La Capital
Desde el primer momento se coloca en punta como tierra de sorpresas. Su aeropuerto internacional está construido de palma cana y los ventanales inexistentes permiten a los pájaros ser parte de la bienvenida. Ahí mismo empieza a sentirse el espíritu incomparable de Punta Cana, en República Dominicana, territorio que desveló a Colón y tentó a los franceses.
Apenas 20 kilómetros distan del sector hotelero. Uno tras otro, cada establecimiento ocupa una parte de esta franja extensa del sudeste dominicano, bañada por aguas turquesas, donde confluyen el océano Atlántico y el mar Caribe.
En el instante que uno menos lo piensa queda a merced del ron, la bebida tradicional llamada popularmente vitamina, o de la rica cerveza Presidente (aquí el desafío consiste en encontrar la P más pequeña de la etiqueta). Y, asegurado un servicio all inclusive, lo demás queda a merced de la imaginación. Porque minuto a minuto, en Punta Cana, todo se dispone para cautivarnos.
Al despertar, un desayuno variado aguarda al madrugador. Cerca del mar, lejos de las miradas indiscretas, una agradable humedad que retoca el cuerpo y lo predispone a una jornada de relax y entretenimiento. No es habitual, pero algunos topless logran conmover a más de un desprevenido.
A continuación, un partido de beach voley puede ser el vermut de la clase de merengue, al pie del palmeral que cubre el área de chiringuitos. La música más típica de estos lares, con Juan Luis Guerra como uno de sus referentes infaltables, empieza a cubrir la atmósfera y se suceden composiciones de Fernando Villalona (El Mayimbe), Johnny Ventura o los Hermanos Rosario.
Pasado el almuerzo, quizá en otro restaurante, de los dos o tres que generalmente poseen los hoteles, como el Fiesta Bávaro, quedan las actividades en el sector de piscina, probando piña colada, el coco loco o tragos frutales (en su defecto, cerveza). No faltan los juegos en el agua y, de nuevo, clase de merengue. La vida en Punta Cana es un carnaval.
La tarde puede transcurrir con cortos pero entretenidos paseos en pequeños catamaranes, o sobrevolando la costa en paracaídas amarrado a una embarcación. La caída del sol aleja a los europeos, con su costumbre de cenar temprano, pero para los argentinos la hora puede convocar a la contemplación. Caminar en silencio por la arena, observar el cambio de colores en el mar y por dentro la sensación de que el paraíso no debe quedar muy lejos de aquí.
El programa nocturno puede incluir shows, disco o casino. Siempre con la cordialidad de los equipos de animación y el trato afable del dominicano. Este condimento innato en la gente ha hecho que la industria turística desplazara cómodamente a la del azúcar, tabaco y cacao hace ya tiempo. La amabilidad se respira, surge espontáneamente.
Una mezcla atrevida
La opción es quedarse haciendo hotel, playa y diversión, o bien aceptar las propuestas de conocer más de Dominicana. Y la excursión a Saona, isla de 110 kilómetros cuadrados hacia la que se parte del cercano puerto de La Romana, puede convertirse en otro viaje dentro del viaje, realmente recomendable. A un costo de 70 dólares y a través de rápidas lanchas, en una hora se llega a destino. De ida corre algo de vitamina y la invitación a zambullirse para hacer snorkel. Una mezcla atrevida a una distancia de aproximadamente 500 metros de la costa, que bien vale la pena.
Saona forma parte del Parque Nacional del Este; fue avistada por Michel de Tourine en el segundo viaje de Colón. Su primera denominación, Savona, derivó en Saona. Si bien hay poco que ver ya que un huracán la dejó con poca belleza para exhibir, la isla -reserva de flora y fauna autóctonas- abre la oportunidad de gozar del mar con mayor tranquilidad aún. Y con la escasa media hora de permanencia en ella alcanza para, en pocos minutos más, llegar a Palmilla, otra playa que recibe a sus visitantes con más música, colorido, baile y descanso en hamacas paraguayas, frente a un paisaje inolvidable.
Por allí están las famosas piscinas naturales. Grandes extensiones del mar con poca profundidad, tan poca que resulta imposible tener percance alguno al nadar ya que la cintura es la marca más osada en varias cuadras a la redonda.
Catamaranes con muchos europeos en sus lomos es la postal más vista y al visitante, finalizando el recorrido -que requiere toda una jornada-, sólo le quedan las ganas de agradecer tamaña experiencia.
La reina de las primacías
Otra opción para aprovechar es Santo Domingo, capital de la república, en el sur-sur de la Española (isla que comparten Dominicana y Haití), con una población de 3 millones de habitantes. Con más de una decena de primacías en el continente -primera iglesia, primer hospital, etcétera-, brinda una oportunidad para conocer su catedral, visitada tres veces por Juan Pablo II; el faro de Colón, estructura mixta con forma de pirámide egipcia trunca y cruz que guarda restos del genovés y documentos de la época colonizadora, de cuya cúspide parten ciento cincuenta haces de láser que iluminan el cielo por la noche; y el famoso alcázar, donde en verdad vivió Diego, el hijo del Gran Almirante, su esposa, María de Toledo, y la primera nobleza europea establecida en América.
Para completar el recorrido (excursiones desde Punta Cana por 55 dólares), la catedral Virgen de la Encarnación, el Palacio de las Bellas Artes, las Casas Reales, el Museo del Hombre Dominicano, y en el casco antiguo -además de la famosa Bachata Rosa, bar que conserva la imagen y el espíritu de José Luis Guerra, con la exposición de sus discos de oro y platino- pida permiso para entrar al Hotel Francés, actualmente en manos de la cadena Accor, de 19 habitaciones hermosamente recicladas, con el encanto colonial y el máximo confort de nuestros días.
Para comer, algo más que típico: el restaurante El Conuco (significa pedazo de tierra trabajada con sudor y manos fuertes). Allí se puede degustar la comida tradicional, sencilla. Con el sistema de buffet, arroz, porotos y pollo, así como los fritos verdes (banana frita) o el sancocho, mezcla de diferentes tipos de carne y verduras (yatía, ñame, yuca) muchas veces acompañados de arroz blanco. Todo regado de una helada Presidente. ¡Salud!
El Manatí Park Bávaro se convierte en la alternativa para pasarla bien con los más chicos. Por 21 dólares (10 los menores de 12 años) se puede asistir a un día plagado de shows, nueve en total, con actuaciones de delfines, lobos marinos y dancing horses, como también animales exóticos y la cultura, folclore y artesanía del pueblo taíno, con una réplica viva de los primeros pobladores de la isla.
Y si queda algún tiempo disponible más, Casa de Campo es un exclusivísimo resort a dos horas y media de Punta Cana -decorado por Oscar de la Renta- que además de pavonearse por su varias veces distinguido campo de golf, Dientes de Perro, y contar con un aeropuerto internacional propio, cobija a los Altos de Chavón, réplica de una villa mediterránea que se asoma al valle del río Chavón, donde se filmaron escenas de Apocalypsis Now y Jurassic Park, y que tiene un anfiteatro donde actúan artistas de fama mundial.
Y hay que reconocer que Verónica, simpática difusora de las bellezas de su país, tenía razón: Punta Cana es apenas la punta caliente dominicana, adonde los argentinos queremos regresar... siempre.