Año CXXXIV
 Nº 48950
Rosario,
domingo  26 de
noviembre de 2000
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Editorial
Que la sinceridad triunfe

El reciente paro nacional merece algunas reflexiones. Si no se quiere errar en el diagnóstico, la primera tiene que ver con que al acontecimiento hay que analizarlo en toda su dimensión, así como en todo su significado. Es decir, no puede ser considerado exclusivamente desde el punto de vista de los sectores enfrentados: sindicatos y gobierno. Es que ambos operan con subjetividad, padeciendo una visión del tema distorsionada por su propia parcialidad, que no puede ser aceptada como la verdad absoluta.
Con una relativa escasa violencia -apenas hubo que lamentar un muerto, en el Chaco- el cese de actividades resultó notable, incluso fue absoluto en la inmensa mayoría de los grandes centros poblados. Asimismo, los cortes de rutas y calles no adquirieron la dimensión que se preveía. Al respecto, las imágenes recogidas por la televisión mostraron, con alguna que otra excepción, desflecados grupos de piqueteros con más deseos que capacidad numérica de movilización para alcanzar y sostener su objetivo. Incluso, hubo algunos casos, como en el cordón industrial rosarino, que tuvieron más promoción directa e indirecta previa que luego efectividad comprobada en hechos.
Aún con esto, el cese de tareas fue notable en su vastedad. Empero, cabe una pregunta: ¿lo fue por convicción absoluta de todos los que no trabajaron o por la incidencia del temor? Porque hubo un temor que, no puede negarse, se infundió eficaz e inteligentemente durante las jornadas previas, con los más de cien atentados al transporte en Buenos Aires, y las horas iniciales del paro, cuando grupos de manifestantes obligaban hasta con violencia al cierre de los escasos negocios que pretendían seguir con sus puertas abiertas.
A tenor de las precarias encuestas de opinión del periodismo durante esas horas, quedó clarísimo que la opinión de la gente no reflejaba la contundencia que adquirió la medida de fuerza. En consecuencia, no parece atinado, mucho menos objetivo, hablar de un triunfo absoluto de de los sindicatos. Si la huelga adquirió casi unanimidad, ello fue posible por el temor que se ensañó sobre la sociedad. No obstante esta realidad difícil de negar con fundamentos, ¿entonces fue el gobierno el que, pese a todo, triunfó porque en apariencia de su lado estaría la razón expresada por la mayoría de la opinión pública? Esto tampoco es cierto. Esas mismas encuestas circunstanciales también demostraron que la gente no está para nada conforme con lo que sucede en el país y que de ello responsabiliza, como cabe, al gobierno. Paro, ¿y después qué? fue, con matices, la esencia de las respuestas de la gente. Y ese es, precisamente, el interrogante al que todos (trabajadores, empresarios y autoridades) deben responder en este crucial momento argentino. Se trata de una respuesta sólo hallable en conjunto, sin exclusiones. En un conjunto que necesita con urgencia crear su propia comunión de intereses. Algo difícil de alcanzar en una sociedad desarticulada como la argentina si previamente, con mucha buena voluntad, no se doblega a la mentira con el peso de la sinceridad.


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