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 domingo, 10 de junio de 2007  
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Controles

Jorge Besso

Las operaciones destinadas a controlar tanto a nivel general como individual son de todos los días, y se podría decir que de todas las noches. Estamos rodeados de controles en una dinámica de la que casi nadie está librado, al punto que de un momento a otro, incluso de un instante a otro, pasamos de controlar a ser controlados y viceversa. Las actividades dedicadas al control son cada más frecuentes con dispositivos humanos y técnicos cada vez más sofisticados.

   Satélites y radares varios espían cielo y tierra, día y noche tanto a objetos como a humanos que circulan por los aires o que andan por los pisos del planeta. Los distintos tipos de controles son muy frecuentes y crecientes en los ingresos y egresos de los edificios públicos y privados. Pero muy especialmente entre los países que establecen sus fronteras con bastante rigidez, salvo la flexibilidad interna de que gozan los ciudadanos de la Comunidad Económica Europea. Sin embargo es la que expulsa día a día a inmigrantes, en primer lugar a los de color negro, que tienen la osadía de no querer morirse y saltan inmensos alambrados para caer en el Primer Mundo o en la muerte. O bien viajan en “cayucos” que son embarcaciones tan precarias como su existencia que los conducen del continente negro al blanco, o bien al fondo del mar.

   Todo parece indicar que el rigor de los múltiples controles nunca alcanza de manera que el mundo no es demasiado seguro para nadie: ni para los ricos ni para los pobres. Claro está que de forma muy distinta ya que para los ricos la inseguridad es circunstancial, es decir cuando la violencia se filtra a pesar de todos los controles en sus cotos. En cambio para los segmentos más olvidados de las sociedades en todos los mundos, la violencia no se filtra ni necesita burlar ningún tipo de control, ya que está abierta las 24 horas para todos aquellos que han tenido la mala idea de nacer en un mundo en el que no tienen lugar.



El olor del terror



   En estos días previos a la cumbre del G-8, que es la reunión de los jefes de los ocho países más importantes del mundo con la notable ausencia de la Argentina, se toman en Alemania todas las medidas de seguridad, y por lo tanto innumerables controles, muchos de ellos muy sofisticados. A pesar de esto, el Primer Mundo sorprende con dos primitivismos en la tarea de detectar al terrorismo y a los terroristas que amenazan a la cumbre del poder. Uno de los primitivismos se podría calificar de clásico, ya que consiste en el tendido de una valla metálica a lo largo de 13 kilómetros rodeando el hotel donde se reúnen los encumbrados, lo que da una mínima idea de la extensión del aislamiento de los señores de la cumbre. Aunque con toda probabilidad el aislamiento de la realidad debe ser muy superior si fuesen medidos en kilómetros psíquicos.

   Pero el asombro mayor es que para esta reunión de los globales, la policía alemana se dispuso a buscar y recopilar pruebas de olor de los sospechosos del terrorismo. Munidos de semejantes pruebas se las dan a los perros que una vez que incorporan el olor de los terroristas, están en perfectas condiciones de reconocer al terrorista, en acto o en potencia, que circule cerca de la valla con intenciones de alterar el orden del poder. Que haya perros que controlen o custodien a humanos no es ninguna novedad. Que se valgan del olor y por lo tanto de su olfato tampoco. La pregunta es: ¿cuál será el olor del terrorista en el que son especializados estos canes? Será acaso un olor circunstancial, producto del terror propio al ejecutar un acto de terror presumiblemente con la adrenalina en un nivel top. O tal vez los alemanes han descubierto que los terroristas tienen un olor específico incrustado en su ser, de forma tal que se los puede olfatear cualquier domingo a la mañana haciendo footing por el parque, sin necesidad de esperar grandes eventos para las grandes redadas. Hasta que los terroristas, avisados del truco, perfumen su ser con un olor civilizado ocultando de ese modo su identidad subversiva.

   La pregunta acuciante es dónde está el problema mayor: ¿en el descontrol de los descontrolados, o en el descontrol de los controladores? Quizás el legado más pesado que ha dejado el pasado siglo XX sea la multiplicación de los controles, la creciente rigidez de las fronteras, el obsceno engrosamiento de los bolsillos ricos, y desde la Segunda Guerra Mundial, la consolidación de la práctica del terror.

Razón por la cual si Dios sale de su letargo es posible que en esta cumbre del poder, o en la próxima, los perros huelan correctamente el olor del terror y ataquen contra Bush y Cía.

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