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 sábado, 05 de mayo de 2007  
"Sueltos pero amarrados", un libro preparado por profesionales del Instituto del paraná, analiza la exclusión social
Marcelo Urresti: “Faltan políticas de foco para los jóvenes que viven marginados”
El sociólogo Marcelo Urresti advierte que los chicos más pobres y que no están en la escuela tienen más riesgos de penalización en sus conductas

Marcela Isaías / La Capital

Chicos excluidos de la escuela y de todos los espacios donde es posible construir ciudadanía. Jóvenes viviendo al margen, consumidores de drogas y en riesgo permanente de penalización, si es que ya no han cometido delitos. La imagen es propia de los centros urbanos, y Rosario no es la excepción.

Para pensar políticas de atención a estos chicos y jóvenes, un grupo de profesionales convocados por el Instituto del Paraná —un centro de estudio de políticas públicas para Rosario y la región— se metió de lleno a trabajar en un barrio de la ciudad, a conversar con los jóvenes excluidos y presentar en escena la crudeza de una realidad que golpea a diario en las aulas.

El resultado de este trabajo, al menos la primera parte, se reunió en el libro “Sueltos pero amarrados” (Otra Ciudad Editorial). En él se elige hablar de aquellos jóvenes que como los nombra el título de la publicación “parecen estar sueltos de referencias, de afectos. Sueltos es un espacio que paradójicamente los amarra, y les impide acceder a estos otros espacios , a los que Pierre Bourdieu llama resignificativos”.

El prólogo del libro pertenece al sociólogo Marcelo Urresti, también docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y que acompañó la tarea de búsqueda y preguntas de los profesionales que desarrollaron la investigación en la Villa La Boca, en la zona oeste de Rosario, durante dos años. El trabajo estuvo a cargo de Laura Pérez (licenciada en ciencia política), Luciana del Rosso (licenciada en pedagogía), Roxana Tulino (psicóloga social); Judtih Ghizzoni (profesora en educación física), Mariana Repetto (licenciada en ciencia política) y Nazario Campos (estudiante de trabajo social).

Urresti advierte que hacen falta políticas de foco e integrales para atender a esta población de jóvenes marginados. También asegura que la escuela debe restituir un pacto con las familias y en aquellas situaciones donde está ausente acompañar en la tarea de formar personas, buenos hijos, padres y amigos.

—En la presentación del libro “Sueltos pero amarrados” se insistió con la idea de que el trabajo había avanzado en la indagación para mostrar lo que pasa, y que ahora se planteaba otro desafío que es el de intervenir. En ese sentido, ¿qué politicas públicas considera clave para antender a la población de adolescentes y chicos en situación de vulnerabilidad?

—Lo primero que no hay que perder de vista es el grupo al cual se refiere la investigación, que es el grupo que sufre la mayor cantidad de males, más excluido de la sociedad. Ahí no se puede pensar una política universal, porque es tan puntual y especifica que exige lo que se llaman “políticas de foco”. Algunos especialistas consideran que estas políticas no sirven para nada. Y en un punto es verdad porque, por ejemplo, no resuelven problemas como la pobreza. Pero pasa que en situaciones como las que describe el libro, donde además de pobreza hay problemas de déficit habitacional, de marginalidad, de inseguridad barrial, de falta de constitución familiar y de consumo de drogas muy tóxicas, hay que actuar con políticas de foco. Primero deben actuar las políticas universales, como la educación, sumando planes compensatorios para que no pierdan la escuela, con becas para los chicos y para las familias, pero además con seguimiento a esas familias para que no interfieran en el estudio de esos chicos. Pasa que cuando se reparten esas becas comienzan a funcionar mecanismos perversos en las familias marginales, donde el dinero no siempre se destina para el fin que fue otorgado y a veces se usa incluso para comprar drogas, generando en los chicos un doble mensaje. Por eso es preciso ir de lo universal a lo particular, pero con seguimiento. Pero además es necesario comenzar a generar el lazo afectivo primario, que en muchos de estos chicos no existe, está roto desde la infancia.

—En el libro se citan testimonios de chicos que no recuerdan, por ejemplo, la figura de un abuelo o de su padre.

—Para mí ese punto, el del afecto, de ausencia de los lazos familiares que hacen a la memoria, me parecen el más grave de todos y el que más hay que trabajar. Por supuesto que es un foco puntual que hay que abordar con una política específica. De todas maneras, hay que abordar todos los puntos que hacen a esta problemática, y para eso hay recursos. La mayoría de las provincias los tienen. Lo que hay que hacer es fortalecerlos y ponerlos en funcionamiento unos con otros, porque justamente eso es lo que muchas veces ocurre: cada uno tira para su lado. Educación para que se atienda a las becas y salud para que se traten las adicciones, y no se coordinan unos recursos con otros.

—Es decir ¿falta una atención integral?

—Exactamente esa es la palabra técnica: hay que hacer planes integrales sobre el foco. El foco no sirve para todo, sino para estos casos como el que describe el libro.

—Muchos especialistas en educación, incluso el ministro Filmus, plantearon en más de una oportunidad que el dilema hoy para los jóvenes es “la escuela o la cárcel”. ¿Qué opina respecto de esta afirmación?

—Me parece una afirmación un poco tajante. Si está orientada a generar sensibilidad en la opinión pública y la población las afirmaciones tajantes tienen un valor que es justamente llamar la atención sobre el tema. Sin embargo, para que esta ocurra (la escuela o la cárcel) hay dos factores que deben intervenir muy fuerte: primero tiene que tratarse de un chico en una situación económica muy precaria y segundo es que tiene que ser muy chico (de edad). Si tiene más de 15 años y deja de estudiar, eso es frecuente, afecta al 30 por ciento de los chicos del país; pero de ninguna manera es un 30 por ciento convertido en sujeto de encarcelamiento. En ese sentido la expresión me parece una barbaridad. Ahora, si es más chico, normalmente lo que se da es una presión familiar muy frecuente para que salga al mercado laboral. Es allí cuando está obligado a trabajar sin tener capacidades, competencias, ni experiencias, lo cual seguro lo lanza a un trabajo precario. Y es más vulnerable que para otros riesgos. Es exactamente donde entra en los circuitos de la economía callejera, informal, que es muy territorial, muy violenta, y obliga a esos chicos a enfrentar situaciones para las cuales no están preparados ni por la edad ni por su experiencia. Prontamente se ven expulsados de esa economía y se ven obligados a entrar en circuitos de economía marginales de la calle; eso sí podría llevarlos tarde o temprano a una penalización de las conductas.

—También esa situación genera otros circuitos que le impiden volver fácilmente a la escuela: ya no tiene edad para la primaria pero tampoco para la secundaria. Y el sistema educativo no está preparado para atenderlos.

—Normalmente los chicos que pasan por esa situación ya están atrasados (en la escuela), el 15 por ciento o 20 por ciento asiste con sobreedad. Es a esos chicos a quienes les cuesta mucho cuando quieren volver a la escuela. No sólo porque sus compañeros avanzaron, sino porque se han desvinculado de la disciplina escolar . Y eso para un adolescente es muy importante. Es que la economía de la calle es muy invitadora, muy llena de riesgos, de aventuras y no tiene grandes disciplinas, es como una selva a la cual importan las oportunidades. Por eso les resulta más difícil volver a la escuela, ponerse en tareas, cumplir con horarios y quedarse quieto. De todas maneras, no creo que el sistema educativo no esté preparado para atenderlos. Están las “instituciones puente”, que los ayudan a que estos chicos hagan una entrada, los reciben, retienen y de a poco los vuelven a la escuela. No son muchas, pero por lo menos están pensadas, lo que hay que hacer es volverlas más eficaces. Dependen del Ministerio de Educación nacional y se enmarcan en el Programa “Todos a estudiar”.

—¿Esa propuesta es entonces una buena salida para devolver los chicos al sistema?

—Es una política extrema, no está pensada para cualquier chico, sino para el que perdió el tren, que viene de una familia muy precaria en términos económicos. No es el chico de clase media que se quedó afuera de la escuela, ese chico tiene siempre segundas oportunidades y termina inserto en el sistema educativo de alguna manera. Ese es el gran 30 por ciento de chicos que mencioné antes. Por eso también me parece que se exagera cuando se dice que la alternativa es la cárcel (cuando no están en el aula). La alternativa es la cárcel cuando son pobres, y después no tienen segunda chance.
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El educador de la UBA Marcelo Urresti dice que la escuela debe formar ciudadanos y personas plenas.

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