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 sábado, 13 de octubre de 2007  
candi
Charlas en el Café del Bajo
­—”¿Por qué palpita el corazón?”, este el título para la columna de hoy y de mañana que me pareció adecuado para considerar un tema que no es atractivo, pero que es una realidad en la vida del ser humano: la muerte. Y estas dos columnas las quiero dedicar a una persona que me escribió hace unos días, cuyas palabras agradezco, y que me hiciera saber que recientemente acaba de perder un hijo. No son palabras las mías que traten de consolar tanto dolor (¿¡cómo es posible ello!?), sino simplemente trataré de presentar otra imagen de esta realidad que tarde o temprano a todos nos sacude, a veces hasta derribarnos. No abordaré el tema desde una perspectiva religiosa.

   —Le preguntarán qué tiene que ver el palpitar del corazón con la muerte.

   —Permítame que despliegue mi pensamiento. El dolor ante la muerte es consecuencia de una triple ausencia y sus consecuencias: la ausencia de la persona (física) a la que se ama, la ausencia de esperanza de reencuentro y la ausencia de certeza sobre la trascendencia del ser humano. El hombre está cómodo en tanto puede “percibir” la existencia y sus circunstancias a través de sus sentidos, o lograr la certeza de éstas mediante el trabajo exitoso de la razón, pero cuando sus sentidos no perciben nada y su razón no le demuestra ninguna cosa, entonces ingresa en el túnel de la duda, del temor y de la soledad. Sin embargo, tenemos que el corazón palpita a pesar del “yo” conocido, del “yo” racional, lleno de voluntad y poder. El corazón palpita “a pesar de todo”, porque la causa de este palpitar está en “el otro yo” que tiene su asiento en el sistema nervioso vegetativo que manda más allá de la voluntad del hombre. El palpitar del corazón es un efecto cuya causa se encuentra en el cerebro; actividad cerebral perfecta que la neuro-ciencia no ha logrado aún descifrar del todo y que es, a su vez, efecto de una causa incomprensible, misteriosa, perfectísima, supra inteligente y “trascendente”. Nosotros a esta causa elevada no la vemos, no la sentimos, mucho menos la comprendemos y el hombre común ni noticia tiene de ella. Sin embargo, estimado Inocencio, esa causa es parte nuestra, es el propio “yo esencial” y sublime en el que pocas veces en la vida pensamos, porque nos quedamos con el “reflejo visible de ese yo”, que es el yo consciente.

   —¿Ese “yo” es lo que los sabios llamaron espíritu y las religiones aceptaron?

   —Póngale el nombre que desee. Lo cierto es que es “energía inteligente” que determina acciones a pesar de la voluntad del hombre. Y el palpitar del corazón es, querido amigo, la más simple de esas acciones, entre las que se encuentran grandes empresas que el hombre ejecuta “sin saber cómo ni porqué”. ¿Nadie se ha preguntado alguna vez: pero cómo ha sido posible esto? Siendo energía (como ha sido demostrado ya científicamente) no se pierde, no se extingue, sino que se transforma. Deja de estar en un plano para pasar a otro. Y me atrevo a decir que la definición de muerte, conforme la Real Academia, es muy insatisfactoria, porque muerte es, en realidad, no el término de una vida, sino el paso de un plano de existencia a otro. Sé que algunos amigos no estarán de acuerdo conmigo, otros se reirán y otros se compadecerán de mí alienación..., no importa. Mañana seguimos.

Candi II

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