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 miércoles, 20 de junio de 2007  
El ícono. Luis Machín y José Cura fueron los grandes protagonistas del encuentro
El Monumento se iluminó a nuevo y volvió a ser una fiesta para Rosario
Miles de personas prometieron velar por “un sueño” de igualdad y felicidad para otros 50 años

Isolda Baraldi / La Capital

“Sí, prometo”, gritaron al unísono miles y miles de voces en el Monumento a la Bandera. El grito rompió minutos de silencio que habían comenzado después de que Luis Machín invitó a los presentes a cerrar los ojos y pensar en una promesa individual y colectiva para los próximos 50 años. La emoción se impuso y llegó a su clímax cuando en voz muy alta, el actor propuso “sostener un sueño colectivo de igualdad y felicidad para todos”. Aplausos y las lágrimas no se hicieron esperar. Una vez más el Monumento fue ayer a la tarde el ícono del encuentro rosarino.

Pero hubo más, el canto apasionado del tenor José Cura, las presencias de referentes de la trova rosarina, Darío Grandinetti, las Madres de la Plaza, Pedro Poy y Sergio Almirón, Iván Hernández Larguía, el obispo Pagura, el rabino Fernando Cohen, el párroco Rogelio Barufaldi, la madre de Mario Santoro —quien murió en Nueva York el 11 de septiembre de 2001, en el atentado a las Torres Gemelas— y muchos más que sumaron 50 rosarinos nativos o por adopción que aportaron sus historias mínimas o gloriosas al entramado de la ciudad. 50 años después de la inauguración de la obra de Angel Guido, y horas antes de que comience el Día de la Bandera.

Así, una vez más Monumento y rosarinos fueron uno solo. Más allá de canallas y leprosos, de clases sociales, de partidos políticos, la mística ciudadana dijo presente con ganas a la hora de honrar la bandera y al Monumento engalanado con el nuevo diseño lumínico. Los personajes invitados ingresaban al escenario central de la mano de su propia historia, y en cada una los aplausos y los vivas no se hicieron esperar.

José Cura fue el encargado de cerrar la fiesta y desde temprano concitó la atención fundamentalmente de la platea femenina sin rango de edad (ver página 31). En un gesto que lo dijo todo, entró al escenario a cantar Aurora e inmediatamente llamó a Manuel y Valentín, dos niños fanáticos del fútbol, uno de Central y otro de Newell’s, a acompañarlo. Pero no se quedó allí y también convidó al resto de los invitados especiales, quienes aceptaron el desafío pero no pudieron seguir sus registros vocales. La gente aplaudió a rabiar. Entonces sobrevoló la figura del Negro Olmedo, la emoción creció y los rosarinos no se olvidaron tampoco del Negro Fontanarrosa.

Las luces celestes y blancas fueron acompañadas por miles de papelitos que desde los costados de la nave central volaban hacia el cielo mientras la gente agitaba banderas de todos los tamaños. Los flashes de las cámaras familiares y de los miles de celulares registrando cada escena fueron también de la partida. De algún modo había que capturar esos momentos. El intendente Miguel Lifschitz, todo su gabinete y Hermes Binner estuvieron en primera fila, y esta vez fueron sólo público, que no fue poco privilegio.


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Manuel y Valentín fueron convocados por José Cura al escenario del Monumento.

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