| | Cartas de lectores Continúa el escepticismo político
| En una de sus acepciones, defraudar es decepcionar, frustrar la esperanza que se tenía en alguien o en algo. En los comicios presidenciales de 1989 triunfó quien garantizaba: Síganme, no los voy a defraudar. El pueblo se consideró defraudado y en 1999 votó a los que ofertaron un cambio. A un año de gestión del nuevo gobierno, la política económica es la misma de antes; el cambio social continúa siendo una promesa; la corrupción y la impunidad siguen vigentes. No realizar los ofrecimientos preelectorales, ¿no es defraudar la voluntad popular? La dirigencia política es esencial a la democracia. Sin exabruptos como los del candidato presidencial Eduardo Duhalde -quien dijo que la Argentina tiene una dirigencia de mierda- muchas veces castigamos a la clase dirigente sin justificación. Pero con actitudes como las señaladas, ella misma se suma una nueva cuota de descreimiento.
Carlos Parachú
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