Rodolfo Montes
Fernando de la Rúa se encontraba saludando a directivos y empleados del diario La Nación. Entre la multitud, surgió uno de los trabajadores y le extendió la mano: Presidente, lo felicito por su sentido del humor. Era Cristian Dazwonik, más conocido como Nik, un humorista que se convirtió en cuestión de Estado. No tanto, le respondió el mandatario, probablemente recordando que fue el propio Nik quien lo rebautizó desde las páginas de La Nación y de la revista Noticias como Ese lentísimo señor prescindente de la Nación, Frenando de la Duda. Tienen la teoría que ellos son malos gobernantes porque los instalan los periodistas o los humoristas, le dijo a La Capital el talentoso Nik, de sólo treinta años. Los chistes reflejan una idea que ya está instalada. Si la frase Frenando de la Duda tiene éxito es porque ya está en la gente antes que yo la escriba, asevera, para agregar: Si pongo a De la Rúa en calzoncillos y no está relacionado con nada de la realidad, pasaría sin pena ni gloria. Aunque seguramente al jefe del Estado no le caería en gracia. De hecho, los chistes de Nik en La Nación suelen amargar las mañanas presidenciales, según cuentan quienes presenciaron el rostro de De la Rúa cuando se encuentra con los comentarios del simpático y siempre irónico Gaturro. ¿Cómo recibió la noticia el día que lo involucraron en una supuesta conjura golpista? Es insólito que el presidente crea que los humoristas podamos construir un clima de golpe en la Argentina. Como también los políticos de la oposición, que buscan aliados donde no los hay. Hace unos días (Carlos) Ruckauf dijo que iba a hablar con el comandante Nik, en un juego para ironizar con una supuesta estrategia golpista que ambos compartiríamos. No hago oposición ni golpismo, hago humor del mismo modo que lo hice durante ocho años de gobierno menemista. ¿El presidente tiene algo personal con su humor? La Alianza está shoqueada; no esperaba tener este humor político en tan pocos meses de gobierno. Me llegan comentarios que aseguran que están preocupados con mis chistes; es absurdo. Incluso ocasionalmente me crucé con De la Rúa como para saludarlo y me retiró el saludo. ¿Cómo imagina que lo leen? Hay cosas que funcionan como un resumen, pero antes hay que conocer al menos el contexto, de qué se trata la noticia. También es una opinión, aunque no estoy de acuerdo en que tenga la responsabilidad de editorializar: tenemos muchos buenos editorialistas, y el chiste debe tener la obligación de hacerte reír y, en todo caso, de dar una opinión como segundo objetivo. ¿Encuentra diferencias entre el fotomontaje de la última página y el chiste con las caricaturas en la sección Política? Hay mucho miedo a la imagen. De repente un texto muy duro no les impresiona tanto como si armo un fotomontaje con el presidente con un saco roto, o con un arito... provoca un poco de rechazo. ¿El humor político no perdió vigencia, aun sufriendo una baja que parecía irreemplazable como la de Carlos Menem? Esperábamos estar cuatro años planchados, pero no se cumplió. El panorama es auspicioso porque se armó una especie de cóctel de elementos: tenés a Shakira y a Bolocco, la corrupción en el Senado, la interna explícita de la Alianza y un presidente que no honra la tradición presidencial del macho que dice la última palabra, que sale al balcón. Los menemistas me pedían los mejores chistes, los más duros, y los encuadraban para su casa; en cambio, De la Rúa está atemorizado, como si yo pudiera desestabilizar al gobierno. Se repite mucho que ciertos humoristas le crearon el ambiente del golpe militar al ex presidente Arturo Illia, en especial cuando Landrú lo mostraba como una tortuga... Eso es un mito, es inexacto. Además, no tiene nada que ver con el momento actual, donde tenemos decenas de medios de comunicación: no se puede hacer demasiado impacto desde un medio, está todo compensado. Hoy es imposible que la sociedad acepte un golpe de Estado. En la década del sesenta era distinto, se aceptaban y hasta con gusto en muchas franjas de la sociedad. ¿Debe existir desde el humor cierta protección hacia la investidura presidencial? La idea de que De la Rúa es más débil que otros y hay que cuidarlo un poco más está en la gente. Yo me pregunto: ¿por qué? En cuanto a los chistes, lo que hago es interpretar si la gente quiere cosas más duras o no. Trabajo con responsabilidad y, además, en el diario hay filtros de lo que se publica. Por lo demás, las críticas de mis chistes apuntan a mejorar a este gobierno, no a que se vaya. ¿Cómo articula su trabajo con la línea editorial de La Nación? Podemos coincidir o no, y me parece sano que sea así. Está el caso del viaje a España del presidente, donde el diario lo dio como un gran éxito y mis chistes decían todo lo contrario. No me bajan línea, trabajo con independencia. Además, el humor es siempre crítico, no se puede hacer humor a favor de alguien, por la naturaleza misma del género. ¿Cómo ve la tradición de humor gráfico y político de la Argentina? Nuestro país tiene una historia muy importante, de la revista Caras y Caretas en adelante. Siempre hubo una revista de humor que fue marcando el clima político del país. Quizás en los noventa es el primer momento de la historia donde no hubo una revista que se destacara y muchos humoristas se replegaron a los diarios. En lo personal respeto mucho a Landrú, que inventó una forma de hacer humor político; a Hermenegildo Sabbat, que tiene la capacidad de contar algo sin palabras, con pura caricatura; Fontanarrosa, porque creo que es el inventor del texto moderno en el humor, y Quino, por quien aprendí a dibujar.
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