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 sábado, 07 de julio de 2007  
Ciudades más seguras
Un programa regional busca implementar políticas municipales para prevenir la violencia urbana hacia las mujeres y lograr un diseño participativo y de apropiación de lo público

Textos: Paulina Schmidt

El diseño de las ciudades y la planificación de los territorios, entendida como una forma de distribución equitativa de los recursos, significa concebir los espacios públicos como un lugar de encuentro colectivo entre varones y mujeres de todas las condiciones sociales. La distribución de los servicios, el equipamiento urbano, el mejoramiento del barrio y la identificación y apropiación de los habitantes con su lugar de origen, son elementos que contribuyen al mejoramiento de la calidad de vida. Desde una perspectiva de género y con el objetivo de contribuir al diálogo político y técnico entre distintos actores de instancias gubernamentales y de la sociedad civil, el programa “Ciudades seguras: violencia contra las mujeres y políticas públicas” es el resultado del consenso entre centros de estudio y organizaciones no gubernamentales.

Con motivo de la presentación del libro “Ciudades para convivir: sin violencia hacia las mujeres” visitaron nuestra ciudad las arquitectas Ana Falú, directora regional en Brasilia de UNIFEM (Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer) y Olga Segovia, de Chile, coordinadora del referido programa y especializada en temas urbanos y de seguridad. El libro plantea enfoques y estrategias para afrontar la violencia urbana vista desde una perspectiva de género, con el objetivo de contribuir al diálogo político y técnico entre distintos actores de instancias gubernamentales y de la sociedad civil.

“Los temas que trabajamos desde las organizaciones históricamente se cruzan con el hábitat entendido como el derecho a la vivienda, los servicios y al transporte público, pensando que las mujeres perciben y viven la ciudad de manera diferente”, explicó Liliana Rainero. La arquitecta y docente de la Facultad de Arquitectura de Córdoba y coordinadora de la Red Mujer y Hábitat de América Latina, dialogó con Estilo acerca del programa regional, coordinado por UNIFEM y apoyado por la Agencia Española de Cooperación Internacional. Esta experiencia, que arrancó el año pasado y que culminará en el 2009, se desarrolla en las ciudades de Rosario, Santiago de Chile y Bogotá.

“Uno de los pilares y logros del programa es el fortalecimiento y trabajo con las organizaciones de mujeres y de la sociedad civil en comunión con los gobiernos locales”, aseguró la directora del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer. Gracias a su incansable militancia en política y derechos humanos, Ana Falú trabaja en Brasilia, donde reside junto a su familia. Nacida en Tucumán y luego de un largo exilio político en los tiempos de la dictadura, desde el 2002 trabaja en temas relacionados con la mujer y el hábitat.

Las bases del programa se basan en el proyecto denominado “Implicadores urbanos de género”, que realizó un estudio comparativo en cinco ciudades de Latinoamérica: Montevideo, Asunción, Rosario, Mendoza y una chilena. La encuesta realizada a hombres y mujeres acerca del uso de los espacios públicos reveló la importancia que los ciudadanos le asignan al mobiliario urbano y el modo de interrelacionarse.

La conclusión de este trabajo fue la percepción de inseguridad tanto en hombres como mujeres ante el incremento de la violencia social y urbana en las ciudades latinoamericanas. Como dato revelador surgió que las mujeres modificaron su rutina diaria más que los hombres y comenzaron a naturalizar el temor. Dejaron de salir a determinadas horas y ya no circulan ni caminan por determinados lugares. Esto lleva a que la mujer comienza a perder libertad y derechos de ciudadana. La calle, en lugar de ser un espacio de sociabilización, multifunción y pluralidad, genera miedo y exclusión.

La arquitectura y el urbanismo son importantes para lograr ciudades más seguras y para el cambio del diseño urbanístico que colaboren con el vínculo social y físico de algunos barrios. En este sentido, el programa “Ciudades sin violencia” contribuye a que las políticas de seguridad ciudadana incorporen la violencia de género entre sus preocupaciones

—¿Cómo se manifiesta la violencia urbana hacia la mujer?

—Cuando los medios de comunicación, la sociedad o los gobiernos hablan de la preocupación acerca de la violencia manifiestan un “concepto restrictivo” del delito. Sólo se habla del atentado a la propiedad, los hurtos y los asaltos pero nunca se menciona la violencia de género, entendida como la que se ejerce por el hecho de ser mujer. Las estadísticas son alarmantes en todos los sectores sociales. La intención de estos programas es que las políticas de seguridad ciudadana incorporen la violencia de género entre sus preocupaciones. (Liliana Rainero)

— Nos referimos a la violencia desde diferentes dimensiones y formas, que no necesariamente es la física o la delictiva. La inseguridad se percibe en la ciudad con sus modos de vida, sus servicios y el desarrollo urbano, que influyen tanto en la percepción del temor, la limitación y disminución de los derechos y la recreación, como en la libertad y usos del tiempo. En Chile hoy existe una gran preocupación en torno al servicio de transporte urbano. Los modos de la ciudad comienzan a afectar la vida privada de los habitantes, donde el estrés y el caos de lo cotidiano incrementan el índice de conflicto familiar. (Olga Segovia)

—¿Qué intervenciones se pueden lograr desde la política y la sociedad para revertir esta situación?

—La seguridad urbana no es una política social más. Para pensar en una respuesta a esta situación es preciso considerar su relación con otras políticas como la de vivienda y educación. Uno de los pilares y logros de este programa es el fortalecimiento y trabajo con otras organizaciones de mujeres y de la sociedad civil. (Olga Segovia)

—El gobierno municipal juntamente con otras instancias de gobierno tendrían que debatir cuestiones como la extensión innecesaria de la ciudad, es decir, encontrar la forma de compactarla y hacerla más eficiente. El transporte público y la iluminación, por ejemplo, deben evitar estos vacíos que se producen sobre todo en la periferia urbana. Cuando los ciudadanos se mueven en el centro de la ciudad existe menos temor debido a cierta vitalidad existente, como el tránsito de peatones y autos, que ejerce una suerte de control social sobre el espacio público. (Ana Falú)

—Ante una urbanización acelerada de ciudades como Rosario, ¿cómo evitar la brecha cada vez mayor que existe entre los barrios?

—La característica más sobresaliente es la segmentación y segregación. La ciudad se extiende por el lado de la riqueza; murallas que cierran y protegen a un altísimo costo económico la seguridad de unos cuantos. En los sectores de menores recursos encontramos una gran extensión de territorio habitada, con pocos servicios, iluminación y transporte distante, y estos son los peligros cotidianos que vive la gente. El Estado tiene herramientas para dirigir otro tipo de diseño y planificación del territorio y revertir algunas políticas para convivir en una heterogeneidad social. Si esto no cambia, la ciudad se convertirá en un conjunto de ghetos de sectores sociales homogéneos. (Ana Falú)

—El diseño de las ciudades y de alguna manera la planificación de los territorios, entendida también como una forma de distribución equitativa de los recursos, significa continuar concibiendo los espacios públicos como de sociabilización colectiva y encuentro entre varones y mujeres, de todas las edades y condiciones sociales. También, la distribución de los servicios, el equipamiento urbano, el mejoramiento del barrio y la posibilidad de que la gente se identifique y se apropie de un lugar son elementos que coadyuvan al mejoramiento de la convivencia. El Estado no debe negar el conflicto y en cambio sí buscar estrategias para dirimirlo, como consolidar pequeñas organizaciones de mujeres en los barrios. (Olga Segovia)

—¿Cómo contribuye la arquitectura en esta cuestión?

—El contexto urbano y la conformación territorial son fundamentales no sólo para construir modos de organización distinta sino también para generar otras oportunidades para los habitantes. Aunque existan cuestiones que el modelo produce por sí mismo, es fundamental la intervención del Estado. Los arquitectos tienen voz para cambiar algunos diseños urbanísticos, proponer otras cosas y ciertas normas para dejar atrás la concepción de barrios sin vínculo social y físico. Sin puertas, ventanas, comercios, ni gente circulando, las calles se transforman en lugares desolados donde sólo transitan vehículos. La arquitectura y el urbanismo son importantes para lograr ciudades seguras. (Olga Segovia)

—¿Cuál es el contexto de las ciudades donde trabajan?

—A excepción de Bogotá, que presenta una alcaldía colaboradora del programa ante el fuerte concepto de violencia política con desplazamiento y migración de una cantidad de mujeres, el resto de las ciudades de América Latina presenta problemas y características similares. En el caso de mi ciudad, Santiago de Chile, es mucho más segura, pero también genera segregaciones y exclusiones. Estamos trabajando en un programa nacional de mejoramiento de algunos barrios críticos. (Olga Segovia)

— Brasil tiene una secretaría de política a favor de la mujer e instalación en lo público de políticas de igualdad de oportunidades. En los gobiernos de ciudades como Recife está ingresando este modelo, y en general, en toda América Latina se han consolidado fuertemente las áreas de la mujer y los mecanismos locales y provinciales. (Ana Falú)

— En el caso de Rosario, esta ciudad tiene a favor la continuidad de gestiones y políticas socialistas, además de un compromiso con la formación de los derechos de las mujeres y un ámbito para pensar en programas innovadores. Actualmente estamos trabajando con un grupo de mujeres en el Distrito Oeste. (Liliana Rainero)

—¿Qué es lo más preocupante con respecto a la percepción de la violencia?

—Es interesante discutirlo con los jóvenes porque ellos aceptan mucha violencia. Es decir que aquí existe un problema ideológico y cultural en una sociedad como la nuestra que ha construido violencias institucionales. Es necesario trabajar la violencia de género en las calles y en el hogar, y encontrar el modo de construir ciudadanía respetuosa. Estas jóvenes mujeres y hombres son sujetos de política por sí mismos y es necesario indagar cómo están percibiendo esta situación en la ciudad y qué podemos hacer. Conocer sus propias estrategias para sumarlas al colectivo de la ciudad, difundirlas y oficializarlas a través del gobierno. Por ejemplo, salir en grupo, quedarse en los boliches hasta que amanezca o siempre volver acompañados son algunas tácticas de las que se valen para resguardar su seguridad. (Ana Falú)

—¿Cuál es el aporte desde las organizaciones no gubernamentales y de la sociedad civil?

—Desde este lugar aportamos un granito de arena hacia una transformación que es necesaria en nuestra sociedad y que abarca otras transformaciones. Una vez instalado el tema en la sociedad, la segunda propuesta concreta es que los propios gobiernos definan un territorio de laboratorio y acción. Luego, el tercer punto interesante es la decisión de trabajar con la juventud en una relación intergeneracional. Para Naciones Unidas es importante iniciar el diálogo con la juventud, en una ciudad como Rosario que puede ser modelizadora de otras conductas y políticas. Estos jóvenes deben conocer las convenciones internacionales, los acuerdos que el gobierno argentino ha firmado en el mundo. Además, informarse sobre cuáles son las legislaciones nacionales y herramientas que tiene el gobierno local. Si en los barrios se estructuran organizaciones de mujeres que luego se comprometen y dialogan sobre estos temas y establecen estrategias en conjunto con otras redes y el área de la mujer del gobierno local, el programa es exitoso. (Ana Falú)
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