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 domingo, 06 de mayo de 2007  
Para beber: cualidades únicas

Gabriela Gasparini

Las personalidades que han invertido dinerillos en bodegas no son pocas. Actores, cantantes de todos los estilos, incluidas más de una estrella de rock, y hasta una destacada figura de películas porno. Desconozco las bondades de su performance en la pantalla, pero según comentarios, su vino sería muy recomendable. Y en lo alto de la pirámide estelar, con el plus de ser uno de los precursores a la hora de incursionar en estas lides, está el acreditado director de cine Francis Ford Coppola.

En una entrevista concedida a la revista Food and Wine, el hacedor de “El padrino” desgrana conceptos que fueron recogidos por la cronista Lettie Teague, algunos de los cuales son realmente interesantes, y me pareció que valía la pena reproducir. En 1975, Coppola compró una propiedad que, además de estar ubicada en una de las zonas más codiciadas por los bodegueros, como es el Valle de Napa, en California, tenía una gran importancia histórica. Su nombre era Inglenook, a quien él rebautizó Niebaum-Coppola Estate Winery, en honor al fundador de la finca Gustave Niebaum, y a la que no hace mucho volvió a bautizar como Rubicon Estate.

Su intención cuando comenzó la búsqueda de un lugar para mudarse, era adquirir una bella casita de verano donde elaborar pequeñas cantidades de vino para la familia y los amigos. Y en cambio, terminó comprando este establecimiento que cuenta con un prestigio que antecede a las añadas de Coppola, quien orgulloso declara que el Inglenook Cabernet de 1941 fue considerado uno de los más grandes vinos del mundo. Y ahí nomás arremete con sus opiniones. “Para ser grande, un vino debe tener personalidad, individualidad”, afirma el director. “Es como en las personas. Hay cualidades que convierten a alguien en único. Ahora, obviamente, uno también puede obtener un vino único que sea terrible; pero yo creo que la grandeza va más allá del placer y que está relacionada con los distintos niveles de complejidad. Es como en un film que tiene tantas lecturas diferentes que se puede volver a ver una y otra vez. No es un historia simple”.

Pero redondear qué necesitan los grandes vinos para considerarse como tales amerita más ideas, y él las deja entrever. Seguramente requieren un gran terroir, que es algo que no se limita al mundo vinícola, sino que puede encontrarse en una película y hasta en una persona, por ejemplo en su hija Sofía. “La producción cinematográfica de mi hija tiene terroir. Cuando ella hace un film realiza una obra que pudo ser hecha por una única persona. Muchos pueden hacer una película, y otros directores harán buenos trabajos. Pero sólo cada tanto hay un realizador cuyo trabajo es diferente, incomparable, que no se encuentra en ningún otro lado. Eso sería el terroir, esa individualidad, esa cualidad única, que está establecida desde los orígenes mismos de la cosa”.

En cuanto a las dificultades propias de sus dos actividades, opina que tanto filmar como elaborar vino son lo mismo, ambas una forma de show business, de teatro. “El vino es mucho más que una bebida, es romance, historia, drama, todos los elementos que dan forma a un show. El vino se ha convertido en un tópico de conversación en todo el mundo, de la misma manera que en los años 70 era el cine. Años atrás cuando uno invitaba a salir a una chica hablaba de la última película que se había visto, ahora en cambio, comenta el último vino que tomó. El nivel de interés se ha vuelto extremo en este país. El vino forma parte de la utilería, de la escenografía, de los films como los cigarrillos lo fueron en los años 40. Antes en una escena se podía ver a una joven sosteniendo un cigarrillo en sus manos. Ahora como eso no está bien visto, se lo reemplazó por una copa de vino”. Y se pierde contando proyectos y emprendimientos de todo tipo.



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