Marcelo Menichetti
Bersuit Vergarabat volvió el viernes pasado a Rosario y convocó a un largo millar de acólitos en el Centro de Expresiones Contemporáneas. El concierto de presentación del CD Los hijos del culo exitoso en la convocatoria y con gran adhesión de los fans de la banda fue una expresión de la decadencia que aqueja a cierta franja de la música popular argentina. Enfundado en un pijama anaranjado, muy parecido al utilizado por los habitantes de las cárceles de algunas zonas de los Estados Unidos, Gustavo Cordera cantó, agitó y habló a una legión de jovencitos que cantó, saltó y bailó con él y sus músicos hasta la extenuación. Raros espectáculos estos que se realizan en un galpón, con una atmósfera dantesca alentada por el entorno poco acogedor. La iluminación dominada por los rojos y un humo constante sumó una bruma siniestra a la atmósfera oprimente del CEC. Sin embargo el ambiente casó a la perfección con las letras de los temas de Bersuit que, en un pretendido fresco de la decadencia de la sociedad contemporánea, pinta escenas apocalípticas y no pasa de la exaltación de la marginalidad y una flagelación colectiva enumerando los males argentinos, tanto propios como importados. Desde el punto de vista musical el concierto reflejó un nivel muy bajo. Del repertorio escuchado sólo se pueden rescatar un par de temas que muestran la estructura de canciones. El resto es batucada, murga tribunera de ritmo errático e invitaciones a cantar sin destino fijo y con poca claridad en las propuestas, generalmente volcadas a una demagogia tan facilista como peligrosa. Cordera, con su pinta de paciente escapado del hospicio (pijama incluido) y sus muchachos, encarnan una pretendida rebeldía que, según sus acólitos, radica en las letras duras, condenatorias, de sus temas. Sin embargo los versos no pasan de una descarnada descripción de la realidad latinoamericana arrinconada por la globalización. Esta carencia de propuestas o de alguna insinuación de salida, interpone un abismo entre estos rebeldes del 2000 y, por citar un ejemplo muy cercano en el tiempo y en Rosario (cantó el jueves en Central), la música de Joan Manuel Serrat, que siempre se caracterizó por una poesía consistente sobre la realidad, elevada en su factura y con algunos resquicios de luz para el mañana. Entre estos rebeldes y los de los 70 hay mucho más que 30 años de diferencia. Entonces tampoco puede otorgársele handicap a los Bersuit desde ese costado del análisis. Mejor sería decir, con todas las letras, que lo que hace Bersuit y que también repite en un grado mucho más obtuso y más basto Kapanga, por ejemplo, es una música de tunga-tunga cuyo máximo representante es la Mona Jiménez, que transcurre por la vida tildado de grasa pero que, por lo menos, ni sabe, ni puede, ni pretende hacer otra cosa. El concierto, o como se deba llamar a esa ceremonia de oscuridad, sudor, ruido atronador y delirio inexplicable, es un síntoma de la decadencia cultural que transita la Argentina desde la mitad de los ochenta, por lo menos, en la escena de lo que tan generosa y abarcativamente se denomina rock nacional. Del galpón del CEC cada tanto emergía un chico, expulsado por la palpitante y sudorosa masa humana que latía al ritmo machacante de la batería y el bajo, y caía semidesvanecido al piso para ser atendido por los socorristas. Al final, ya casi nadie corría para auxiliarlos. Es que los hombres de control y seguridad ya están tan acostumbrados a estos resultado que no los sorprenden ni los vómitos, ni los desmayos. La medianoche fue testigo de un final más empujado por el agotamiento de sus protagonistas que por sus deseos de dejar de escuchar a su venerada banda. Sin embargo había que partir. Muchos, apuntalados unos con otros, eligieron el rumbo del Encuentro de Colectividades para reponer líquidos. Las luces se apagaron y el galpón quedó oscuro y vacío, casi tanto, como la propuesta de los Hijos del Culo.
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