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 domingo, 10 de junio de 2007  
España: Combarro, legado de los monjes

Daniel Molini

Si uno mira cualquier mapa de Galicia, a condición de que no sea exageradamente grande, encontrará con dificultad el nombre de un pueblo: Combarro. Situado en la ribera norte de la bahía de Pontevedra, es “visitado” por una carretera que sigue la costa haciéndole gambetas a los accidentes geográficos.

Lo que se ve desde el asfalto no invita a detenerse: playa de estacionamiento, un muelle con pocos barcos que parecen abandonados y una plaza con demasiado cemento. Quizás por eso, los menos informados, sobre todo cuando el calor del verano aprieta lo suyo, no levanten el pie del acelerador, ansiosos por llegar a Sanxenxo, un lugar que en los últimos años se ha convertido, gracias a sus playas y a una oferta inmobiliaria y hotelera impresionante, en una especie de Marbella del norte.

Pero estábamos en Combarro, Concello de Poio, al que puede llegarse tras la euforia del encuentro con el cercano Monasterio de Poio, aquel que los monjes benedictinos fundaron a principios del siglo XIX y junto al cual se construyó un hórreo _despensa de piedra para almacenar granos y alimentos_ que presume de ser de los más grandes de Galicia.

El color de la piedra, el olor a musgo y la imaginación de cómo sería el entorno, con “ires y venires” de frailes y gente que utilizaban aquellas despensas, no se agota fácilmente, como tampoco las curvas que nos llevan y nos devuelven del lugar. De Poio a Combarro no hay un largo trecho y quienes cultiven la curiosidad como para conseguir detener los motores, descubrirán un hito que les costará olvidar.

El secreto está en realizar los pasos suficientes como para adentrarse más allá de los límites del lugar común, hasta arribar a una placita de piedra que contiene, en pocos metros cuadrado, un cruceiro no muy alto pero bien ornamentado y una biblioteca que también cumple los oficios de casa de atención al visitante.

Atiende un joven eficiente: “Tenemos dos clases de folletos, el primero es gratis; el segundo, que está mejor explicado y tiene unas fotos hermosas es muy barato.”

Obviamente empezamos por el primero, que ilustra lo suyo a cambio de nada. “Combarro constituye un agrupamiento urbano singular, declarado en 1972 conjunto de interés artístico y pintoresco, debido a su armonía y a su encanto.

Compone, sin lugar a dudas, una de las expresiones más genuina de la arquitectura popular gallega. Su denominación esta relacionada con la raíz “com” que significa hondonada, valle o flexión de la costa, pues el núcleo tradicional se sitúa sobre una base granítica con forma de media luna, combada en los extremos por las playas de Padrón y la hoy desaparecida de Chousa”.

Si así rezaba el gratuito imaginemos el que costaba poco, una maravilla del mismo autor: Rafael Vallejo Pousada. Su lectura me convenció del atrevimiento que me enferma con frecuencia, cuando me pongo a escribir de pueblos y lugares glosados por gente mucho más ilustrada, que en el caso de Combarro también incluye al célebre Castelao.

El librito analiza la historia de Combarro, haciendo residir el origen en un castro costero, cuyas primeras evidencias son tan antiguas que datan del año 1105.

El pasado, cuando se rastrea con cariño, generalmente encuentra orlas y honores, por eso el autor describe la importancia que tuvo el sitio como enclave pesquero en los siglos XVI y XVII.

Sin embargo, y buena cuenta de ello es lo que confiere carácter singular a este lugar, no todo era pesca, pues la “práctica totalidad de las familias completaba sus ingresos con la actividad agrícola. Las economías domésticas caminaban sobre dos pies, el mar y la tierra, y la expresión más palpable de esta dualidad es la arquitectura".

Frente al mar

Esta maravilla de prolegómeno anticipa lo que aparecerá ante nuestros ojos: “viviendas dispuestas en torno a un gran eje longitudinal, la rúa de San Roque, del que salen varios callejones que descienden al mar”, y hórreos, muchos hórreos, dispuestos en diferentes niveles, y todos mirando al mar. 

Eso es Combarro: pintorescascolinas y espejo de agua, playas y piedras, un destino que se visita sin prisas, absorbiendo cada rincón, sabiendo que detrás de cada peldaño que suben o bajan escaleras escondidas, aparecerá un hórreo de piedra, cemento o madera, con techo de paja o de tejas rojizas, todos con la infaltable cruz que lo elevan al cielo, allí donde por un rato y ante tanta maravillosa belleza uno se considera instalado.
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