Hernán Maglione
Che, aunque sea guardate la gomera en el bolsillo. El jueves por la tarde, Juan Domingo parecía no tener demasiados inconvenientes con el viento, el frío y la insistente lluvia que amenazaba con arruinar los contados piquetes diseminados por el cordón industrial. Apenas con una camisa a cuadros de mangas cortas, exhibía casi con orgullo una gomera. Otro de los piqueteros se le acercó y le dijo que tenía una similar. Pero no tengo bolitas, añadió, antes de aclararle a La Capital que es la única arma que tienen contra quienes pretenden quebrar por la fuerza el corte de ruta. La otra vez una camioneta pasó por encima de las gomas quemadas y de una docente, recuerda. Los sindicalistas locales habían estimado al menos una veintena de piquetes en la zona del Gran Rosario. Sin embargo, no previeron las inclemencias climáticas: el agua a baldazos que cayó durante la tarde del jueves convenció a muchos de que la mejor opción era quedarse en sus hogares. Sin embargo, no fueron pocos los que desafiaron el frío e insistieron en mantener prendidas las cubiertas de autos pese a la lluvia. Dejá gomas para más tarde, pedía a los gritos uno de los piqueteros instalados en la ruta 11, frente a las vías que separan a Granadero Baigorria de Capitán Bermúdez, mientras desde una ambulancia descargaban las cubiertas que servirían para mantener el fuego durante la noche. Los enfermos y las ambulancias eran los únicos que tenían pase libre en los piquetes, aunque muchos se aprovecharon del beneficio. Ahora todo el mundo tiene que hacerse diálisis, ironizaba algún manifestante, mientras otro repetía una y otra vez: No pasa nadie más. A manera de escenografía, unos camiones aguardaban a un costado de la ruta. La gente de Cañada de Gómez tendría que pasar, tienen parientes allá, razonó un desocupado, mientras las noticias que acercaban las radios hablaban de tres muertos y cinco mil evacuados por el desborde del arroyo. La única forma de mitigar el frío era acercarse al fuego de los piquetes. La lluvia hizo que las rondas de mate, los mazos de naipes y los debates previstos por los dirigentes sindicales quedaran para mejor ocasión. Como corolario del malhumor generalizado, no fueron pocos los casos en que los chisporroteos con los camioneros derivaron en momentos de tensión. De una u otra manera, piqueteros y transportistas tuvieron que convivir largas horas. Con un toque de humor, la espera se hacía más amena. Bueno, me voy a dormir al camión. Despiértenme cuando levanten el corte, dijo uno de los camioneros, entre risas, ante la intransigencia piquetera. En otros casos, los transportistas hicieron rancho aparte y mantuvieron poco contacto con los manifestantes, reservando las últimas raciones de yerba mate para ellos solos. Pero, por lo general, el primer encuentro entre ambos se convertía en un choque de fuerzas, donde los piqueteros resultaban vencedores, no sin sobresaltos. Nosotros venimos pacíficamente, no queremos hacer quilombo ni nada. Al contrario, queremos hacer todo en paz, aseguró Miguel, un obrero de 50 años cuyo única protección ante la lluvia era una toalla empapada sobre su cabeza. No, problemas no tuvimos, gracias a Dios, afirmó, aunque los momentos de tensión se repetían sobre el puente Garibaldi, que cruza el río Carcarañá a la altura de La Ribera. La policía, esta vez, miraba con indiferencia. Miguel trabaja en una papelera de la zona, pero es un paro de la CGT, hay que acatarlo, no nos queda otra. Tiene cuatro hijos, por lo que asegura que cuando hay una huelga hay poco para pensar: directamente me vengo al piquete. Sin embargo, piensa que con los paros no se soluciona nada, pero hay que hacerlos para que te escuchen un poco. ¿Hasta cuándo vamos a aguantar? Acá somos veinte personas, pero van a empezar a llegar más. Nos quedamos hasta mañana a la noche, pase lo que pase, aseguró. El clima mejoró en la noche del jueves y todo hacía prever que la palabra de los piqueteros finalmente se cumpliría, pero durante la mañana del viernes se levantó el corte de ruta. Lo mismo sucedió con el piquete instalado en el cruce de las rutas 11 y A-O12, pese a que Juan Domingo había asegurado: Nos quedamos hasta el final, llueva o no llueva. Tiene una hija de cuatro meses y la malaria en la Cooperativa Portuaria lo convirtió hace unos seis meses en otro desempleado. Acá somos todos desocupados, señaló, y remató cada frase repitiendo: Esto no va más, no va más. Al igual que el resto de los piqueteros del cordón industrial, Juan Domingo está disconforme con el rumbo del gobierno nacional. Esto tiene que cambiar. Tienen que dar una fuente de trabajo grande o se tienen que ir, una de dos. La misma imagen se repite a lo largo de la ruta 11. Columnas de humo y filas interminables de camiones anticipan los piquetes. Una vez allí, transportistas y automovilistas deberán sentarse a esperar a que los desocupados, con sus reclamos y la ropa mojada a cuestas, decidan apagar el fuego y liberar el tránsito.
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