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 domingo, 10 de junio de 2007  
[Memoria]
El poeta en el potrero
Roberto Santoro, desaparecido en la dictadura, publicó en 1971 una iponera "Antología de la pelota", ahora reeditada

La reedición de la “Antología de la pelota”, un libro considerado pionero en la profusa literatura futbolera escrita en las últimas décadas en el país, tiene mucho de homenaje: sale cuando se cumplen 30 años de la desaparición de su autor, el poeta Roberto Santoro, secuestrado un 1º de junio de 1977.

El prólogo del libro, a cargo de la periodista Lilián Garrido, es una muestra de cómo el fútbol entró en el habla de los argentinos con sus metáforas, sus locuciones populares, su fraseo, sus frases hechas, sus estribillos. “El fútbol —dice— es el único deporte que le presta expresiones al lenguaje. Santoro lo explica en su introducción al ver en el fútbol uno de los elementos latentes de los habitantes de la ciudad”.

La antología publicada por Santoro en 1971 debió esperar 36 años para reeditarse; lo que constituye, para Garrido, “el mejor homenaje que se le puede hacer”. El libro convoca géneros diversos: “Incluye crónicas y notas periodísticas, relatos, poemas, ensayos, teatro, fragmentos de novelas, anecdotario, notas de historia y cantos de hinchada. El fútbol cabe en todas las formas literarias”.

Nacido en Buenos Aires en 1939, Santoro formó distintos grupos de escritores, entre ellos Barrilete y Gente de Buenos Aires, y publicó una docena de libros de poesía. A su primer título, “Oficio desesperado”, de 1962, le siguieron otros como “De tango y lo demás”, “Pedradas con mi patria”, “Desafío” y “Uno más uno humanidad”.

Esta antología sobre el género —reeditada por Ediciones Lea— “fue el que abrió el juego: después vinieron otros libros, y, entre otros, los cuentos de Roberto Fontanarrosa, Osvaldo Soriano y Humberto Costantini”, comentó la prologuista.

Garrido conoció personalmente a Santoro, secuestrado de 1977 por un grupo comando de la escuela donde trabajaba como preceptor. Fue en el taller del pintor Pedro Gaeta, con quien Santoro sellaría una entrañable amistad, que se iba a consolidar en empresas editoriales conjuntas.

“Yo tenía 9 años y tomaba clases con Gaeta. La idea que tenía de los poetas era la de los manuales, señores de traje, moñito. Ahí se apareció Santoro, no tenía nada que ver con eso. Se hizo amigo de mis viejos y lo vi muchas veces en las actividades del grupo Gente de Buenos Aires”, recuerda Garrido.

Una característica que muchos amigos de Santoro remarcan es su capacidad de trabajo: “No paraba nunca —dice Garrido—, contagiaba entusiasmo; pasión es una de las palabras que mejor lo define”.

Pero no trabajaba solo, sino que convocaba, armaba equipos con artistas de diferentes disciplinas. “Era claramente un capitán de equipo, aunque él no se veía así, era el vaso comunicante, el contacto de todos con todos. Lo ayudaba mucho su humildad, su honestidad”.

Para Garrido “es difícil dividir a Santoro en etapas; hay una gran coherencia entre su vida y su obra; el poeta está presente en las otras actividades, también en las del militante político”.
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