Gustavo Conti
Para ser absolutamente honesto con el lector, las referencias que este cronista disponía del Argentino versión 2000/2001 no se asentaba, hasta ayer, en la observación directa sino en los comentarios de colegas y en la percepción de una realidad que devenía caótica desde que el descenso golpeó a la puerta de barrio Sarmiento, desde que se terminó el convenio con Newell's y entonces tuvo que salir a respaldarse en su amateur semillero, además de las complejidades que supuso la inhibición que pesa sobre el club que le impidió sumar refuerzos. Como si eso fuera poco, se le fue Andrés Aibes, su último referente, cambió de presidente y dos veces de técnico en sólo meses. Y el último que asumió, Oscar Díaz, venía de comerse dos goleadas históricas: 6-1 y 6-0. En ese contexto, era de esperarse que los inmaduros pibes de Argentino podían ayer seguir bajando por el tobogán del desaliento, sin un sostén anímico que le sirviera de base para aplicar conocimientos tácticos o saberes técnicos. Horas antes del choque con Cambaceres, el Pelado Díaz había dicho casi en plegaria: Ojalá que las goleadas ante Tristán Suárez y Temperley les sirvan para madurar, como si buscara, pese a todo, encontrarle sentido a semejantes cachetazos. Pero a las pruebas hay que remitirse. Porque aunque ayer evidenció, como no podía ser de otra manera, signos claros de inexperiencia que lo llevaron a sufrir, puso sobre la cancha eso que hay que poner cuando uno quiere sacudir la impotencia, transformar lo establecido y hacer trizas un destino fatalista. Y no se trató sólo de huevos, como pedía el centenar de salaítos que pese a todo siempre están. En fútbol, el coraje se demuestra en poner la pelota al piso, pedirla, mostrarse, en no intimidarse en recibir goles en contra por errores propios, como le pasó al equipo salaíto en los dos empates de Cambaceres (penal por mano instintiva de Bassani cuando no había peligro, que Molina convirtió, y toque solitario de Martínez en un remate largo con toda la defensa a contrapierna, y el arquero Barrios saliendo mal). A la timorata postura inicial, con las goleadas pesando en sus mentes, los chicos salaítos le opusieron una creciente personalidad para hacerse dueños del trámite ni bien comprobaron que Camba tenía tantos traumas de conjunto como ellos. Ni bien Pusineri (un pibe al que se le notó buena predisposición táctica e interesante técnica) y Mellado (sin dudas, el más talentoso) se dieron cuenta que podían lastimar con el toque corto, Argentino se animó y llegó al gol en una jugada de conjunto, en la que participaron el volante derecho Tombolini (primo del arquero de Central y otro valor para seguir) y Pedernera con un taco, para la arremetida de Del Valle. Pedernera, un delantero con altibajos, también fue partícipe necesario en el segundo y último gol salaíto, guapeando para llevarse la pelota y definir en el mano a mano. En el medio, un tiro libre que ganó el lateral izquierdo Bassani (más allá del penal cometido, mostró condiciones) y que Palasesi convirtió en el gol del triunfo, usando la cabeza para aprovechar el pelotazo del cansino Ojeda, el más veterano y de una calidad notable, pero al que le falta resto físico. No tiene jugadores para cargarse el equipo al hombro. No enfrentó a un rival experimentado ni mucho menos. Cometió ingenuidades que le podían haber costado muy caro. Es más decir, mostró casi lo mismo que contaron las crónicas hasta entonces. Sólo que ayer le agregó al deseo del cambio, la voluntad para lograrlo. Y el 4 a 2, más que un premio, puede obrar como un levántate y anda.
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