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 domingo, 01 de julio de 2007  
El mundo en ruinas del nene que mató a su padre policía

Hernán Lascano / La Capital

En esa atmósfera de silencio tan distintiva de las escenas de crímenes se oyó decir a un policía que Miguel Angel Echagüe no había estado solo en el dormitorio donde ahora yacía con un tiro en el pecho. El juez José Manuel García Porta pidió explicaciones y alguien repitió que al resonar el balazo junto al suboficial de la TOE estaba su hijo de 9 años. “Traigan al nene”, ordenó el juez. Un chico bajito y callado surgió así entre hombres de uniforme que daban un aire inusual incluso a la casa de un policía.

   Apocado, temeroso, el pequeño se detuvo delante del juez y alzó los ojos para contemplarlo. Había varios policías alrededor. El chico dio un rodeo como si buscara adentro las ideas que hasta ese momento parecían haberle faltado. Hasta que encontró la fuerza y con ella su propia voz. Entonces exclamó: “Yo lo maté a mi papá”.



El o yo. En su extensa carrera a García Porta le tocó registrar mil crímenes pero toda su veteranía de investigador, admite, se vino abajo ante esa frase del nene. El chico siguió hablando. “Mi papá tenía el arma y me dijo que o lo mataba yo o él me mataba a mí. Y me dio miedo”. El juez le dijo que seguirían conversando más tarde y pidió la urgente presencia de un psicólogo.

   Fue como si un temporal repentino hubiera arrancado de sus cimientos a la casa de barrio Los Hornos en Santa Fe y arrastrado a una familia a una realidad que todavía, desde las palabras de ese nene, resulta impalpable. Para los profesionales del Comité Interdisciplinario del Hospital de Niños Orlando Alassia de Santa Fe el chico no está mintiendo. La misma impresión tuvo la psicóloga policial que primero lo había entrevistado.



Hechos y palabras. No obstante la Justicia no está trabajando con un hecho sino con el relato que una criatura de 9 años hace de ese hecho. Para Ricardo Guiamet, psicólogo que trabaja en la Justicia de Menores de Rosario, la diferencia no es poco sutil. “Si los informes preliminares dicen que no hay fabulación en el chico, lo que dicen no es que los hechos ocurrieron así, sino que el chico cree que ocurrieron así”.

   El miércoles pasado a las 13.30 el suboficial Echagüe, de 33 años, murió de un disparo en su dormitorio. El tiro partió del arma reglamentaria del policía, quien quince días antes por un acto de indisciplina había sido relevado de la Tropa de Operaciones Especiales (TOE), donde sirvió siete años. Estaba ahora en Santa Fe a la espera de destino en la Unidad Regional I. Su desplazamiento, narraron varios camaradas, lo había llenado de contrariedad.

   En la TOE a Echagüe lo reconocían como un empleado con limitaciones en el plano de su instrucción personal aunque eficiente en el plano operativo y muy afable. “Era el primero en convidar mate, simpático, conversador. Bueno trabajando en la calle”, lo describió un oficial que fue su superior. En la casa, sin embargo, parecía surgir una faceta distinta a la del cuartel.



Algo quebrado. Antes de interrumpir el diálogo —dada su incompetencia para intervenir en el acto cometido por un niño— el magistrado le oyó al chico aludir a conductas sádicas de su padre. Le contó, por ejemplo, que lo solía bañar con agua helada en los días de frío para reprenderlo. “Mi papá era malo y me trataba mal”, le dijo.

   De las dos personas que hubo en esa habitación sólo una puede hablar. “En lo que el nene contó, del escaso relato que tenemos del hecho, se expresa un quiebre de la metáfora de la ley paterna. La voz paterna es un gran regulador, es nuestra ley. Lo sorpresivo es que este chico tomó al pie de la letra, sin poder metaforizar la palabra del padre”, dice Guiamet. “Todo hijo oyó a su padre decirle alguna vez que lo iba a matar a patadas. Pero la mayoría de los hijos interpretan eso como un acto simbólico, una metáfora, no en sentido estricto”.



Voces dislocadas. La palabra de este padre, examina Guiamet, no funcionó como orden simbólico. ¿Qué pudo operar para que ese “o me matás o te mato” se haya tomado como una orden textual? “Hay algo psicótico en el vínculo entre padre e hijo si el hijo no se puede despegar ni un poco de ese texto para simbolizar. Lo que le habría permitido, por ejemplo, salir corriendo, irse de casa o buscar ayuda”.

   ¿Está en condiciones un sujeto de 9 años de despegarse de semejante mandato? “Eso depende —dice Guiamet— de la naturaleza del vínculo entre padre e hijo. Tratemos de situarnos en nuestros 9 años. Si a esa edad una frase así de nuestro padre nos resultaba creíble era porque nuestro padre tenía una falla muy significativa en la función paterna”.

   Para el futuro del chico será crucial rearmar el rompecabezas de lo que pasó antes para que acatara lo que acató. “Hubo un quiebre total de la función paterna en tanto orden y ley. El padre, en vez de usar mecanismos que lo validaran en el lugar de autoridad, habrá utilizado mecanismos presimbólicos. Lo que sugiere que sería un hombre con un nivel de simbolización frágil. En realidad imponía la ley no desde un rol adecuado sino con órdenes que eran señales mudas tipo la luz roja del semáforo. Una relación vaciada de contenido simbólico”.

   ¿Qué implica para un niño que está armándose como persona semejante avatar subjetivo? “El derrotero de su vida va derecho a cuadros graves de sufrimiento psíquico”, dice el profesional. “A los 4 o 5 años los niños logran estructurar gran parte de su personalidad y a los 9 ya tienen conciencia moral, noción de los límites, idea de la ley. Matar al padre ejecutando al pie de la letra un mandato paterno significa un acto de demolición de todo lo que incorporó. Esto es una marca para siempre”.
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