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 domingo, 17 de junio de 2007  
Interiores: mundos

Jorge Besso

La palabra mundo es un término, un concepto, pero también un conjunto más o menos inabarcable de fenómenos que conforman una variedad de sentidos que todos los días se ponen en juego. El término mundo, que usamos tan a menudo en expresiones diversas, es un singular tan especial que lo mínimo que se puede decir es que no hay un mundo. Vale recordar que cuando decimos mundo se trata de uno de los plurales más extensos que implica la coexistencia de innumerables mundos, muchas veces en paz y tantas otras con violencia.

“¿En que mundo vivimos?” Esta es una expresión mezcla de sorpresa e indignación que contiene una pregunta que no interroga nada, sino que condena tanto a los hechos como a los autores de algún desastre que evapora el sentido de la vida (por cierto el siglo XX ha dado innumerables ejemplos); y en el siglo XXI no hay demasiados indicios de un mundo mejor. Todos los mundos se dividen en dos: el mundo habitado por todos aquellos ejemplares parlantes y no parlantes imposibles de censar que ocupan el planeta que pisamos, o que más bien destrozamos, dada nuestra torpeza de espíritu. Y el que se conoce como el otro mundo que es el recinto de la muerte y de los muertos. Lo notable es que el llamado “otro mundo” constituya también un mundo formado por los que dejaron este. El otro mundo lo ocupan todos aquellos que han dejado de ser y pasan a estar donde les ha tocado o donde han elegido reposar.

Pero ese dejar de ser biológico no se corresponde ni se condice para quiénes el que se fue sigue siendo en un hilado y un tejido de almas tan imperceptible como indestructible. Es el caso de Silvia Bertozzi, la amiga que se fue el 4 de mayo, y que seguimos sosteniendo entre nosotros para seguir sosteniéndonos. En suma, ese reverso del mundo también está poblado de mundos, es decir de historias en cierto sentido interminables.

Recuerdo que de chico me impactó una película que creo que se llamaba “La guerra de los mundos” donde los marcianos, unos seres estrafalarios que sin duda no parecían hijos de Dios (lo que no deja de ser un problema), llegaban a la Tierra con propósitos de apropiación. Eran tiempos en que los mundos eran tres:

  • El primer mundo (capitalista top).

  • El segundo mundo (comunista).

  • El tercer mundo (capitalista pobre).

    Cuando se imaginaba un cuarto mundo, más allá de los confines de la Tierra, se lo alucinaba monstruoso que es como la paranoia imagina al otro, y todo lo que sea otro. Hoy los mundos a la vista son dos ya que el mundo comunista ha sido fagocitado, y el capitalismo reinante y campante dice que el mundo es global. Es decir que la Tierra es redonda en el sentido de que se trata de un negocio muy redondo para algunos, al punto de que el gigante comunista que ha sobrevivido a la caída del muro, pero sobre todo a la caída de la infalibilidad marxista, resulta ser que practica un ultracapitalismo en algunos aspectos superior a la explotación capitalista clásica.

    “Cada persona es un mundo”, sentencia el saber popular proclamando una verdad con toda probabilidad válida para todos los centros y márgenes sociales. Cabe preguntarse si acaso no es una afirmación exagerada o si se trata de una forma de decir, o de un modo de hablar como una manera de subrayar metafóricamente que todos, quién más quién menos, tienen sus complicaciones, sus sufrimientos y hasta sus miserias. En general todo bien oculto, pero que aun así a la vuelta de cualquier esquina o en los vericuetos de alguna circunstancia, pueden de pronto exteriorizarse. No se trata de ninguna exageración, cada cual y cada uno constituye un mundo, compartiendo con lo otros algunos de los variados mundos en los espacios y los tiempos que los rodean.

    Visto de esta manera no está demás hacerse algunas preguntas que no son de todos los días: “¿Qué tamaño tiene mi mundo; cuántos entran en él; son muchas las veces que confundo mi mundo con el mundo, negando olímpicamente el mundo de los otros y los otros mundos?” Los interrogantes pueden extenderse sin límites pero son preguntas que habría que hacerse cada tanto. Así como es importante un control del funcionamiento del organismo (que tantas veces no se hace), también sería interesante que los humanos de cualquier color, valor y sabor se hicieran un chequeo del alma. A partir de esos interrogantes se podría advertir hasta dónde nuestro mundo nos permite ver y entrar en los otros, o por el contrario estamos encallados en nuestra ceguera egocéntrica. El día que no nos hacemos más preguntas o bien ya nos instalaron en el otro mundo, o bien nos morimos antes de tiempo.

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