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 domingo, 30 de septiembre de 2007  
Valoración del paso del tiempo

Una de las situaciones inevitables de la existencia es el transcurrir del tiempo, y justamente con esto es con lo que construimos nuestra vida. Con los años adquirimos elementos relacionados con lo que fue interesando en cada momento de acuerdo a estudios, conocimientos, crecimiento físico y emocional, ahorros y bienes materiales. De una persona a otra hay diferentes valoraciones sobre el tiempo transcurrido en la adquisición de estos elementos ya que inclusive para adquirirlos hubo una elección y cada elección supone una pérdida de otra posibilidad. En definitiva lo que termina preocupando más es lo que perdemos. Pérdidas materiales, angustias, ausencias, faltas, cosas que no están más o van a dejar de estar. Cuántas veces escuchamos: perdí el trabajo, los ahorros, a un ser querido, la juventud.

   El temor a la vejez y a la muerte es común asociado al aumento de los años. Comenzamos a vivenciar pérdidas desde el momento mismo del nacimiento. Las pérdidas son los eventos más dolorosos de nuestra existencia, desde algo tan entendible como el pecho materno, las heces, la presencia o ausencia de los padres, el paraíso perdido de la infancia, la adolescencia, la juventud, belleza y la sexualidad, lo que implica aproximarnos a una de las etapas más menospreciadas y degradadas en esta cultura, la vejez, por el simple hecho de que es la última que se pierde, “el preaviso de la extinción”.

   Cuando el paso de los años comienza a dejar sus marcas que se inscriben en el alma parecería que la pregunta por la mortalidad se hace más presente. ¿Cuál es nuestra actitud frente al paso del tiempo?, cómo enfrentamos la tan conocida frase nada es para siempre?

   Si escribimos en un papel “auto viejo”, en nuestro pensamiento lo reflejamos como un vehículo deteriorado. Esto no sucede cuando nos referimos a un “auto antiguo”. A un vino de guarda le decimos “añejado”, si escuchamos “viejo” lo pensamos picado.

   La cultura y las costumbres hacen a las sociedades, a nuestro pensamiento y a la subjetividad. ¿Será por eso que el signo del tiempo nos preocupa, nos angustia y nos vuelve frágiles? Ante esta sensación de angustia se corre el riesgo de querer parar el tiempo cuando en realidad lo que se paraliza es la vida, las actividades, los cuidados, los proyectos y la sexualidad. Caemos en la desidia y el abandono hasta que nos damos cuenta de las posibilidades que hay sobre lo que tenemos y las nuevas adquisiciones. En algunas ocasiones tardamos más, en otras menos, y en otras quedamos inhibidos hasta encontrar los recursos necesarios para seguir.

   Nuestro pensamiento está impregnado en forma muy rígida con los valores determinados por lo social y cultural. La subjetividad está marcada por la época. No hay inconsciente desprendido de la cultura en que se vive ¿Qué ves cuándo te ves? Una imagen. Lacan señala cómo la imagen se construye a partir de la imagen del otro; el soporte simbólico es un tercero que confirma el valor de esa imagen. Si tomamos un sistema de referencia para identificarnos vamos a terminar siendo lo que este sistema nos diga qué somos.

   María Soledad Cimadoni

Psicoanalista

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