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 miércoles, 22 de agosto de 2007  
Reflexiones
Un filósofo me ayuda en el consultorio

Por Carlos A. Yelin (*)

Vincular en forma literal la fundacional tarea de Edgar Morin, pensador, filósofo, pedagogo, y aventurero en la renovación de la concepción del pensamiento a la actividad cotidiana de un médico común no parece sencillo.

Quien generara un cambio casi copernicano al promover la necesidad de asumir una actitud abarcativa y transdisciplinar como matriz de pensamiento, parece más destinado a una clase para altos estudios filosóficos que para ser trasladado al quehacer de un sencillo consultorio médico.

Pero cuando plantea: a) “El conocimiento de lo parcial sólo es factible con el entendimiento del todo y viceversa”. b) “La permanente vinculación e interacción de las cosas obliga a la observación compleja y nunca fragmentaria”. Es fácil comprender el nacimiento del concepto del pensamiento complejo y como colabora en forma decisiva en la tarea diaria del médico en general.

Edgar Morin (su apellido real es Nahoum) nace hace 85 años en Francia. A poco de culminar la universidad se incorpora a la resistencia francesa. Al finalizar la guerra, el interés por entender el comportamiento del pueblo alemán lo hace radicarse en ese país y produce su primer libro “Alemania año cero” (1946). Más adelante, en 1962, se apasiona por el análisis del comportamiento humano, generando ensayos con enorme repercusión. Por ello el gobierno francés le solicita un proyecto educacional aplicable a todos los estamentos dentro de la estructura del aprendizaje. Comienza allí la producción del “Método”, con: “El conocimiento del conocimiento” (1978), “Ciencia con conciencia” (1982), “Las ideas”, (1991) y “La mente bien ordenada”(2000). En este último, Morin parte de una frase de Montaigne, que tiene un valor trascendental en la concepción de la enseñanza-aprendizaje: “Más vale una cabeza bien puesta que una cabeza repleta”. Cuando en la Facultad de Medicina de la década del 60 nos obligaban a estudiar en forma minuciosa los puntos de inserción de los músculos sin ninguna vinculación con otra área del conocimiento, se cometía el triple error que sufrimos y que aún muchos docentes no identifican: 1º) Llenábamos la memoria de datos que no podíamos capturar en un sentido determinado y que luego los perdíamos rápidamente. 2º) La toma de los contenidos se desarrollaba en forma absolutamente memorística, por lo que nuestra participación en la formación del conocimiento era nula. 3º) Total desvinculación de la parte con el todo; estudiábamos los huesos de la muñeca como si no formaran parte del cuerpo. El desconocimiento de estrategias pedagógicas era lo habitual. Rescata a la facultad de esa época la dedicación de los docentes, sobre todo de los intermedios, jefes de trabajos prácticos, y la excepcional brillantez de algunos titulares.

Morin piensa que el estudio fragmentario, sin conceptos vinculativos, convierte lo aprendido en una isla que luego no se identifica. El deambular de los pacientes en las especialidades, sin identificar quién es la persona indicada para asistirlo, nos recuerda a las islas de Morin. No significa esto, que sólo deban existir clínicos. Expresa la imprescindible necesidad que todos, clínicos o especialistas, tengan una concepción transdisciplinar que les permita trabajar con una visión ampliada de la problemática del paciente, y de tal manera soslayar el error común de desear un corazón sano, o un riñón compensado, o una dispepsia curada, en un paciente deshidratado o desnutrido, con pésimo estado general. Pero, planteada la utilidad, la importancia, y podríamos decir la necesidad del pensamiento complejo y transdisciplinar en la tarea médica, ¿cómo se logra y cuál es su utilidad fuera del contexto de la tarea médica de consultorio? Su adquisición y desarrollo debe trabajarse en grado y postgrado. En grado, evitando la transmisión de los contenidos parceladamente, y siempre con la mirada puesta en la aplicabilidad de lo aprendido. Es lo mismo que hacemos cuando recogemos una historia clínica y seleccionamos los datos pertinentes y que servirán para el diagnóstico, pero también para un mejor vínculo con el paciente, y accesoriamente para un pronóstico acerca del comportamiento que tendrá en el cumplimiento de las medidas preventivas o curativas que se le sugieran. En postgrado, durante la residencia de clínica, usemos un ejemplo simple: trabajar mucho con casos que sólo se resuelven con la cirugía o con el estudio anatomopatológico, lo que obligue al graduado en la discusión previa, a entrecruzar datos, sin perder de vista nada, y fomentando el conocimiento del todo y las partes. En las especialidades tratando de trabajar todos los temas aun los específicos como una urticaria o un mareo, con el perfil que tienen en un sujeto determinado, y en un contexto en el que se contemplen las enfermedades concomitantes y las características particulares de ese ser humano. Personalmente sería partidario de la creación de una cátedra para el aprendizaje de la comprensión humana. El escuchar atentamente y posicionarse dentro de la problemática del enfermo constituye un privilegio de pocos, que puede aprenderse como si se tratare de una materia más de la carrera. En nuestra tarea habitual siempre han sido mucho más valorables los logros relacionados con el entendimiento de la previsibilidad del comportamiento del entrevistado que del resultado de un estudio de alta complejidad, para así identificar qué es lo que el paciente desea y espera de nosotros, y ser oportunos en el momento de estudiarlo.

“Tejer, trenzar, mallar, ensamblar, enlazar, articular, vincular, unir el principio con el final, esa es la connotación de lo complejo” (E. Morin. “Introducción al pensamiento complejo”, Gedisa 2000).

Cuando leemos la frase anterior pareciera que nos estamos refiriendo a lo que intentamos hacer los clínicos en los casos complejos. Pero también, lo que hace un cientista de educación cuando ordena los contenidos de una currícula, o el científico cuando analiza una investigación y articula la metodología apropiada. Complejo, viene del latin: “complectere”, cuya raíz “plectere” significa tejer o trenzar, y que junto con el prefijo “com” adiciona el criterio de dualidad. O sea, ensamblar elementos opuestos que luego se combinan funcionalmente pero sin perder individualidad. Y ese filósofo no sólo nos auxilia a nosotros, los médicos, con su matriz procedimental, sino al arquitecto cuando lo motiva a combinar su creatividad al ambiente que va a cobijar su diseño y al destinatario final del mismo. Quizá al hablar un poco reiterativamente de lo complejo, queda la concepción que todo en medicina debe ser complejizado. Es justo el trámite inverso, tener un pensamiento complejo es el más expeditivo camino para lograr conclusiones simples y claras, que nos acerquen a la certeza y nos alejen de la permanente incertidumbre de la ciencia y la vida.

(*) Médico


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