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 domingo, 03 de junio de 2007  
Interiores: la forma de ser

Jorge Besso

Cada cual porta una forma de ser en su paso por este mundo, y es lo que aprecian, desprecian o indiferencian los que nos rodean. Junto a la anatomía, es lo más visible de los humanos conformando un conjunto que desemboca en el estilo de cada uno de plantarse en el mundo que le toque, y que a la vez construye. No obstante, la forma de ser no agota todo lo que alguien es, ya que una de las funciones suele ser la de ocultar aspectos, aristas, costados oscuros o poco gratos que cualquiera tiene en alguno de los múltiples pliegues del alma.

Una de las cuestiones más difíciles es la estrecha relación entre la forma de ser y la forma de hacer que se va desplegando por los caminos de la vida. Lo cual se puede ver tanto en los caminos ya trazados, como en aquellos no diseñados que alguien es capaz de trazar por sí mismo cuando puede utilizar lo mejor de su forma de ser: sus recursos creativos. Es decir que la forma de ser es lo que tenemos puesto cada día que salimos al mundo según los horarios, modalidades, obligaciones y circunstancias de cada uno.

En términos generales los humanos se dividen y organizan en variadas formas de ser, que simplificando las cosas, se pueden reducir a las personalidades introvertidas y las extravertidas que vienen a ser los que viven hacia adentro, y los que viven hacia afuera. Razón por la cual hay cierta cantidad de gente que necesita mucho tiempo para salir de la casa, mientras que otros lo hacen muy rápidamente por una cuestión de manera de ser, o simplemente de obligación, más allá de cualquier preferencia. En otro sentido la forma de ser es también el resultado del repertorio de defensas que el humano dispone para enfrentar la vida.

Como se puede apreciar la expresión enfrentar la vida es más que elocuente. La vida, maravillosa y terrible al mismo tiempo, no es exactamente un regalo que nos dan (y a su turno damos) como se suele decir con bastante ligereza. La forma de ser también sirve como refugio, como un recurso de gran utilidad cuando en alguna crisis alguien se puede refugiar en sí mismo en un repliegue de su ser simplemente metiéndose adentro. Lo que popularmente se conoce como “parar la pelota” en una referencia futbolera por demás ilustrativa. En las vicisitudes de la vida, la pelota es una metáfora que alude al baile de las circunstancias que en un momento determinado dejan de ser circunstanciales, y se transforman en esenciales. Es lo que ocurre cuando la crisis, o las crisis, devienen en la existencia de alguien que va consumiendo su vida saltando de problema en problema sin tiempo ni espacio para poder advertir que el problema primero es él, precisamente en cuanto a su forma de ser.

Es posible que el síntoma más representativo de la forma de ser sea la ansiedad, esa inquietud que habita en el ser de un modo estable o crónico. La inquietud ansiosa se devora el tiempo y pone al sujeto incómodo casi en cualquier espacio, en tanto que la ansiedad impregna el antes, el durante y el después. Estas tres dimensiones claves del tiempo quedan igualmente indiferenciadas por el vértigo ansioso de un ser que momentánea o crónicamente, se encuentra atrapado en una especie de zapping existencial.

Finalmente, la forma de ser en la apreciación de casi todo el mundo viene a constituir lo que no cambia de las personas: “Yo soy así, al que le gusta bien y al que no también”. Es que de un modo más o menos espontáneo se piensa que nadie cambia en este mundo, al menos para bien, y las excepciones confirman la regla. Sin embargo a lo largo y a lo ancho de la existencia son muchas las cosas que cambian, lo que llevó al filósofo griego Heráclito a su célebre sentencia de que nadie se baña dos veces en el mismo río. Metáfora iluminante sobre todo para los que somos ribereños de un río tan majestuoso y cambiante como el Paraná. Quizás la idea del no cambio de la forma de ser tenga un origen lejano en Parménides, también filósofo griego, que circuló proclamando a todos los vientos la inmutabilidad del ser. Esto bien mirado rara vez se cumple, posiblemente con la sola excepción del club de fútbol del que se es hincha. Los tránsfugas no se admiten en ese campo, y para bien o para mal, cargamos para siempre con los mismos colores.

Es verdad que no es fácil cambiar la forma de ser, pero conviene recordar que en ocasiones es posible abstenerse lo que nos puede evitar tropezar una vez más con la misma piedra, y de paso le evitamos a los otros que tengan que soportar lo peor que portamos.


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