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 martes, 08 de mayo de 2007  
Reflexiones
Dos universidades

Por Aldo O. Gimbatti (*)

En nuestra universidad, donde hasta hace poco más de veinte años nadie podía elegir sus autoridades en forma democrática, votan decenas de miles de estudiantes, pero como lo hacen responsable y silenciosamente, no trasciende más allá de la comunidad universitaria.

Lo que sí trasciende es que 50 agitadores profesionalizados se lanzan irracionalmente contra puertas, docentes y empleados universitarios, y su vandalismo se apropia de la universidad toda. Repentinamente ocupan todo el espacio mediático; de un día para el otro son nuestra imagen ante la sociedad. Durante tres años y once meses hay una universidad que investiga y produce conocimientos, que forma ciudadanos y a la vez profesionales; que apoya técnicamente a los gobiernos y las empresas de la región. Pero en el mes de las elecciones se toman por asalto los Consejos Directivos de cuatro facultades para evitar la designación de los decanos y la universidad parece no hacer otra cosa que pelearse por cuestiones electorales.

Ocurre que en esta universidad estamos preparados para consensuar racionalmente las cuestiones institucionales; estamos preparados para entender y observar normas pensadas para la convivencia. Tenemos procedimientos que, año tras año, permiten organizar los diferentes intereses académicos, gremiales, profesionales y políticos y articularlos constructivamente. Pero no estamos preparados para impedir la violencia. Mucho menos la violencia que se infiltra entre nuestros propios ciudadanos universitarios.

Como decíamos, hasta hace poco más de veinte años en esta universidad no se podía elegir, ni expresarse, ni circular libremente por los edificios. No se podía disentir, porque el poder de facto, la dictadura, ejercía la violencia contra los universitarios para impedirlo. Así es como se imponían las autoridades, los planes de estudio, los temas de investigación. Una violencia similar hoy se pretende insertar en la democracia universitaria.

Los verdaderos problemas de la UNR están en la falta de presupuesto, en los bajos salarios y en los problemas de la enseñanza media, pero sigue funcionando gracias a la responsabilidad y el esfuerzo de las mayorías. Esta universidad, que no sale en los diarios, se ve en el progreso de cada centro asistencial, de cada fábrica, de cada exportación. No obstante ello, lo que más se muestra en los medios de comunicación es la universidad de los tiempos electorales.

Podríamos decir entonces, que hay dos universidades. Una es la que silenciosamente sostiene la actividad académica, científica y de extensión con escasos recursos, pero con mucho esfuerzo y responsabilidad social. Hay otra que traba las instituciones para pedir “todo o nada” y que sea “ahora o nunca”. En una trabajan docentes, no docentes y funcionarios mal pagos, haciendo que un presupuesto escaso se estire para seguir dándole respuestas a una región que, por su aporte al país, merecería mucho más. En la otra están los que atacan con golpes e insultos a docentes, empleados y funcionarios. En una se hacen verdaderos malabarismo para tratar de mantener, sin fondos, edificios que por su antigüedad tienen importantes deterioros. En la otra hay grupos que rompen puertas, ventanas y muebles de los edificios cuando las mayorías no votan como una minoría quiere.

Por lo general, la sociedad se entera poco de la primera, porque es noticia, por ejemplo, toda la creciente actividad social y económica de la región; y no que hay conocimientos, directamente ligados al quehacer universitario, que nos permiten producir y relacionarnos con el mundo. Lamentablemente, la sociedad se entera mucho más de esa otra universidad, de la que tienen una minoría que traba y destruye como parte de alguna injustificable estrategia política.

Como no tenemos procedimientos ni artículos del Estatuto para detener esa violencia irracional, procuramos defenderla con claridad de ideas. Por eso decimos que, efectivamente, hay dos universidades, pero la inmensa mayoría de los docentes, no docentes y estudiantes, sabe cuál es cuál.

Nos duele, como a todos los hombres y mujeres que con su esfuerzo sostienen la educación pública, esta vergonzosa actitud de un grupo que es numéricamente ínfimo. Con claridad de ideas podemos, los ciudadanos universitarios y la sociedad toda, aislar estas expresiones para que la violencia solo sea violencia y, nunca más vuelva a ser política.

(*) Rector de la Universidad Nacional de Rosario (UNR)


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