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 domingo, 29 de abril de 2007  
España
Pontevedra, un orgullo gallego

Daniel Molini

Como la sugerencia partía de una pontevedresa militante, relacionada además con el mundo del turismo, aceptamos la “imposición” de quedarnos tres noches en Pontevedra, pernoctando en la antigua Casa del Barón, transformada en Parador Nacional. Pensando en todo lo que teníamos que ver en Galicia, tres días nos parecían demasiado. No obstante, la decisión estaba tomada: Tuy, Cambados, Baiona, Combarro, Vigo o Santiago deberían esperar.

Empezamos pronto a disfrutar del palacio y de su entorno, situado a cuatro pasos del centro histórico. Hacia un lado de la morada se percibía, a lo lejos, un horizonte de agua, barcas y puentes; del otro, muy cerca, monumentos, piedras hecha arte y una arquitectura donde los pazos se entreveran con catedrales y murallas.

Iniciar cualquier caminata en el centro histórico y llegar a la Praza das Cinco Rúas no es difícil, pues en ella convergen cinco calles, dando forma a una plaza pequeña y asimétrica, que ofrece en un extremo a uno de los tantos Cruceiros que atesora la ciudad, con tres figuras escalonadas que ascienden hacia el Cristo crucificado.

Justo enfrente un rótulo enseña la casa que habitó del Valle Inclán. En un cartel austero se puede leer “Aquí vivió don Ramón del Valle Inclán”, y los amigos de las letras, de las placas o los muros, también podrán descubrir otra inscripción en la acera de enfrente: “¡Aquí vivió el vecino del Valle Inclán”.



Santuario de las Apariciones

A pocos metros de la cruz y de las citadas referencias está la rúa de Sor Lucía, y en ella el Santuario de las Apariciones, donde vivió Lucía, una de las tres pastoras a quien se le apareció la Virgen de Fátima.

Si algo llama la atención en Pontevedra es la piedra, omnipresente en casi todas las fachadas, conviviendo con musgos y hierbas que la hacen entrañable, demostrando la perennidad de los materiales nobles y las cosas bien hechas.

Piedra del país, de canteras próximas y colores claros; piedra durísima de tonos ocres como la que se extrae en la parroquia de Porriño; y también piedras blancas como mármoles prodigándose en calles y travesías, confiriendo luminosidad a portales donde se mezclan balcones, faroles, ventanales amplios y escudos.

Pontevedra debe ser caminada sin prisas, y hacerlo con la certeza de que cualquier recorrido que se inicie llevará, inexorablemente, a un lugar valioso y digno de ser descubierto.

Es una fiesta salir sin rumbo y encontrar nombres conocidos, como el de Méndez Núnez, homenajeado en su plaza como vencedor en Callao y Valparaíso, donde alberga una estatua en bronce de Valle Inclán, con una superficie “lustrada” a fuerza de abrazos y afectos de personas que quieren salir en fotos al lado de un grande que parece pequeño.

La ciudad se deja descubrir amablemente, ofreciendo árboles, frutos, colores y aromas. Aquí una magnolia, allá cien camelias, más allá jardines repletos de mandarinos o naranjos, todo para enaltecer monumentos que son mostrados con orgullo, como la Basílica de Santa María La Mayor.

“Basílica Menor, la mayor de Pontevedra”, nos aclaró un viandante, muy versado en los valores de su iglesia. Fue él quien nos contó que en el alzado principal, un prodigio arquitectónico, existían tres supuestos errores, quizás incorporados ex profeso por los maestros artesanos: la disposición de la paloma que representa al Espíritu Santo, en vuelo hacia abajo en lugar de hacerlo hacia arriba; Cristo, que en vez de estar a la diestra de Dios Padre está a su izquierda; y por último un personaje, situado al lado de una calavera, que aparece con gafas.

Las plazas, al igual que las iglesias, se suceden. Alameda en la zona donde se erigen Diputación o Ayuntamiento, camelias o cítricos en el resto, como en la Plaza de Orense o en la de Teucro, rey troyano y mítico fundador de Pontevedra, limitada por residencias de los siglos XVII y XVIII que ofrecen escudos de sus propietarios en los frontis, haciendo de la heráldica un hermoso motivo de decoración.

Inexcusable la visita a las iglesias de San Bartolomé, prodigio del barroco gallego; la de San Francisco, con importantes vitrales y la capilla de la Virgen Peregrina, en pleno centro del casco antiguo, un homenaje a los peregrinos del Camino Portugués a Santiago. Su planta evoca la forma de una concha de vieira, precisamente el signo de los peregrinos. Los tres días, que antes de llegar a Pontevedra parecían demasiados, se esfumaron dejando sabor a poco, porque el encanto devora las horas y las trata como si fuesen minutos.
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Frente de la casa donde vivió el ilustre poeta español Ramón del Valle Inclán.


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