteño, ocurrió en octubre de 1932, en zona rural de Marcos Juárez. La familia pagó el rescate, pero los mafiosos resolvieron asesinar a la víctima, cuyo cuerpo fue hallado cerca de Chañar Ladeado en febrero de 1933. En enero de este año, en Rosario, otro grupo mafioso secuestró y obtuvo cien mil pesos de rescate por Marcelo Martin, hijo del propietario de la Yerbatera Martin.
Esos dos episodios, y la conmoción que provocaron, incidieron decisivamente en la desarticulación de las organizaciones mafiosas. Pese a lo que se creyó más tarde, la policía de Rosario -y por ende Martínez Bayo- tuvo poco y nada que ver con esa campaña, que fue conducida por la División de Investigaciones de Buenos Aires. Por el contrario, al calor de la indignación causada por la ola de secuestros, se denunciaron entonces complicidades y sospechosas negligencias que habían dejado impunes casos anteriores.
Necesitada de hechos que la reivindicaran, la policía local se lanzó durante 1933 a una serie de procedimientos espectaculares: la persecución de los secuestradores de Marcelo Martín, que eran allegados de Juan Galiffi, alias Chicho Grande, la desarticulación de un grupo de anarquistas expropiadores, en una casa de barrio Arroyito, y la captura de Bruno Debella, más conocido como Faccia Bruta, y su banda.
Un precursor de la mano dura
Martínez Bayo estuvo entonces en primera fila. La mano dura de esa policía brava quedó impresa en episodios oscuros: el asesinato del anarquista Agostino Cremonesi, que según el periodista Osvaldo Bayer fue obra de De la Fuente, la ejecución de Pedro Espelocín, por parte del empleado José Fiocca, y la muerte del chofer José González, por la cual se acusó a cuatro empleados de Investigaciones.
Si sus compañeros lograron ser absueltos por la Justicia, Martínez Bayo no tuvo la misma suerte: el 17 de septiembre de 1934 se informó que había sido suspendido en sus funciones, después de ordenar un insólito operativo de represión tras un partido entre Newell's y Central.
El partido había terminado sin que se produjeran incidentes en el campo de juego ni en las tribunas -señaló un editorial de este diario, bajo el título «Procedimiento policial excesivo»-. Algunos naranjazos y pedradas arrojadas al interior del field desde una de las tribunas populares (motivaron) de inmediato el ataque al público por la fuerza armada.
El origen del incidente era un hecho menor: un grupo de hinchas de Newell's quiso entrar a la cancha para festejar el triunfo que el equipo terminaba de obtener. Martínez Bayo estaba a cargo del operativo de seguridad; al parecer, se descontroló cuando pudo escuchar que parte del público lo insultaba.
El comisario de órdenes ordenó dispersar a la multitud con gases lacrimógenos y la carga de la Guardia de Caballería. A partir de ese momento se multiplicaron las escenas de pánico: Mujeres y hombres huían tratando de cubrir los rostros de sus hijos para que fueran víctimas de los efectos de los gases, señalaba el editorialista de este diario, que además destacaba la necesidad de investigar quién impartió la orden de cargar contra el público sin miramiento alguno.
Al abandonar la policía, a fines de los años 30, Martínez Bayo ingresó como jefe de vigilancia a La Capital. Al mismo tiempo se desempeñó como jefe de custodia del Jockey Club. Eran trabajos sin mayores sobresaltos, y el ex jefe de la Comisaría de Ordenes se entretenía con el recuerdo de las épocas pasadas.
En sus últimos años, Martínez Bayo organizó el cuerpo de vigilancia de Acíndar, del cual fue jefe, y finalmente fue adscripto al departamento de relaciones públicas de esa empresa. Falleció en Rosario el 29 de junio de 1968, a los 68 años.