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 domingo, 01 de julio de 2007  
Pamplona: toros y literatos

Es posible que la gente, aun sin conocerla, abrigue debajo de sus meninges una Pamplona imaginada, nacida a golpes de lecturas o anécdotas y desarrollada gracias a fiestas, toros y literatos tan premiados como autodestructivos. Pues bien, una parte de esa Pamplona de fantasía tiene pocos elementos en común con la real, aquella que late en el tráfico indisciplinado, en los barrios modernos, en algunos edificios altos, y en la gran cantidad de parques y espacios verdes.

No obstante, y para fortuna de intuiciones o prejuicios, existe otra parte de Pamplona fácilmente identificable, incluso por quienes jamás pisaron sus calles adoquinadas; es la zona del casco viejo, y de la plaza del Ayuntamiento, de las murallas y el pasado medieval, de los bares y sanfermines. Es precisamente allí donde comienzan las visitas a la capital de Navarra, como si el recién llegado pretendiese, de esa forma, revalidar sus “saberes”: El paseo requiere hacerse con atención y ojo alerta, por cuanto la tasa de interés por metro cuadrado es superlativa.

A diestra y siniestra se ofrecen a la vista referencias importantes, como las iglesias de San Nicolás y San Saturnino, el palacio de los reyes de Navarra, la iglesia de San Lorenzo, el Ayuntamiento, la Cámara de los Comptos, y la Capilla de San Fermín, un santo omnipresente. Pamplona podría llamarse San Fermín. Todo parece girar en torno a sus bendiciones y a las fiestas que concluyen —cada 14 de julio— con cantos que penan por la alegría que se marcha.

La fijación a esa “liturgia” se extiende incluso a las mesas de información turística y a ciertos relojes, por ejemplo a uno grande que hay en el centro de la ciudad, “aquejado” de marcha inversa. En vez de contar el tiempo que huye, como recomendaban los latinos, calcula los segundos que faltan para el próximo “Chupinazo”, que dará inicio a nuevas amanecidas, carreras y agradecimientos al santo patrón. El almanaque precisará: 7 de julio.

En la Oficina de Turismo explican, con lujo de detalles, los lugares por donde transcurre el encierro, los sitios elegidos por los mozos y aquellos que participan corriendo al lado de las bestias, desde el corral hasta la plaza, privilegiando sectores que se hicieron célebres gracias a los heridos por asta de toro.

La fiesta transcurre cerca de la catedral, erigida en el mismo sitio donde se fundó Pamplona. Hallazgos arqueológicos revelaron elementos arquitectónicos de la época romana, configurando la génesis de un emprendimiento místico completado a lo largo de milenios. De ella destaca la fachada neoclásica, erigida tras el derribo de una antigua románica, y el claustro, obra emblemática del estilo gótico.

Todo el templo es de una factura prodigiosa, y a pesar de los siglos ocupados en hacerse alto y real, conserva unidad y armonía. El Ayuntamiento, está emplazado en el punto donde convergían los tres burgos de la primitiva Navarra: Navarrería, San Nicolás y San Saturnino.

Su fachada, que mezcla estilos al igual que la catedral, es testigo del último minuto de los sanfermines, prestando marco al famoso “lamento”: “Pobre de mí, pobre de mí, que se han acabado las fiestas de San Fermín”.
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La típica postal de los encierros de San Fermín.

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