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 domingo, 06 de mayo de 2007  
Reflexiones
Delitos, muertes e idiotización

Por Carlos Duclos / La Capital
Ayer un canal de aire porteño entrevistó a un comerciante de la provincia de Buenos Aires asaltado dos veces y en la última oportunidad de milagro salvó su vida. La frase final de la víctima es un sentimiento que anida en millones de argentinos: “Los derechos humanos están para los delincuentes, para los trabajadores y los comerciantes sólo hay reja y miedo”. Es cierta pero incompleta: las rejas y el miedo son propiedad infeliz de todos los argentinos, sin distinción, en un país en donde los valores se han subvertido pues los ciudadanos viven tras las rejas y los delincuentes gozando no ya de garantías, que se las merecen por su condición de seres humanos, sino de notoria impunidad merced a una corriente de pensamiento abolicionista que es consecuencia de una obnubilación ideológica lamentable y en ciertos casos extremista o fundamentalista. En esta corriente mal llamada garantista (porque de garantista tiene poco y nada) se enrola un funcionario al que en estas columnas ya calificamos como inepto, cegado por la necedad ideológica y falto de reacción para morigerar un problema gravísimo: León Arslanián. Su actuación se corresponde con la del gobernador Felipe Solá. Por estas horas el ministro recibe al fin el veredicto del pueblo, aunque acaso tardío.

Aun cuando es cierto que esta ferocidad que se advierte en la provincia de Buenos Aires no se corresponde con la realidad de otras provincias, no puede negarse que el delito es un fenómeno que crece en todas partes, al amparo de una línea de pensamiento que puede ser aplicable en sociedades desarrolladas, pero no en estructuras humanas en donde el crecimiento de todo tipo y la justicia es una entelequia, que sólo puede ser vendida a las víctimas de la “estupidización” y el planchado cultural.

Es muy cierto que el auge de la delincuencia no puede resolverlo el derecho penal, ni la cárcel, ni la maximización de la pena, pero también es muy cierto que la ausencia de los tales o la debilidad de ellos, lo único que favorece es la implantación de un sistema de impunidad tal que sólo ayuda a la devastación del orden y la paz ya de por sí seriamente socavados. De hecho, lo que ocurre todos los días en nuestro país son las vísperas de lo que padece Brasil, país en donde los grandes capos de la mafia son capaces, con sólo dar una orden desde su celda vip, de poner a toda una ciudad al borde del caos o en el mismo caos y sembrar de muertos y de sangre las calles. La pregunta: ¿hasta qué punto, sin quererlo, la “ideocracia” argentina no contribuye a este escenario patético?

Problema cultural.
Pero sería absolutamente injusto hacer responsables de esta situación sólo a los “arslanián”. El problema, como bien dicen algunos honestos, talentosos, justos y bienintencionados garantistas, no se soluciona con la intervención única del derecho penal. El problema es de raigambre político-económico y aún más: el problema argentino es de carácter netamente cultural. ¿Por qué? Porque desde hace muchísimo tiempo en este país poderes que actúan desde la sombra y que no necesariamente deben ser encasillados en la izquierda, el centro o la derecha (porque el mal, como ya lo dijimos una vez, no discrimina a las ideologías que a veces hasta se unen para rendirle culto) persiguen el fin Ωy lo han logradoΩ de estupidizar, idiotizar a buena parte de la masa con el único y detestable propósito de dominarla mediante la mentira, la hipocresía y la palabra perversa para sus nefastos fines. Sólo de esta forma pudo anestesiarse a la sociedad, hipnotizarla y hacerle creer y ver estadios de vida que son sólo realidades para unos pocos y meras ilusiones para muchos. ¿Cómo en este marco no iba crecer y multiplicarse la delincuencia? Pongamos ejemplos. El mundo acaba de decir que volar sobre Argentina es peligroso por falta de estructura tecnológica y Pablo Biro, el secretario de la Asociación de Pilotos, sostuvo que “somos el hazmerreír del mundo”; se incendia el Irízar probablemente por falta de mantenimiento adecuado; se precipita un avión de la Fuerza Aérea por la misma razón; las inversiones extranjeras no llegan y las pocas que existen están en retirada; a las amas de casa ya no se les puede mentir más, ni siquiera manipulando al Indec, porque ellas tienen sus propias estadísticas y censos cada vez que se asoman a la góndola del supermercado; la desocupación sigue siendo una realidad; la humillación del pobre una constante; los salarios harto insuficientes; la droga corre como manantiales y sólo de vez en cuando hay algún operativo exitoso y casi nunca narcos pesados entre rejas; los maestros de Santa Cruz tienen un básico deshonroso y repudiable de 200 pesos aproximadamente, la realidad en otras partes no es muy distinta y los que pagan el pato son los chicos que ni aprenden ni desarrollan su capacidad mental.

Esclavizados.
Este es un país en el que aun cuando se sabe de los efectos perjudiciales que la droga tiene sobre el cerebro humano, algunos procuran legalizar el consumo de algunas ¿Con qué propósito? Con el objetivo de reducir al ser humano a un mero objeto. Podría decirse que muchos incautos les siguen la corriente a esos grupos de poder de los que hablábamos anteriormente, que no son lentos a la hora de pergeñar acciones tendientes a embrutecer la mente, con el sólo propósito de llevar a cabos sus fines deleznables de saqueo, mediante la esclavitud del hombre común sin la carga y la consecuencia que implica tenerlo como ser reflexivo. Por supuesto, la droga no es la única forma de sometimiento y adormecimiento, hay otras mucho más sutiles pero no menos efectivas como los “gran hermano”, los juegos informáticos, o la sutil y poco advertida manera de estresar la mente mediante la humillación cotidiana con el claro propósito de neutralizarla en su lucidez mediante el enojo o la nostalgia. ¿Ha notado el lector cuánta gente enojada y dolida hay en en todas partes? A todas estas personas se les ha quitado, mediante delicadas formas de conquista mental, el poder de la serena y justa reflexión.

En un país de mentiras y verdades relativas, de desórdenes en todos los “órdenes”, cuando la necesidad de todo tipo no puede ser saciada mediante formas justas de vida, el ser humano reducido a esclavo mediante la idiotización no tiene más remedio que apelar al delito en sus diversas formas para subsistir. Es así un animal dotado de débil razón (con el peligro que ello entraña) que sale a cazar. Y de hecho, y aun cuando el derecho penal no deba ni pueda resolver la cuestión, este ser delictivo se siente menos vulnerable ante la ausencia de este o de su presencia inapropiada. Ya no es asombroso, tampoco y lamentablemente, que una clase media pensante, por avidez y desesperación, sea víctima de la mezquindad. Tampoco es una casualidad que tal clase haya sido inyectada con este veneno y que se confunda solidaridad y justicia con la efímera ayuda social que ha pasado a ser, por obra y gracia de los poderes que todo lo manejan, no un medio, sino un fin.


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