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 domingo, 29 de abril de 2007  
[Primera persona]
Cristo, revolución y los 70
El escritor Lucas Lanusse recrea las pasiones de los religiosos tercermundistas

Rodolfo Montes / La Capital

Un libro libre, sin el corsé de la investigación periodística, sin los límites académicos de una tesis de doctorado, ni la pretensión de ofrecer, a modo de ensayo, una hipótesis sobre el fenómeno de la militancia católica en la izquierda revolucionaria de los años sesenta y setenta. En “Cristo revolucionario, la iglesia militante” (Ediciones B), de Lucas Lanusse, fluyen recursos literarios aunque nunca se pasan al campo ficcional. Lo suficiente para desnudar diez historias apasionantes de otros tantos miembros de la Iglesia Católica argentina que se convirtieron a la militancia política y revolucionaria.

El pasaje del dogma católico al compromiso político, y en algunos casos, a un nuevo dogma, el del fusil guerrillero, queda explicitado en las historias de vida, las pasiones, esperanzas y miedos de los curas Miguel Masciliano, Domingo Bresci, Rolando Concatti, Elvio Alberione, Rubén Dri y, entre otros, la monja Guillermina Hagen.

El ascendente Lucas Lanusse, sobrino nieto del ex presidente militar Alejandro Agustín Lanusse, concretó con “Cristo revolucionario” su segundo libro que se inscribe dentro de la amplia gama bibliográfica de los setenta. Su debut fue con el revelador “Montoneros, el mito de los 12 fundadores”, que refuta la parábola bíblica en la fundación de la organización Montoneros: los fundadores no fueron los 12 apóstoles, fueron, al menos, unos 60 militantes.

“Los temas del momento histórico están ahí, y los muestro por las distintas ventanas que ofrecen los personajes”, contó Lanusse a Señales en una apacible tarde en un café de Acassuso, un barrio del partido de San Isidro, en el norte exclusivo, aunque amigable, del Gran Buenos Aires.

—Elegiste diez historias para contar, y no son las únicas, ¿son las mejores?

—Hay muchos curas o ex curas que fueron militantes en los setenta y hoy están con vida. Elegí estos diez porque me parecieron buenas historias aunque no justamente las más relevantes. Quizá Guillermina Hagen es un personaje fuerte, una verdadera leyenda en el noreste argentino. Su historia fue particular.

—El trabajo no se ata a ningún rubro, aunque tampoco ficcionaliza los temas, ¿por qué?

—Es que no pude con mi genio, y todo lo que digo está muy documentado. Basta ver las notas al fin de los capítulos. Me jugué un poco más con los diálogos entre personajes, que en muchos casos no están registrados tal cual fueron y entonces me permití recrearlos, aunque sin cambiar el sentido en ningún caso.

—¿Cómo se fue que se armó este libro?

—Es un libro único porque fue escrito con altísima motivación, muy buen vínculo con los protagonistas. Fui plenamente feliz escribiéndolo. Algunos días volvía a mi casa eufórico, cantando en el auto, porque sentía que había obtenido algún testimonio valioso. El libro fluyó coincidiendo con un tiempo de mucho disfrute personal.

—¿Llamarte Lanusse tuvo que ver con investigar sobre los 70?

—Y, es un tema psicoanalítico, pero es verdad que soy una persona curiosa, inquieta, que se formó en un ambiente socioeconómico donde los setenta se vieron siempre desde una perspectiva sesgada y uniforme. Tal vez por eso necesité desarrollar mi rebeldía contra esa atmósfera.

—Quisiste refundarte.

—A los jóvenes de mi generación, de mi ambiente, vos les ponés un grabador y dicen todos lo mismo, sin matices, sin una idea propia. Además, en referencia a los setenta, en general no se conocen los temas. Eso fue siempre un mazazo que no pude soportar, necesité revelarme, estudiar y buscar lo mío propio.

—¿Por qué elegiste un tema como la Iglesia Católica, tiene que ver con tu historia personal?

—Hasta hace poco varios me dijeron que no me metiera con la Iglesia. "Estás en pedo", llegaron a decirme. Entonces pensé que yo fui bautizado a los dos meses, luego tomé la comunión, me confirmé. Digo, la Iglesia está desde siempre metida conmigo, no es que yo me metí con la Iglesia. Fui a misa toda la vida, hasta que dejé. Si la Iglesia se ocupa de la salvación eterna, las llamas del infierno, la moral del mundo, la Iglesia siempre estuvo hasta que un buen día yo me planté y dije: “¿A ver cómo es esto?".

—¿Te sugirieron no meterte con el tema?

—Cuando estaba escribiendo tuve muchos comentarios del tipo: "Ojo con este tema. ¿Vos estás seguro?". Eso me lo dijeron varios, sobre todo cuando supieron el título del libro, “Cristo revolucionario”. Ya sea por prejuicios en mis círculos íntimos e incluso también en quienes pudieron creer que por llamarme Lanusse iba a escribir otras cosas. Creo que estuve sospechado de ambos lados. Pero logré traspasarlo todo gracias a mi curiosidad.

—Hubo prejuicios, aunque en este segundo libro contaste con el aliento del secretario de Derechos Humanos de la Nación.

—Sí, fui a verlo a Eduardo Luis Duhalde con el manuscrito abajo del brazo, y sin pensarlo aceptó presentármelo en la Feria del Libro. Fueron más de 200 personas, un suceso para mí.

—¿A quién te imaginás leyendo tu libro?

—Me encantaría que lo lean los jóvenes, de 20 y de 30 años. Las generaciones posteriores a los setenta.

—Pareciera que los setenta siempre están volviendo.

—Me causa gracia el discurso que dice “hay que mirar para adelante, y dejarse de joder con el pasado”. Eso es una falacia, no es posible evitar la discusión sobre los 70 y sus miles de desaparecidos. La pregunta es cómo se discute el tema, porque en el mejor de los casos es estúpido creer que la discusión sobre la época se terminó cuando todavía hay miles de familiares que no saben dónde está el cuerpo de los desaparecidos.
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Discusión. "Es estúpido plantear un cierre en el debate sobre los setenta", opina Lanusse.

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