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 domingo, 05 de agosto de 2007  
Para beber: grandes inversiones

Gabriela Gasparini

Para captar y fidelizar consumidores las bodegas deben emplear una batería de artilugios que no se terminan en embotellar un buen vino. Y no me refiero ni a una linda etiqueta o la oferta de un combo “lleve tres, pague dos”, sino en incorporarse al circuito turístico ofreciendo recorridos por los viñedos y mostrando in situ cómo se elaboran los vinos, para terminar con una cata a toda orquesta.

   Con una historia que nos aventaja en décadas, las bodegas del viejo mundo están convirtiendo sus instalaciones en mezclas de catedrales y museos adonde llegan los peregrinos para darse un baño de cultura vinícola. Estas construcciones que demandan grandes inversiones, por ejemplo de 80 millones de euros, son encargadas a renombrados arquitectos que poseen en su haber obras mayúsculas.

   Entre los más conocidos se puede nombrar a Frank Gehry que diseñó para Marqués de Riscal un edificio con reminiscencias al Guggenheim de Bilbao, en el que combina en titanio distintos colores que reflejan la esencia del vino, el rosado para emular al color del tinto, el plateado como las cápsulas y el dorado por la malla que recubre las botellas. Dicen que Gehry se resistía a inmiscuirse en un proyecto de ese tipo, y que para convencerlo le regalaron una botella cosecha 1929, año de su nacimiento.    Es obvio que la construcción no se limita a lo que podríamos llamar espacio productivo, sino que además tiene un hotel de lujo, un restaurante, un spa para tratamientos de vinoterapia, sala de conferencias, museo y la infaltable tienda para el merchandising. Como el canadiense, también el valenciano Santiago Calatrava puso su creatividad al servicio de la bodega Ysios, que se yergue a los pies de la sierra de Cantabria, en la Rioja Alavesa, y que floreció en una construcción desconcertante cuya silueta ondulante se asemeja a un conjunto de barricas formando olas de madera y aluminio. No se podía esperar menos de quien desarrolló proyectos como la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia.

   Al grupo se sumó nada menos que Renzo Piano, el arquitecto italiano autor del Centro Georges Pompidou que hace poco concluyó una bodega colgante en la Toscana, Rocca di Frassinello, rematada con un pabellón de cristal y una serie de espejos que hacen que la penumbra de la bodega sea atravesada por los rayos del sol. Su dueño, Paolo Panerai, comentaba entusiasmado que Piano “demostró su habilidad alojando bajo tierra centenares de barricas. Incluso los contenedores de uva los tenemos bajo la superficie para que las uvas puedan depositarse ahí durante la cosecha, sin necesidad de bombas”.

   Estarán pensando que no hay mujeres en esta historia, pero sí las hay. La arquitecta difícilmente podría ser otra que la iraquí Zaha Hadid, contratada, como es de esperar, por otra mujer, María José López de Heredia, una bodeguera riojana que heredó el establecimiento de su bisabuelo, y que decidió que el 125 aniversario ameritaba un cambio. Para la creadora el hilo conductor de su obra fue enfrentar lo nuevo a lo antiguo, según declaró al diario El País de Madrid. La dueña opina que “es una joya de modernidad donde todo se hace con artilugios juliovernianos. Las tinas de madera tienen más de 100 años, los filtros son gavillas de sarmientos, la instalación eléctrica es la original y el moho controla la humedad. No escogí a una arquitecta famosa por marketing, continúa, de Hadid me gustó además de su obra que fuera mujer y algo que leí que había dicho: La arquitectura sólo tendrá importancia cuando los particulares apuesten por el riesgo”.



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