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 domingo, 22 de abril de 2007  
Santa Cruz: las paredes de hielo
El Chaltén y El Calafate son lugares ideales para realizar caminatas y safaris fotográficos

En los primeros mapas en los que apareció el territorio que luego sería llamado Santa Cruz aparecía una silueta poco precisa, sujeta entre aguas, con un letrerito humilde que decía “terra incógnita” que para los intrépidos exploradores que se habían jugado a favor de la teoría de la redondez del planeta no implicaba, ni más ni menos, “zona desconocida”.

Los escritos de Spigafetta —eficaz cronista de los viajes magallánicos— fue el primero en alertar al resto del mundo sobre la existencia de un lugar poblado de gigantes. Y no todo era producto de la leyenda cimentada en la ignorancia y la imaginería popular: es verdad, había hombres, hielos, montañas y lagos de tamaños poco habituales.

Desde los años de los primeros navegantes curiosos a la instalación de los primeros poblados pasaron cerca de cuatro siglos. Tiempo después vendrían los sitios de interés turístico y la instalación, en el inconciente colectivo, de íconos internacionales que, como el glaciar Perito Moreno, representan cabalmente el producto Patagonia en todos los mercados del mundo.

En la última década las cifras demostraron el crecimiento sostenido del turismo como herramienta fundamental de la reconversión económica de una provincia que tiene la posibilidad de transformarse, de reinventarse permanentemente. Esta característica fue la que hizo que Santa Cruz lograra la metamorfosis de “terra incógnita” al lugar que todos quieren conocer.



La ley seca

Cuenta un mito urbano que la costumbre de beber whisky “on the rocks” data de los años de la ley seca de los EE.UU , cuando la mala y acelerada preparación del producto requería del frío extremo para hacer pasable su consumo. Sin embargo, muchos años antes, algunos historiadores hablaron del hielo azul que el legendario asaltante Butch Cassidy, quien fue patagónico por una temporada, ponía en su bebida dicen, en combinación con sus ojos.

Mitología, leyenda o verdad, lo que se sabe es que mucho antes de los cowboys americanos instalados en la Patagonia, de los gansters de Chicago y “Los intocables”, existía ya en Santa Cruz un paisaje colmado de formaciones gélidas y cumbres inaccesibles.

La región conocida durante años como Lago Argentino y sus aledaños, el cerro Fitz Roy , fueron siempre tierra para sensitivos, para buscadores de emociones, para observadores de la naturaleza. En principio, de lugareños y muy pronto de lejanos exploradores de nuevas sensaciones.

La historia siguió su curso y para la década del ?80 El Calafate ya estaba incluida en las guías (formales e informales ) de quienes buscaban una excursión turística inolvidable. Para la misma época, El Chaltén era fundada por cuestiones de geopolítica, ajenas a los sitios turísticos que muchos años antes habían sido descubiertos por los extranjeros.

Separadas por apenas 220 kilómetros y ubicadas sobre el oeste, dos localidades de Santa Cruz realizan con sus atractivos propuestas indeclinables: hielos milenarios y montañas desafiantes.

El Calafate, inevitable puerta de ingreso al Parque Nacional los Glaciares, cuenta con la invaluable condición de anfitriona del glaciar más famoso de estas latitudes: el Perito Moreno. De allí en más las propuestas son múltiples: navegaciones, caminatas sobre el hielo histórico, avistaje de avifauna, trekking, pinturas rupestres, estancias turísticas, safaris fotográficos y alternativas adecuadas para cada visitante.

La multiplicidad de la oferta vigente ha contribuido al rompimiento con la estacionalidad del producto “lagos y glaciares”, al que se le ha sumado últimamente el esquí en el “Parque de la Nieve”.

Tal variedad tiene su espejo en las opciones de alojamiento que van desde hoteles de cinco estrellas hasta confortables albergues y bien equipados campings.

Por su parte, El Chaltén —actual “capital nacional del trekking”—, que durante años fue la meca de los escaladores amantes de lo inalcanzable, se estableció en menos de dos décadas en lo que es hoy. Una aldea de montaña que, por su infraestructura, puede recibir tanto a deportistas intrépidos como a los viajeros en busca de mansos paisajes.

La mística que rodea al robusto cerro Fitz Roy y las difíciles paredes del Torre habla de montañistas que recogieron el guante con distintas suertes, algunas triunfantes y otras dramáticas; pero eso no alcanza para completar su perfil que es lo suficientemente generoso para ofrecer caminatas y paseos de distintos grados de dificultad, abiertos tanto para expertos como para principiantes.

Las montañas continúan allí, esperando el próximo duelo. Los hielos siguen azulados, pero no se parecen más que a los ojos de la naturaleza. ¿Se atreverá el lector a devolver esa mirada?

Este espejo lacustre, que ocupa el segundo lugar entre los más grandes de Sudamérica, es compartido por la Argentina y Chile, donde recibe el nombre de General Carreras. Su superficie total es de 2.240 kilómetros cuadrados, de los cuales 881 pertenecen a nuestro país, donde alcanza un ancho promedio de 20 kilómetros. Sus aguas azules y profundas son muy buscadas para la práctica de la pesca deportiva, tanto de costa como embarcada, especialmente porque allí se puede pescar todo el año.



Microclima

El primer blanco que avistó el enorme lago a los pies de la localidad de Los Antiguos fue el capitán de fragata Carlos María Moyano, quien llegó a la zona el 29 de octubre de 1880. Inspirado por el clima templado que reina en el lugar, diferente al imperante en la mayor parte de la Patagonia austral, el militar explorador no dudó en ponerle por nombre Buenos Aires. Sin embargo, los pobladores aún tardaron varios años en llegar: el primero fue don Arsenio Melo, quien se afincó aquí hacia 1906. Apenas un lustro más tarde nació el primer bebé del incipiente caserío, y en 1913 se fundó la estancia La Ascensión, que aún hoy funciona.

El reconocimiento oficial de la existencia de un poblado se dio el 11 de julio de 1921, cuando el gobierno nacional creó la colonia Leandro N. Alem, que en 1941 fue rebautizada como Los Antiguos, en homenaje a los originales pobladores de la zona.

El pueblo, que se convirtió en municipio en 1970, está ubicado sobre la margen sur del lago, en las tierras que forman el delta de los ríos Los Antiguos y Jeinimeni.

Gracias a las bondades del microclima del lugar, cerezas, guindas, frutillas, frambuesas, peras, manzanas, damascos, duraznos y ciruelas crecen a sus anchas en chacras familiares que abren sus puertas al turismo, también en invierno, para mostrar los cuidados artesanales que ponen en la realización de mermeladas, licores y conservas al natural y en almíbar, entre otros manjares.
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Miles de turistas llegan cada año al glaciar Perito Moreno, pero sólo los afortunados son testigos de los desprendimientos.


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