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 sábado, 25 de agosto de 2007  
Déficit de atención: cómo evitar que sea un estigma

El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) interfiere con la capacidad de una persona a la hora de controlar el nivel de actividad, atención y comportamiento y hace que le sea difícil concentrarse y dedicarse a tareas específicas. Para poder determinarlo los síntomas deberían afectar a más de un entorno como la escuela, el trabajo o el hogar.

¿Por qué es importante diagnosticarlo y tratarlo de una manera apropiada? Porque puede afectar muchos aspectos de la vida del niño. Puede provocar dificultades con la familia y con las relaciones sociales y en la escuela puede obstaculizar el aprendizaje. Y como adultos, las personas afectadas podrían estar más predispuestas a tener mayores dificultades en todas las actividades de la vida cotidiana. Proporcionar información precisa es un paso importante a la hora de ayudar a las familias y a los niños que podrían estar afectados.



¿Qué hacer?

¿Qué es lo que debería hacer si sospecha que su hijo lo padece? Si duda que su hijo padece TDAH lo primero que debería hacer es hablar con el médico, quien seguramente apoyará su diagnóstico en la experiencia de profesionales de otras áreas, como por ejemplo la psicológica, primordial a la hora de un buen y completo psicodiágnostico.

Con frecuencia los síntomas de otros trastornos pueden ser similares, por lo que el médico debería descartar cualquier otro posible trastorno antes de llegar al diagnóstico del TDAH.

Para obtener un diagnóstico adecuado los síntomas de falta de atención, hiperactividad e impulsividad deben afectar a una persona durante cierto período de tiempo y en diferentes entornos. Para una evaluación detallada, el médico puede solicitar información en los entornos afectados: en la escuela a través de los profesores, en el hogar a través de los padres y en cualquier otro lugar en el que existan personas que hayan tenido un contacto duradero con el paciente.

En la actualidad hay muchos niños diagnosticados con este síndrome. Fundamentalmente parecería estar puesto el acento en la hiperactividad. La pregunta es la siguiente: ¿es menos grave el síndrome en un niño quieto?; ¿no será que hay que acompañar las inquietudes y/o a los inquietos, las disatenciones y/o la mayor o menor atención con la lectura de otras variables intervinientes que son cruciales en el diagnóstico?

Un niño escolarizado cuyas condiciones de educabilidad biológicas, psíquicas y sociales son las adecuadas, pero singularizadas y no estandarizadas, debería permanecer en el aula común con todas las ayudas y/o apoyos que sean necesarios. Para esto es bueno ejercer el derecho que como personas y ciudadanos tienen y exigir que se respeten las leyes.

Tanto la ley de educación actual como la discapacidad tienen explícitamente expresado que será tarea de cada institución educativa definir su proyecto educativo institucional y la inclusión social es fundante.

Patologizar la infancia es cruel. Con esto no niego que el problema exista y en ocasiones se hace insostenible la permanencia del niño/a en el aula, pero no debemos olvidarnos de los problemas fundamentalmente sociales que le anteceden. Para algunos teóricos, entre el 2 y el 5 por ciento de la población sufre este trastorno; para otros el porcentaje ronda entre el 7 y el 10 por ciento, con el agravante que se encuentra en una muy alta proporción combinado con otros trastornos como los psiquiátricos, de ansiedad o conducta disocial y problemas de aprendizaje.

¿Habrá que adentrarse a fondo en otras variables intervinientes, tales como sociedad, familia y escuela? En ocasiones los mejores resultados se han obtenido de la combinación de un abordaje de diferentes intervenciones psicoterapéuticas según necesidad, complejidad y posibilidades socio-familiares, complementándose en algunos casos con el apoyo de medicamentos específicos controlados por profesionales.

En la actualidad se encuentran niños altamente medicados y sin ningún otro tipo de tratamiento, lo que hace suponer que ha faltado un análisis profundo de las causas. Lo cierto es que en la mayoría de los casos hay condiciones cuyas modificaciones serán posibles a largo plazo, pero esto no es indicativo para bajar los brazos; por el contrario, la dedicación, la paciencia y el respeto que le brindemos hará que llevar adelante este sindrome no sea un estigma.

Y como ni todo es tan bueno ni tan malo habrá que concientizar a padres, docentes, médicos y terapeutas para respetar las singularidades y no estandarizar las respuestas.

Los tratamientos son singulares y deberán controlarse permanentemente y en este punto la interdisciplinariedad esencial.



Silvia Susana Barbará

Psicopedagoga

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