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 domingo, 07 de octubre de 2007  
[primera persona] - Viviana Bernath
Las fórmulas de la identidad
Como especialista en genética, trató a personas que dudaban de sus orígenes y accedieron a la verdad a través del examen de ADN. Lo cuenta en un libro

Rodolfo Montes / La Capital

El 10 % de los padres que le dan apellido a sus hijos no son los verdaderos progenitores. Y no lo saben, aunque al cabo de años, y prueba de ADN mediante, ahora pueden enterarse. Otro tanto ocurre con los hermanos que no fueron, pero un día descubren su verdad biológica. Viviana Bernath, doctora en biología y especialista en genética humana, recibió durante años decenas de casos en su consultorio, en el barrio de Belgrano de Capital Federal. Reveló verdades a sus pacientes, muchas veces incómodas, aplicando exámenes de ADN para establecer la identidad biológica de personas con dudas.

Al cabo del tiempo, con los casos en su haber, llegó casi naturalmente “La identidad, historias reales del ADN”, su primer libro, publicado por Planeta. Bernath trabajó las historias con impecable atractivo y suspenso, pero su libro trasciende la anécdota para meterse intensamente en la pregunta por la identidad, que es también la pregunta por el peso de la experiencia afectiva, vivencial, cultural y política en el propio ser.

—Entiendo que las historias que te tocó conocer no se iban de tu cabeza. ¿Así surgió la necesidad del libro?

—Bueno, era un clásico, en reuniones siempre me estaban pidiendo: “Contanos una historia”. Y mi marido también me impulsó. “¿Por qué no escribís un libro?”, me insistía. Yo tenía las historias, pero fue un proceso. Mientras transcurrían los casos, empecé a preguntarme sobre el significado de las revelaciones del ADN. ¿Qué lleva a las personas a realizar una prueba de ADN? Y luego, ¿se resuelve el conflicto cuando alguien se entera del dato genético? Antes de encarar el libro investigué sobre la historia de la herencia de caracteres.

—Y ampliaste el campo, de lo técnico hacia otras áreas.

—Claro, necesité meterme en el plano filosófico, en lo psicológico.

—¿Qué valor le asignás al ADN como descubrimiento científico de la humanidad?

—La historia de la humanidad se hizo con saltos científicos. Y la biología molecular, que permite conocer el ADN, es el último gran salto, un arma muy poderosa para entender los procesos metabólicos, el origen de las enfermedades. Descifrar el código genético permite una impresionante capacidad de diagnóstico, y prevención, aunque no tanto de cura de las enfermedades. En el mundo de lo afectivo del hombre, y por suerte, el ADN no tiene incidencia.

—¿Dónde queda la genética luego de un proceso de construcción cultural, experimental, del hombre?

—Hasta que no se demuestre lo contrario, dos identidades genéticas iguales, desarrolladas en experiencias culturales y medioambientales distintas, resultan vidas distintas. La identidad es una construcción, la genética es una parte. Aunque sería muy arriesgado establecer cuánto determina lo genético y cuánto lo cultural. De todos modos, hay campos como el de ciertas enfermedades, donde la determinación genética es clave y precisa, y no admite discusión.

—En el caso más dramático que cuenta tu libro (una pareja se enamora, el hombre le lleva más de 20 años a la mujer, y al cabo de unos meses de estar en pareja descubren que son padre e hija) queda planteado el límite: ¿es conveniente siempre conocer la verdad biológica?

—Es interesante, en este caso la construcción de la identidad de ambos no tuvo que ver con la verdad biológica.

—¿Y entonces?

—Es que ahora contamos con la herramienta para realizar la prueba. Hasta hace pocos años te quedabas con la duda, y listo. Ahora, en cambio, si te surge la duda, y tenés como dilucidarlo, ya no tenés retorno. Salvo en algunos casos, donde realmente ni vale la pena andar haciendo un ADN.

—¿Cuáles?

—Tuve un caso, de una pareja de abuelos, que tienen un hijo fallecido. Aparece una mujer, a su vez, con un hijo suyo y dice que el padre del chico es este hombre fallecido. Los abuelos toman contacto con el chico, se encariñan, y luego surge la duda: “¿Será nuestro nieto?”. Mi consejo es que si lo sienten como un nieto, y quieren tener una relación de abuelos con el chico, ¿para qué hacer el genético?. Que lo declaren nieto y listo. En este caso, la identidad biológica no cambiaría la posibilidad de construcción afectiva entre los abuelos y el nieto.

—¿Dónde quedará ubicado el ADN como instrumento de prueba de la identidad biológica de aquí hacia el futuro?

—Yo creo que la sociedad está colocando el ADN muy arriba, y si bien tiene gran importancia para diagnosticar y prevenir enfermedades, también corremos el riesgo de una manipulación genética generalizada. Incluso en la creación de bancos de ADN para uso policial en la lucha contra el delito.

—Ese es un tema controvertido.

—Mi idea es así: no podemos ir en contra de la tecnología que avanza en el mundo. No nos podemos escapar de la creación de bancos de ADN, el tema es cómo se regulan. Ahí debe dominar el Estado. De mi parte, sólo apoyo la creación de bancos de ADN para delitos sexuales y no para cualquier delito como proponen algunos.

—Respecto del alto porcentaje de padres que no son biológicamente tales, ¿“La identidad, historias reales del ADN” puede constituirse en un manual para varones a los que les hicieron el cuento?

—Suelo decir, en tono de broma, que cuando vas a una reunión de padres en el jardín de infantes de tu hijo, tenés que pensar que de los 10 padres que están allí sentados, hay uno que no es el padre biológico de su hijo. En realidad, se trata de un promedio, de distintas culturas y regiones del mundo. Estos datos surgen no porque las personas tengan dudas y se hagan estudios para ese fin, más bien salen de estudios que se hacen para otros fines, como transplantes, enfermedades y otras causas.

—El uso de ADN está sin marco legal y ya se asoma una discusión ética. ¿Se impone legislar el tema?

—Estamos reverdes con el asunto. Nos falta recorrer mucho camino, pensá que ni siquiera está legislado el aborto en la Argentina.


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Demanda. "Siempre me pedían que contara una historia", recuerda Bernath. Y entonces hizo un libro.

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