Una nueva versión del Fitotrón, una obra que el artista Luis Benedit presentó en 1972 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (Moma) y que anticipó, junto con el Biotrón o el Microzoo, una serie de creaciones enroladas en el land art y otras manifestaciones ecológicas, acaba de ser presentada en la galería Ruth Benzacar de Buenos Aires (Florida al 1000).
La obra, que marca una ruptura parcial con la línea desarrollada por Benedit en los últimos años -su reformulación de mitos populares como el campo, el gaucho y los indios- consiste en la recreación de un hábitat vegetal integrado por plantas de pimientos, insertas en una estructura de policarbonato y aluminio que reproduce la forma típica de un hogar campestre.
Este sistema, proveedor del alimento que las plantas necesitan mediante la disolución de sales minerales y otras sustancias en la base de la estructura, es la metáfora elegida por el artista para hablar de las relaciones entre arte y ciencia.
Otra vida
El «Fitotrón» marca por un lado un retorno a las consignas que trabajé en los 70. En esos años desarrollé varios hábitat donde se evidenciaban distintos comportamientos a los que no teníamos acceso habitualmente como consecuencia de nuestra vida urbana, explicó Benedit.
La primera experiencia fue hecha casi a pulmón: no sabía nada de la conservación de las plantas y eso me trajo algunos inconvenientes. En este caso, en cambio, estuve trabajando con un grupo de especialistas que se encargan de controlar las condiciones de mantenimiento, entre ellas de regular el nivel de acidez del agua, indicó.
Aunque prevalece su impronta setentista, la propuesta también integra las preocupaciones de Benedit por los mitos populares: La estructura que tiene este «Fitotrón» me sirve para trabajar sobre la idea de rancho, que si bien no existe como modelo en la historia de la arquitectura a mí me interesa mucho... en especial como objeto político, destacó.
Según el artista, es una manera distinta de abordar la política, no denunciante sino por un camino lateral, más sutil. Mi idea inicial era utilizar elementos más emblemáticos, como caña de azúcar o yerba mate, pero hubo problemas y terminamos usando pimientos, que son más seguros.
En los ratos libres que le deja su intensa labor creativa, el artista se dedica a leer ensayos sobre arte y a visitar las muestras de sus colegas, junto a los que discute sobre la ausencia de paradigmas en la pintura argentina. Hace algunos años, un crítico norteamericano que seleccionaba material para la Documenta de Kassel me preguntó por qué habiendo en la Argentina tan buena literatura y tan trascendente, no había pintura de ese estilo, relató.
El problema -analizó- es que la historia oficial de la pintura argentina se ha escrito siempre homologando modelos europeos o norteamericanos. Creo que si se buscara una línea de continuidad con otros ejemplos podía dar lugar a algo más interesante, como sí ocurrió en la literatura.
La propia obra de Benedit, tanto sus retratos camperos como sus trabajos sobre la Patagonia, revela los intentos por desplegar rasgos autóctonos: Lucho mucho para incorporar lo nacional, entendido como la relación del artista con su circunstancia geográfica. A mis colegas contemporáneos les exijo que generen un tipo de imagen que no se produzca en otro lado y que no caiga en regodeos folclóricos. Este país vivió demasiado tiempo como espejo de Europa. Ahora es tiempo de generar imágenes nuevas y propias.