Una de las más arduas cuestiones que impiden la acción coherente del gobierno es el alto grado de debate interno entre sus miembros.
No hay medida que intenten adoptar que no sea cuestionada o impedida por otros funcionarios del mismo gobierno y así se convierten en sus peores enemigos.
Después de transcurrida la cuarta parte del mandato político, todavía no se han puesto de acuerdo sobre cuál es el modelo económico que pretenden implantar. Aún no han decidido si apoyan el modelo individualista del capitalismo yanqui, la economía social de mercado de los alemanes, el capitalismo feudal japonés con predominio de los zaibatsu o conglomerados de empresas, el socialismo nostálgico de los franceses, la socialdemocracia sueca, el modelo dictatorial del estado chino o la tercera vía del laborismo británico.
Por eso no pueden elaborar un plan económico coherente que genere la confianza interna y mucho menos reducir el gasto público, condición indispensable para pensar en la reactivación económica. Ningún alto funcionario tiene en claro los fines que el gobierno pretende alcanzar y como ello depende de la visión filosófica que cada uno tenga al no existir una decisión clara y firme, todo está sometido a revisión y crítica.
Divergen ampliamente acerca de la solidaridad y la subsidiariedad y contraponen enfoques de utopías políticas al realismo económico. Pretenden tener algo de todos ellos pero no consiguen nada de ninguno. Sin embargo no se dan cuenta de que la confusión del gobierno es la causa del desorden en la sociedad.
La reciente declaración pública de Rodolfo Terragno, quien fuera jefe de gabinete, es sumamente expresiva: Los problemas del gobierno derivan de que no tenemos ningún plan ni ideas estratégicas de mediano y largo plazo. Hacemos navegación a vela y vamos para donde manda el viento, estamos sin rumbo y a la deriva.
El dilema previsional
Ejemplo claro de incoherencia es la posición acerca del régimen jubilatorio. Hace unos meses el ex secretario Melchor Posse entregó a De la Rúa un proyecto para volver al sistema de reparto con el objetivo de utilizar los aportes que hoy van a parar a cuentas individuales de afiliados.
Ahora, presionados, nadie sabe por quién, el poder ejecutivo cambió de rumbo y presentó otro proyecto distinto: se elimina el sistema estatal de reparto para los nuevos trabajadores, se amplía a 65 años la edad jubilatoria de las mujeres, se anula la prestación básica universal que aseguraba a todos los jubilados una suma mensual fija de 200 pesos, se establece un haber mínimo garantizado de 300 pesos mensuales para los que se retiren después de los 65 años, prometen una prestación de 100 pesos para los mayores de 75 años sin beneficios jubilatorios, las Afjp sólo podrán cobrar comisiones variables y aquellos indecisos del régimen de reparto que no decidan ingresar a ninguna Afjp serán asignados a la que cobre menos comisiones.
Es decir que el poder ejecutivo nacional ha decidido unificar la jubilación en el régimen de capitalización administrado por las Afjp. Sin embargo, los propios legisladores de la alianza gobernante han presentado otro proyecto totalmente contrario.
Se oponen decididamente a la eliminación de la jubilación estatal, rechazan la propuesta de que los indecisos pasen automáticamente a las Afjp, descartan de plano la eliminación de la prestación básica universal, mantienen en 60 años la edad jubilatoria de las mujeres, rechazan el aumento de edad pretendido por su gobierno, se oponen al fondo solidario para pagar un beneficio universal de 100 pesos a los mayores de 75 años y quieren que el Estado, por medio de la Ansés intervenga en la administración de los beneficios previsionales gestionados por las Afjp.
Como se ve, es imposible de hacer compatible el blanco con el negro, el agua con el aceite y el frío con el calor. Hasta que no resuelvan estas contradicciones no tendremos planes confiables ni ideas estratégicas que consigan entusiasmarnos.
Suiza, un país en serio
Esta incoherencia en la gestión contrasta con el enfoque que a los mismos temas se dan en un país tan serio como Suiza. Esta pequeña nación, tiene su origen legendario en la negativa del célebre ballestero Guillermo Tell de someterse a los Habsburgos por lo cual fue condenado a atravesar con una flecha la manzana colocada en la cabeza de su hijo. En 1291 los tres cantones forestales firmaron un pacto a perpetuidad y nació la Confederación Helvética. Densamente poblada y con un territorio de bosques y montañas, hablan en cuatro idiomas distintos: alemán, francés, italiano y romanche. La mitad de sus habitantes son católicos y el resto calvinistas y luteranos.
Siempre mantuvieron la neutralidad y defendieron celosamente su independencia. Ningún país del mundo se animó a invadirlos porque todos los suizos son soldados y atrincherados en el reducto alpino resultan prácticamente imbatibles.
Suiza no pertenece a las Naciones Unidas, no necesita ayuda del FMI y por el contrario es fuente de financiamiento para todo el mundo, no pertenece a la Unión Europea y tampoco adhirió a la moneda única de Europa. Tienen un sistema similar al nuestro porque los ciudadanos pueden proponer iniciativas populares decididas en referéndum y convertidas en leyes federales.
No por nada, Suiza es el país con el mayor nivel de ingresos per capita del mundo junto con Japón. Los suizos nunca se cansan de recordar que son un pueblo rico con un Estado pobre y quien pretenda pedir favores al gobierno helvético, como solicitarle una simple escarapela, algunos afiches con fotografías de los paisajes alpinos o banderines con los atractivos escudos de los 23 cantones suizos, tendrá que pagarlos porque el gobierno no tiene dinero para regalar nada a nadie.
Durante el pasado mes de noviembre sometieron a votación federal dos iniciativas populares que podrían convertirse en leyes. Las iniciativas contra el aumento de la edad jubilatoria para las mujeres y el proyecto de una edad de jubilación flexible a partir de los 62 años se presentaron a votación popular. Ambas fueron rechazadas por ser demasiado costosas. En la actualidad, las mujeres suizas se jubilaban a los 60 años y el gobierno se propuso aumentar la edad jubilatoria.
Por su parte, el grupo político de los verdes pretendió introducir la idea de edad flexible a los 62 años para hombres y mujeres, lo cual significaba que tendrían derecho a una renta completa a partir de esa edad, pero con la condición de que no trabajen ni una sola hora remunerada. El gran argumento era que la flexibilización liberaría puestos de trabajo que podrían ser ocupados por jóvenes de tal modo que contribuirían a reducir el costo soportado por las cajas de desempleo.
Sin embargo, ninguno de tales argumentos alcanzaron a satisfacer la proverbial prudencia de los suizos porque la edad de sobrevida crece continuamente y la población envejece con rapidez. La flexibilización propuesta y la negativa a aumentar la edad jubilatoria para las mujeres hubiese significado una carga tan importante que el sistema jubilatorio se habría puesto en riesgo de insolvencia.
En otro referéndum se pretendió anular un decreto del 24 de marzo del 2000 que derogaba el estatuto de los empleados públicos. Las firmas para este referéndum fueron obtenidas por los sindicatos de trabajadores del Estado que vieron venirse encima la tormenta para reducir el gasto público, especialmente las dos vacas sagradas de la burocracia suiza: el correo estatal y el estatuto.
El decreto de derogación del estatuto contemplaba una mayor facilidad para el despido en la administración pública, la reducción de las vacaciones anuales a no más de 15 días corridos por año, la rebaja del salario a 2.770 francos suizos equivalentes a 1.630 pesos y una jornada laboral de 45 horas por semana.
En Argentina durante 1999 el costo del salario medio de los empleados públicos nacionales, era de 2.018 pesos pero sólo trabajan 150 horas mensuales contra las 180 horas de los suizos, con lo cual nuestro costo horario es de 13,46 pesos superior a los 9 pesos de los empleados públicos helvéticos. Esta votación que anticipaba austeridad en el gasto público también fue favorable a la derogación del estatuto.
Por algo los suizos están a la cabeza del mundo y nosotros seguimos relegados a la cola.