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 domingo, 10 de junio de 2007  
El presidente francés quiere romper con el Estado benefactor
Sarkozy busca replicar en Francia el modelo anglosajón
La analista Florence Pinot de Villechenon de Cerale analiza la nueva gestión

Bajar el desempleo, relanzar el crecimiento e insertar a Francia en el mundo global. Esas fueron las principales promesas electorales de Nicolas Sarkozy, el hiperquinético nuevo presidente francés, quien a pesar de haber sido parte del gobierno de derecha que dirigió ese país durante los últimos cinco años logró convencer a una clara mayoría de sus compatriotas sobre la necesidad de una “ruptura política liberal” para desatascar las cuentas en rojo y el creciente malestar social del gigante dormido.

Con una agenda marcada por la sobredosis de actividad y en apenas un par de semanas, Sarkozy ya estuvo en Alemania y en Bruselas para relanzar la construcción europea, recibió a los principales referentes sindicales y empresariales, y hasta tiene tiempo de entrar trotando y en zapatillas al Palacio del Eliseo, la residencia oficial de los presidentes.

El nuevo mandatario, representante de la generación nacida después de la Segunda Mundial y abierto simpatizante de Estados Unidos, promete una revolución económica que combina dosis de liberalismo a lo anglosajón con una visión protectora de la producción nacional.



Una bomba política

Volaron las acusaciones contra Sarkozy a lo largo de la campaña electoral. Su paso por el Ministerio del Interior, con bravatas incluidas contra los barrios marginales de las periferias, no pasó inadvertido. Acusado desde la izquierda de fascista y anti-inmigrante, este hombre de 52 años, hijo de un aristócrata húngaro que huyó del comunismo, logró convencer a más de la mitad de los franceses de que el socialismo atrasaba, que la herencia de mayo del 68 sólo provocaba pereza y desidia, y de que era hora de privilegiar “a la Francia que madruga” por sobre los asistidos y los ilegales.

Su discurso duro sobre premios y castigos y su imagen de “hombre de acción” calaron en el núcleo electoral estratégico francés: la fragilizada capa de empleados de la industria y del sector privado, quienes deploran el congelamiento de su poder adquisitivo, temen el paro y detestan, por sobre todas las cosas, sentir que con sus impuestos mantienen la ayuda social que el Estado brinda a desempleados y recién llegados. “Creo que el éxito de Sarkozy es que supo romper el viejo discurso de Estado benefactor retomado tanto por la izquierda como por la derecha desde hace 30 años. Los que lo votaron esperan retomar la autoestima y creen en la necesidad de volver a ponerse a trabajar para levantar Francia. Ya no va el discurso del francés subsidiado”, explicó desde París Florence Pinot de Villechenon, directora del Centro de Estudios y de Investigación América Latina-Europa (Cerale).

Esta división de las clases populares entre “integrados” y “asistidos” pulveriza el discurso marxista de la homogeneidad de la clase trabajadora y demuestra a las claras el cambio ideológico de buena parte de la sociedad francesa. Un proceso sociológico que Sarkozy, quien empezó a hilar su campaña hace años, captó mejor y antes que nadie.



Las medidas económicas

Fuera del análisis estrictamente político, el principal objetivo económico y social del nuevo gobierno apunta más que nada a relanzar el “valor trabajo”. Con tasas que ni los socialistas ni los conservadores pudieron hacer bajar del 9%, Francia está muy lejos de la media europea, que orbita en torno al 5% para la zona euro. Para eso prepara una serie de reformas que deberían estar listas para septiembre.

En este punto, aparece la idea de “flexseguridad”, un concepto que calza como un guante al mix discursivo de Sarkozy, que si bien pregona la muerte de las 35 horas semanales y el derecho a “trabajar más para ganar más” sabe que no puede ir de frente contra la idea histórica que los franceses tienen sobre el papel protector del Estado.

“Todos saben que la semana de 35 horas fue una decisión errada, pero ya está bastante implantada en la gente y por eso no es fácil eliminarla de un día para otro. La idea de Sarkozy es no cortarle las alas a aquellos que quieran trabajar más”, dijo Pinot de Villechenon.

Otro punto de envergadura es lo que desde París llaman el “desafío global”, o sea la manera que el nuevo gobierno se dará para volver a meter a Francia en lo más alto del elenco de las grandes potencias mundiales. Son muchos los analistas de diferentes tendencias ideológicas que denuncian la pérdida de competitividad francesa ante nuevos o viejos competidores como China, India o Estados Unidos. “O Francia retrocede, o los otros van más rápido”, graficó la especialista franco-argentina.

Pero la ruptura pregonada en la campaña no parece demasiado presente en las flamantes relaciones entre el nuevo gobierno francés y los históricos reclamos del Mercosur. Sarkozy reiteró que no habrá concesiones a los pedidos de apertura de los mercados agrícolas sin que haya antes esfuerzos estadounidenses en ese sentido.

“No creo que vaya a haber grandes cambios en la política exterior. Si bien Sarkozy no está tan vinculado al mundo agrario como lo estaba Chirac, ratificó que va a defender los intereses de Francia ante la OMC”, agregó Pinot de Villechenon.
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Sarkozy aseguró que no habrá concesiones a pedidos de apertura de los mercados agrícolas.

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