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 sábado, 06 de octubre de 2007  
Urbanismo: contra la corriente
El municipio impulsa las reformas al código urbano sin debate y con la férrea oposición de los profesionales de la construcción. Duras reacciones contra un plan superficial

Textos: Aníbal Fucaraccio / Alberto Serra (arquitectos)

La Municipalidad puso nuevamente sobre el tapete la discusión sobre el plan de reordenamiento urbano para el área central y el primer anillo perimetral de Rosario. Para esta ocasión agregó el análisis de especialistas internacionales. Luego de la fiebre que provocaron las elecciones en la ciudad y la provincia, el gobierno municipal convocó otra vez a funcionarios, empresas constructoras, arquitectos, ingenieros e inmobiliarias a debatir los lineamientos de la nueva normativa. Y la reacción sólo fue de rechazo.

La Intendencia plantea algunos pequeños avances en la reglamentación pero queda claro que se mantiene parada sobre una postura demagógica, superficial y abstracta, que mira de espaldas —y para abajo— a la ciudad del futuro y que hace oídos sordos a los especialistas y las entidades que se dedican a estudiar el tema.

Uno de los puntos más conflictivos es que este plan no fue concebido ni tratado entre profesionales. Su instancia de discusión tuvo muy bajo vuelo. Las consultas a la Facultad de Arquitectura de Rosario (UNR) no fueron tales y la Audiencia Pública fue un manotazo desesperado que buscó configurar vanamente la idea de consenso con la sociedad civil. El debate con los vecinos damnificados con los problemas de la construcción no arrojó conclusiones saludables. Una consecuencia lógica ya que el marco de negociación no era el adecuado para arribar a pautas técnicas provechosas.

Pese a la encuesta que difunde la Municipalidad que indica que el 75 por ciento de los rosarinos le dice “no” a la posibilidad de ser vecinos de estos inmuebles, hay que dejar en claro que esos problemas no son provocados por el Código Urbano. Un edificio en construcción de tres pisos provoca los mismos trastornos que uno de siete, o de diez, o de quince. La cuestión no pasa por la altura. Esos inconvenientes se solucionarían si todo el escenario de la construcción se compromete con una mayor calidad y seguridad en los trabajos. Y, sobre todo, si la Municipalidad se hace cargo de su natural rol de órgano regulador y controlador del sector.

Eso refleja que este plan nació mal. Intenta salir a la luz con una lectura fragmentada del hecho urbano que fuerza su norte —sin ruborizarse— hacia un rédito político.

El centro de discusión mediática se colocó intencionadamente sobre la seria limitación a las alturas que se promueve en la zona céntrica de la ciudad. Esta postura generó inmediatamente el rechazo de todo el sector empresarial que alega que se genera un escenario que atenta contra la actividad de la construcción, la vuelve inviable económica y financieramente. Y más allá de que se intente calificar esa respuesta como una defensa corporativa de intereses, lo cierto es que la reglamentación impulsada por la Intendencia logró la reprobación de todos los actores involucrados en la escena de la construcción, desde aquellos que miran la actividad como inversión hasta los que guardan un espíritu más romántico y comprometido con el desarrollo del urbanismo.

En la propuesta municipal se sigue verificando una lectura fragmentada de la ciudad. Sólo se proponen cambios en un sector limitado (centro y macro centro). No se acepta la heterogeneidad existente. Y queda claro que no se intuyen las modificaciones en el paisaje y el espacio urbano que provoca. No hay percepción de ciudad y se deterioran las condiciones ambientales.

“En esta segunda versión hay cambios de importancia”, llegó a esbozar la secretaria de Planeamiento, Mirta Levín, mientras el gobierno municipal todavía no larga prenda sobre los detalles de las modificaciones previstas en el proyecto oficial. Sin embargo, todo hace intuir que los cambios siguen levantando las banderas de superficialidad. Hasta ahora la Intendencia sigue buscando instalar el límite a las construcciones en altura como eje del plan. Pero se olvida de destacar que ya existen restricciones en el Código Urbano desde su creación y que todo lo que se levantó durante las últimas décadas estuvo tutelado por la normativa vigente.

Luego del 10 de diciembre el partido gobernante tendrá mayoría legislativa en el Concejo. La Municipalidad tiene la posibilidad de usar ese recurso para evitar el debate. La cuestión se encuentra estacionada en un punto de conflicto. Todavía se está muy lejos de lograr acuerdos y entendimientos para aprobar el nuevo código y durante la semana pasada la propuesta se presentó en el Palacio Vasallo en forma “enlatada”, a través de dos anteproyectos de ordenanza.

Históricamente Rosario sufrió planes que establecieron serias contradicciones con los anteriores y que aturdieron su crecimiento. Esos contrapuntos la obligaron a crecer sin fundación y con tropiezos, de espaldas al río hasta el regreso de la democracia. Pero como supuesta instancia superadora la Municipalidad intenta plantear más confusión, con una miopía alarmante en las nociones de ciudad y con una inexplicable fobia a las construcciones en altura.

Sería conveniente, ya con un nuevo período de funciones obtenido en las recientes elecciones, que la Municipalidad no utilice un nuevo plan urbano como un matafuego para calmar reclamos coyunturales. El Código Urbano merece una necesaria revisión y hay una chance histórica para discutir la ciudad de los próximos cincuenta años. Para eso hace falta un plan que exhiba una posición más conciliadora, comprometida, que encierre un debate serio entre profesionales y que guarde una visión integral de la ciudad. Hasta ahora nada de eso salió a escena y todo es incertidumbre.
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