Año CXXXIV
 Nº 48949
Rosario,
sábado  25 de
noviembre de 2000
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Reflexiones
Champán

Eduardo Haro tecglen (El País de Madrid)

Primero, nunca me gustó el champán. A veces finjo, en algunas celebraciones colectivas, que me llevo la copa a los labios, para que me consideren solidario. Segundo, nunca me he alegrado por la muerte de nadie, y el 20 de noviembre de 1975 no tenía que ser una excepción. Más: la muerte valleinclanesca de Franco entre reliquias y mantos y rostros desolados de quienes empezaban a creer que no era inmortal, era una derrota. Un mero hecho biológico.
Muchas personas creíamos y creemos que el tirano debe ser vencido por una política: la escapada de Fujimori, por ejemplo. De otra forma, esos se suceden unos a otros, organizan su post mortem, dejan escritos y personas, se infiltran en las instituciones.
Estoy seguro de que ninguno de los que brindaron con champán aquella noche para celebrar algo que no se habían ganado siguen en una situación parecida: habrá algunos diputados, varios nacionalistas, pero nada más. Y a base de aceptar que la política es el arte de lo posible y que lo imposible no da dinero ni poder: ni reverencias, untuosidad de los demás.
También estoy seguro de que en las casas de quienes hoy tienen todos los poderes, los de la banca y las armas y la casulla, y sus subordinados del Gobierno, se brindó el 20 de noviembre. Repaso nombres, y me sale una mayoría de franquistas. Cómo eran estos franquistas finales: hipócritas, disfrazados; atisbando salidas, desde la del pasaporte y el avión hasta la de infiltrarse en la democracia, que consiguieron maravillosamente, como el Fraga eterno. Ya sé que ahora no hacen franquismo. Hacen poder. Y el franquismo no fue más que una manera de hacer poder, y estuvo hecho de distintas maneras según cambiaban las circunstancias exteriores, guerras y paces, formas económicas, formas imperiales.
El franquismo era aquello que mataba masones españoles y entregaba el cine a los masones americanos: lo que cambiaba la moda de los uniformes según vestían los vencedores extranjeros; el que gritaba por los ingleses en Gibraltar y entrega el territorio a las bases americanas. Era un oportunismo gigantesco. Sostenido por el enorme crimen colectivo. Y esos son valores que no acaban jamás. Los que no bebieron champán aquel día lo beben hoy a diario. Es la victoria más allá de la muerte, del lenguaje, de los usos y costumbres.


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