| | Editorial Es necesario volver al libro
| Este diario publicó una nota reflejando la preocupante pérdida del hábito de la lectura de libros en la ciudad. A partir de una encuesta encargada al efecto, se conoció que los rosarinos leen, en promedio, apenas medio libro por año. Aparentemente, ello obedecería, en un primer análisis, a que sus gustos actuales se inclinan por la televisión, pues el mismo estudio indica que pasan dos horas y media diarias frente a la pantalla con un consumo preferencial de películas y programas deportivos. Entre los jóvenes de 18 a 25 años la tendencia se agudiza más. Es que anualmente leen 0,2 libro (uno cada cinco años) y miran más de tres horas y media diarias de TV. Más allá de que algunos expertos en educación se resistan a manifestarse de manera contundente acerca de qué representa realmente este estado de cosas, no caben dudas de que, en principio, la sociedad se encuentra frente a una circunstancia lamentable, que, obviamente, preocupa y sobre la que hay que actuar a efectos de lograr que se revierta. Esto sea entendido no porque impere una nostalgia de la otrora pujante vigencia del libro como vehículo educativo y cultural imprescindible, en apariencia ahora desplazado por el imperio de los medios electrónicos, incluida Internet, sino porque la realidad indica que los países desarrollados en serio son aquellos que no sufren tal grado de deterioro en ese indicador. Por ejemplo, según el Congreso Nacional de Editores de España, de 1998 a 1999 hubo un repunte del 16 por ciento en la demanda de libros dentro de la Unión Europea. Ello ocurrió mientras que en igual período América Latina experimentó un descenso del orden del 17 por ciento, con lo cual el de Argentina no sería un caso aislado. Estos datos están indicando una ecuación difícil de rebatir: a mayor grado de desarrollo, mayor consumo de libros. Es decir, la lectura de libros y obviamente también de diarios y revistas es una condición sustancial del progreso económico y social. Posiblemente la razón del retroceso en la materia resida en que, a diferencia de la pasividad que demanda la televisión, la lectura exige una disposición activa a enfrentar el desafío que, mediante el recurso de la imaginación, implica la palabra impresa en papel. Como todo lo que contribuye a la formación positiva del individuo, el hábito de la lectura se adquiere desde niño. Ello ocurre en el colegio y con lo que se abreva en el hogar. Por eso, no puede sino preocupar en grado sumo el dato de que los chicos argentinos de escuelas primarias y secundarias leen apenas un promedio de 0,9 libro por año, cuando en Brasil ese índice es de 2,2; España, 3,5; Italia y Portugal, 5,9, y en Hungría, 11,70 por año.
| |
|
| |
|
|
Diario La Capital todos los derechos reservados |
|
|