| | El elegido de la semana Jaime Ross: el seleccionado uruguayo Jaime Roos sintetiza con brillantez el influyente poder de la música de su país
| Hay una generación que conoció la música uruguaya recién en la última década, cuando en las radios empezaron a sonar Verano del 92, de los Piojos; El muerto, de los Fabulosos Cadillacs; Estaré, de los Visitantes, o Murguita del Sur, de Bersuit Vergarabat. Los ejemplos sobran y todos remiten a un mismo nombre: Jaime Roos. Sin querer, el más grande juglar uruguayo se convirtió en una suerte de nuevo héroe y referente para los músicos argentinos más jóvenes. Esa influencia siempre estuvo latente, pero la mezcla de murga, candombe, canción popular y rock fue determinante para toda la movida del rock barrial. Para los que ahora quieran llegar a la versión original, Contraseña, el nuevo disco de Roos, es la oportunidad ideal para conocer al padre de la criatura con sus mayores héroes, compañeros de ruta y ahijados musicales. El álbum reúne a un verdadero seleccionado de autores uruguayos, entre célebres y talentos desconocidos. No se trata de un compilado ni de un álbum de covers. La interpretación y los arreglos (todos de Roos) le dan una homogeneidad con un sonido que parece tan actual como atemporal. A pesar de las diferencias entre los compositores, el disco mantiene un delicado equilibrio entre las melodías y el ritmo, entre el candombe, el pop y la milonga. Así se convierte en una colección de pequeñas joyas desde el primero hasta el último tema. El CD arranca con el candombe ralentado de Amor profundo (de Alberto Wolf), con la voz de Freddy Bessio, el impagable coro de Los Mareados y una letra que resume el espíritu del disco y de la música uruguaya: En mi alegría/ se esconde siempre un lagrimón./ Sé que todo termina. Esa tristeza es un temazo inconfundible de Eduardo Mateo, el compositor más volador del Río de la Plata (chequear el estribillo psicodélico). Las canciones más pop son las de la nueva camada. Está la contagiosa No pienses de más, de Jorge Drexler, la revelación uruguaya de exportación del 2000, y los ecos de candombe con pinceladas costumbristas de Voces, de Nicolás Ibarburu, guitarrista de giras de Fito Páez. De todas formas, la voz profunda de Roos hace que ningún tema pop suene liviano. Roos conmueve con el relato de su Milonga de Gauna y con Sin saber por qué, una canción de amor de siete minutos que cualquiera desearía que siga. Pero en el rubro de corazones rotos se lleva el primer puesto el tema Andenes, de Estela Magnone, (Que no vale tu abandono/ ni un minuto más de dolor /que mi llanto desolado/ fue de todo lo peor). Entre los clásicos en los extremos están El loco Antonio de Zitarrosa, la bailable Calle Yacaré de Roberto Darvin y la enternecedora Biromes y servilletas de Leo Maslíah, donde sus juegos de palabras persiguen mucho más que una irónica sopa de letras. Alguna pelota no podía faltar, y así está la descripción de Altos para los jugadores de básquet. En el fondo, como siempre, el disco termina siendo un homenaje a Montevideo, sin demagogia ni nostalgia barata. Cuando todos los cantautores huyen de las etiquetas de géneros y sólo pretenden hacer discos de canciones como si se tratara de algo sencillo, Jaime Roos lo logra sin ninguna artimaña ni pose. Como dice en Tablas, sin otras pretensiones hoy canto.
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