Pablo Díaz de Brito
Hay que buscar un nuevo modelo normativo de democracia, que no puede ser más el modelo liberal, puramente técnico-procedimental, pero tampoco el comunitarista, centrado en una comunidad sustancial. Este tercer modelo debe buscar la reconstrucción del espacio público no estatal, ubicarse más allá del Estado y más allá del mercado. Además, tenemos que retornar a la Ilustración pero con un nuevo sentido, practicar una nueva Ilustración que sea una política universalista de las diferencias. Quien propone este sin dudas ambicioso programa es el filósofo político italiano Giacomo Marramao, invocando dos nombres ilustres: Hannah Arendt y Jürgen Habermas. Marramao,profesor de la Universidad de Roma, cuenta con tres obras traducidas al español y es un autor conocido en Argentina. Vino a la ciudad invitado a un seminario de la Universidad Nacional de Rosario. La entrevista que sigue tuvo como punto de inicio un episodio reciente de la vida italiana: la protesta organizada por la xenófoba Liga Norte contra la autorización para construir una mezquita en una pequeña ciudad italiana. El caso de la mezquita produjo en su país un debate que va mas allá del extremismo de la Liga Norte. Giovanni Sartori, en el Corriere della Sera, detalló con alarma las exigencias de la comunidad islámica de Italia: escuelas confesionales musulmanas equiparadas a las públicas, viernes de reposo, vacaciones para Ramadán, etc. Sí, Sartori, en su último libro, plantea la tesis de que la democracia occidental puede integrar muchas diferencias pero no todas. No hay posibilidad de integrar a los islámicos dice Sartori porque ellos tienen una idea de comunidad enteramente diferente, con una lógica que conecta principios religiosos y principios de organización política y civil que no son compatibles con la democracia occidental, como por ejemplo la poligamia. Claro que existe un problema islámico en Italia, pero el mejor modo de enfrentarlo no es una polémica frontal, sino un trabajo de reconstrucción del conocimiento de la cultura e historia del Islam, que no es tan monolítica y homogénea como Sartori piensa. En segundo lugar, y recordando que hay islámicos en casi toda Europa, se podría intentar producir una contradicción dentro de este mundo islámico que vive en Occidente. Si no queremos que los fundamentalistas tengan la hegemonía en las comunidades islámicas de Occidente tenemos que articular un discurso con ellos. Tenemos que considerar también el corazón de la crítica islámica al way of life occidental, de sello norteamericano. El fundamentalismo es siempre indicador de una crisis de valores y se produce por la arrogancia de Occidente. Por otra parte, el fundamentalismo se combate con mayor eficacia si acudimos, en cambio, un universalismo de las diferencias. Tenemos que retornar a la Ilustración pero con un nuevo sentido. Digo siempre que hay que pensar en Kant, por un lado, y en Maquiavelo, por otro. Por un lado Rousseau, por otro Hannah Arendt. Una mezcla de contrarios. Tenemos que practicar una nueva Ilustración, una política universalista de las diferencias. Este nuevo universalismo de las diferencias tiene una doble línea de confín: por un lado, contra la política universalista de la identidad, que fue la de Occidente, y ya sabemos sus efectos. Y por otro, hallamos la política antiuniversalista de las diferencias, que es la nueva política de las derechas, explícita o implícita en muchas sociedades occidentales. Enfatiza las diferencias pero en el sentido de una creación de ghetos contiguos. Es el riesgo del multiculturalismo norteamericano, o de la derecha francesa de Le Pen. A esto lo llamo el nuevo racismo diferencialista. Contra este fenómeno y contra la política de la identidad de la vieja Ilustración, creo que tenemos la necesidad de esta nueva Ilustración de las diferencias. ¿Quién sería el sujeto político de esta nueva política? El sujeto político parte de una nueva idea de ciudadanía, una idea inclusiva de ciudadanía. La vieja idea de ciudadanía plantea una contradicción en nuestras democracias con la de pertenencia. Por ejemplo, algunas personas se identifican mucho más con su comunidad que con el Estado o la democracia. Esto pasa en EEUU: tenemos a los afroamericanos, judíos, gays, mujeres, etc. y no a ciudadanos americanos. El modelo jacobino de ciudadanía, de una pertenencia resuelta en la pertenencia al Estado, a la república, este modelo rousseauneano, no funciona más porque hay en nuestro mundo una fuerte necesidad de autoidentificación por diferencia. El sujeto de todo esto es siempre el pueblo, pero no en el sentido de una unidad mística y tampoco en el sentido jurídico-ficcional, contractualista liberal. Tenemos que ir a una tercera idea de pueblo: el pueblo es el resultado de la contaminación creativa de una pluralidad de culturas, de una pluralidad de sujetos, de la pluralidad de diferencias. Tal vez eso ocurrió en Argentina con la inmigración, la exitosa melting pot de nacionalidades y culturas. Claro, sí, en Argentina, en Brasil también. Pienso en el modelo romano, no el fascista, sino el que yo amo, el de la república romana, donde tenían un sincretismo de culturas, la civitas no era excluyente de los otros en sentido étnico o cultural: incluía a hispánicos, a los germanos, como cives romani, con sólo una cláusula: respetar la ley de la república romana. Esta idea de pueblo no monocromo, sino polícromo, me parece que es la idea del futuro. Desde esta perspectiva, no estaría tan mal que EEUU, país multiétnico y de inmigración, sea la potencia dominante. No ejerce una supremacía racista hegemónica, al viejo estilo británico. Hay que decir, contra la ideología antiamericana, que EEUU es un país de extraordinaria importancia, no por su potencia militar y económica, sino por su historia. No es el Imperio del mal. Así como hacíamos la diferenciación con el Islam, el mismo análisis diferencial debemos hacerlo con EEUU, de otro modo se cae en una posición maniquea. Pero, dicho esto, hay que recordar que este país no es multicultural, y este es el punto. EEUU es seguramente una gran democracia de inmigración, como toda América. Pero es un centauro: con un cuerpo seguramente multiétnico y multiconfesional, pero con una cabeza monocultural y monolingüística. El criterio de selección de la élite siempre fue monocultural aunque esto está dejando de funcionar. Este modelo de centauro está en crisis. En este momento estamos ante una reforma del universalismo occidental, de los principios fundamentales de Occidente. Estos principios han producido una democracia solamente técnico-procedimental. Esta democracia aparece a los individuos de la misma sociedad norteamericana como la de las instituciones del gran frío, el big child, nombre de una lograda comedia del 81. No es casual que en el mismo año 81 se plantee la polémica de los comunitaristas contra la democracia liberal. Una polémica muy importante en la filosofía política de los últimos años, una crítica a esta praxis de la democracia puramente técnico-procedimental. Frente a esta reacción, tenemos que considerar un tercer modelo de democracia. Estoy de acuerdo con mi amigo Jürgen Habermas de proponer un tercer modelo normativo de democracia, que no puede ser más el modelo liberal pero por otro lado tampoco puede ser el comunitarista, basado en una comunidad sustancial. Este tercer modelo se buscará sobre la reconstrucción del espacio público, siguiendo a Hannah Arendt. Más allá del Estado y más allá del mercado. Decía Arendt: la política de nuestro tiempo esta encerrada por la acción de dos polos: el del Estado y sus instituciones centralizadas, y el de una sociedad que siempre es más de mercado, de intereses de mercado. La política está comprimida, no tiene lugar y debemos reconstruirla a partir de un espacio público no estatal y no mercantil, no de mercado. La vieja idea de sociedad civil, digamos. Sí, la vieja idea de sociedad civil, pero que tiene como punto de agregación el momento de la esfera pública política. Sociedad civil, pero no en el sentido de Hegel o de Marx, sino una sociedad que produce un espacio público político. Habermas y yo adoptamos la misma expresión: el destino de la democracia es el de esta esfera pública política no estatal, este es el punto fundamental, la distinción entre público y estatal.
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