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 domingo, 07 de octubre de 2007  
[Nota de tapa] - Inventores sociedad anónima
Cuando el invento bien vale mil intentos
Lo que para la mayoría es un problema para ellos representa un desafío. Sus reaciones permiten hacer la vida más sencilla, pero no siempre logran ser reconocidos

Gabriel Zuzek

La capacidad de invención del hombre es previa al pensamiento científico. Por eso, miles de años antes de que Isaac Newton formulara las leyes de la mecánica ya habían sido creadas la palanca y la rueda. Desde el origen de la humanidad han existido los inventores y en todas las épocas se han destacado, generalmente envueltos en un gran anonimato, por crear proyectos múltiples. El sólo hecho de pronunciar la palabra inventor produce la estereotipada imagen de un individuo despeinado, con lentes, medio delirante y con la mirada perdida en algún punto del espacio. Sin embargo, la realidad es otra y esta simpática representación queda en el olvido cuando se ingresa en el mundo de los inventores.

La mayoría son ingenieros, técnicos o diseñadores, y hacen de la creatividad su principal fuente de trabajo para lograr que la vida sea un poco más sencilla. En Argentina, ser inventor no es fácil y mucho menos redituable. De los más de mil que hay registrados, apenas un puñado puede vivir de sus creaciones y el resto debe complacerse con el reconocimiento académico o con algún premio.

Casi como una costumbre el Estado suele estar ausente, tal vez por eso una buena cantidad de ideas brillantes, pero sobre todo útiles, no llegan a concretarse por la falta de apoyo económico. La Asociación Argentina de Inventores (AAI) los aglutina y en Rosario existe una delegación que asesora a los interesados en presentar nuevos proyectos.

En algunas oportunidades es bueno mirar atrás y preguntarse cómo sería la vida cotidiana si, por ejemplo, al húngaro nacionalizado argentino Ladislao José Biro (ver aparte) no se le hubiese ocurrido desarrollar la birome, uno de los inventos argentinos reconocidos mundialmente, o cómo serían las ciudades por la noche si Thomas Edison no inventaba la lámpara de incandescencia en 1879.

   Por todo esto es interesante detenerse un instante y pensar que cada elemento que utilizamos fue inventado por alguien y tiene detrás una particular historia.



En caso de emergencia

Enclavado en pleno Pichincha está el taller del inventor rosarino Claudio Blotta. Allí, rodeado de máquinas y herramientas desperdigadas, desarrolla sus invenciones secundado por tres operarios. Es padre de tres hijos y dueño de un humor muy singular. “Estudiar a mí me causaba un gran placer, la física y la matemática eran lo que más me gustaba. Yo no llegué a recibirme de ingeniero, pero soy ingenioso”, dice y sonríe.

Blotta es el coordinador de la delegación local de la asociación de inventores. Tiene 71 años y no olvida el origen de su vocación. “En mi caso es lúdico. Recuerdo haber hecho algo que entraría en la categoría de invento, cuando tendría siete u ocho años: una caña de pescar automática. En la época que había mojarritas en el Ludueña yo me quedaba al lado de la caña porque era algo parecido a las ratoneras. Al anzuelo iban dos hilos, uno tenso y el otro flojo, entonces el tenso movía un disparador de una banda de goma, que se largaba cuando la mojarrita mordía la carnada”, recuerda Blotta.

Entre sus principales inventos están las mejoras para motores fuera de borda, compactadoras de residuos, una máquina cortadora de discos farináceos y la camilla automática para emergencias con la que obtuvo la medalla de oro en la Exposición Internacional de Inventos de Ginebra, la más prestigiosa del mundo.

“Ese invento nació a partir de un accidente callejero. Había una persona tendida y la gente decía lo que se estila en esas situaciones: «que nadie lo toque». Entonces me planteé el problema de cómo levantar a una persona sin tocarla y se me ocurrió esta camilla. Es muy simple, una cinta transportadora ubicada en un chasis que gira y retrocede a la misma velocidad que avanza el chasis, o sea la levanta sin moverla”.

La filosofía de este inventor es el constante hacer: “Una idea empuja a la otra. Mi experiencia es que se plantea un problema y hay algo para resolver, entonces debe haber un manejo inconsciente y no es que baja la nube azul de la inspiración ni nada por el estilo. Pasa a ser como una gimnasia pero en el momento en que la mente se encuentra en un estado libre, que en mi se da al despertar”.

Blotta hace una pausa, busca unos catálogos en su escritorio y atiende el teléfono que suena de manera insistente. “Me considero un inventor davinciano —continúa—, porque conozco la rueda, la palanca, el plano inclinado, el tornillo; es decir, las cosas elementales. Además, la mayoría de los inventos es una combinación de cosas inventadas o descubiertas, y los que a mí me gustan son esos que cuando los ves decís: «ah, mirá qué fácil que era”, concluye.



Ayudame a mirar

Omar Centurión nació hace 45 años en San Nicolás, es técnico electromecánico especializado en informática y una de sus pasiones es la tecnología. Pero además es un entusiasta de la música.

Es de hablar pausado y sus ojos reflejan la generosidad de un hombre cuyo valor más importante es la solidaridad. “Siempre me gustó crear cosas a partir de la belleza de los inventos anteriores”, dice.

A fines de los 80, Centurión se fue a trabajar a Italia, donde se ubica el origen de uno de sus inventos. “Trabajaba en una fábrica automotriz, dónde reparaba las inyecciones electrónicas con una computadora, y conocí a una persona ciega que tocaba el órgano y que estaba aislado del mundo. Y pensé: «nosotros usamos la computadora para arreglar autos y a este hombre nadie lo ayuda»”.

Ese encuentro con el músico italiano lo llevó a dedicarse al proyecto que aliviaría a las personas no videntes. “Cuando le llevé el auto arreglado a la casa, su madre me hizo entrar y en el segundo piso había un órgano de iglesia y fue muy impresionante escucharlo. Pensé que había amplificadores, pero no, el que lo tocaba era Walter que es ciego. No podía entender cómo el no usaba nada para saber qué pasaba a su alrededor y yo tenía unos sensores bárbaros para mejorar la seguridad de los autos cuando había mucha niebla. Entonces, nació la idea de hacer un chaleco con dedos que le toquen la espalda y a base de sonidos se guiaba para la derecha o para la izquierda. Era algo más bien simple”, rememora Centurión.

Pasaron los años y a mediados de los 90, volvió a Argentina, donde se especializó en computación, con el objetivo de seguir con las pruebas para crear un sistema que ayude a los no videntes. “Una vez en San Nicolás conozco a una chica ciega y entonces hago una computadora fija y casera donde empiezo a tirar imágenes con sonidos. Ella los escuchaba y con una lapicera iba dibujando de manera perfecta las figuras que le daba la máquina”, relata

Esa experiencia fue el paso previo para inventar el Sistema de Percepción por Sonidos (SPS) que le permite a las personas no videntes recibir información del entorno captada por una microcámara, pudiendo definir puntos, líneas, formas simples y colores. Se trata de poder “escuchar” los colores y las formas.

“Yo no digo que la persona ciega va a poder ver normalmente, sino que el sistema le va a permitir percibir el entorno de otra manera”, explica Centurión.

Para este invento, Centurión consultó a neurólogos, psicólogos y especialistas de oído que no encontraron ningún tipo de contraindicaciones en la utilización del equipo. “Este aparato hoy está un poco limitado porque hace seis años que lo hice y en ese momento tenía una cámara analógica y a veces presenta algunos problemas. Hoy debería ser digital, pero no tengo el dinero para volver a hacer todo el desarrollo”, advierte Centurión.

En la actualidad existe una posibilidad de que la Universidad de Córdoba se interese en financiar el proyecto.





Mejor calidad de vida

Roberto Althaus tiene 60 años, es ingeniero civil y vive en Alberdi. Detrás de unos lentes delgados, resalta el celeste de sus ojos vivaces y sentado en su estudio de trabajo, cuenta: “Yo fui a una escuela de barrio donde se daban los programas normales de educación. Pero me acuerdo que cuando se habló de la energía y de las máquinas a vapor, me ofrecí a mostrarle a la maestra una sierra motorizada que había hecho con el Mecano, un juego que me habían regalado mis padres”.

“La diferencia con el común de la gente —señala— es que cuando hay algún problema la mayoría aconseja no meterse. Pero el que tiene la chispita creativa ve en una dificultad la posibilidad de un desafío. Quiere investigar y acercar una solución. Porque acá no se trata de inventar la pólvora o la rueda, sino de buscar todo lo que hay y, a partir de ahí, encontrar las respuestas”.

A este inventor le preocupa la problemática de la falta de viviendas que históricamente aqueja al país. “La carencia ronda los tres millones de unidades. El Estado ha hecho algunos planes pero no alcanza. Vivo cerca del barrio Rucci, que fue hecho de bloques de cemento. Mirándolo de afuera, el barrio estaba impecable, pero adentro tenía muchos inconvenientes, porque el bloque es muy fuerte mecánicamente pero no resiste el paso de la temperatura. Así, en verano hace mucho calor y en invierno mucho frío, y cuando se lo calefacciona enseguida aparecen fisuras”, revela el inventor.

“Entonces me puse a investigar y a desarrollar un sistema que permitiera reforzar el bloque para que no aparezcan grietas y al mismo tiempo fijara una aislación térmica y un revoque interior de calidad”, dice Althaus.

El invento que patentó lleva el nombre de “Trama antifisuras para fijación de aislación y revoque”. “Los bloques tienen muchas propiedades y no es necesario hacer una fortaleza para usarlos, sino que también sirven, por ejemplo, para hacer techos livianos”, detalla el inventor.

Althaus también toma a la invención como una expresión lúdica. “Esto se trata de hacer algo; si se logra, funciona y le sirve a alguien, mucho mejor. Si se logra, funciona, le sirve a alguien y además da plata, sería lo ideal, pero en la Argentina es muy difícil. Mi sueño es que se hagan casas baratas, buenas y durables. Que sean seguras, con las comodidades mínimas, pero que no pasen ni el frío, ni el calor y mucho menos la humedad”, anhela Althaus.

No es un ilusión descabellada, sólo haría falta un aval de mayor nivel para que ese sueño pueda hacerse realidad. Como tantos otros que esperan concretarse.


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SOS. Claudio Blotta diseñó una camilla automática luego de observar a una persona accidentada.

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