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 domingo, 22 de abril de 2007  
Bajo el agua. Miles de cabezas se sumaron indiscriminadamente a otras tantas que ya había en el lugar
Ganadería en las islas: afán por el lucro en desmedro del ambiente

Lizi Domínguez / La Capital

Victoria.— La inundación por la crecida del río Paraná y el temporal de lluvias torrenciales desencadenaron fenómenos de toda índole, motorizados en gran parte por el lucro de unos pocos en desmedro del medio ambiente y de las mayorías.

   En rigor, el fenómeno climático es el final de una situación que comenzó el año pasado, cuando se licitaron miles de hectáreas en las islas entrerrianas con destino a emprendimientos productivos, sobre todo el engorde.

   Tras la adjudicación, miles de cabezas se fueron sumando indiscriminadamente a otras tantas que ya pastaban en el humedal, procedimiento que según se dijo en ámbitos vinculados con la actividad tenía como objetivo central generar espacios en los campos de tierra firme para una prolífica siembra de soja, aunque hay quienes sostienen que la operatoria tiene un trasfondo político sobre la industria cárnica.


Se sabía
Todos sabían del riesgo que significa explotar suelos anegadizos. Nadie desconocía el inestable comportamiento del río Paraná, su dependencia de la represa en Brasil y la incidencia de posibles grandes precipitaciones, que en este caso fueron más inusuales de lo habitual.

   Tanto entidades ambientalistas como el Comité de Impacto Ambiental del enlace vial Rosario-Victoria advirtieron en su momento sobre una sobrecarga de vacunos. Incluso, el titular de Medio Ambiente de Entre Ríos, Gabriel Moguilner, reconoció que “para el cuidado ecológico de las islas se tendría que realizar un mayor control del ingreso de animales, y que debería haber uno por cada hectárea para que no exista una degradación del humedal, que en la zona de Victoria tiene una extensión total de 370 mil hectáreas”.

   Pareciera que la naturaleza se cobró ese abuso desmedido, y desató una tragedia que no radicó en el exceso de heces que contaminaría el agua —como dijeron algunos—, ni por un pastoreo voraz que arrasaría con la vegetación. Lo trágico, lo injusto, fue la pérdida de miles de animales que no pudieron llegar a tierra firme, que más allá de lo económico también significan un enorme volumen de carne desperdiciada que otra igualmente grande cantidad de gente —sobre todo carenciados— se quedaron sin comer.

   En diciembre pasado, el Instituto Nacional del Agua y entidades como el Senasa y sociedades rurales habían anticipado un alerta sobre el fenómeno hidrológico que se produciría en marzo. Para las autoridades gubernamentales, los ganaderos subestimaron la crecida y no se movilizaron a tiempo para evacuar la hacienda. Según los productores, no contaban con los medios ni la infraestructura necesaria.


Llegó la crecida
Cuando llegó el pico de crecida, las pocas barcazas, corrales y tierra firme para pastoreo no dieron abasto. Con el agua hasta las patas, las reces fueron cargadas a duras penas en las embarcaciones pero la mayoría ya estaba estresada, con las pezuñas infectadas, doloridas. Muchas no sobrevivieron al viaje y otras murieron apenas fueron descargadas en las dársenas.

   El tradicional paseo por la costanera y el puerto de Victoria se transformó hasta hace dos semanas en un tétrico espectáculo, con vacas moribundas que “boqueaban” y que se retorcían en los corrales frente al camping municipal. Las reses muertas eran depositadas a un costado para enterrarlas luego en el basural.

   Sin embargo, más de uno aprovechó el descuido de los inspectores comunales para cargarse rápidamente un animal en camionetas y hasta en carros. También hubo carneadas populares en plena calle pública, lindante a los corrales de la Sociedad Rural, que derivaron en denuncias por los malos olores que emanaban de los restos y en acusaciones entre la entidad y el municipio, por la irresponsabilidad de abandonar los animales muertos a disposición de la gente.

   El destino de la carne faenada clandestinamente no era otro que el consumo humano, si bien muchos la aprovecharon para alimentar animales domésticos. De todas maneras, y pese a las inspecciones en carnicerías por parte de Bromatología, algunas familias victorienses optaron por un menú vegetariano ante la sospecha de que los cortes fueran de mala procedencia.


Riesgos
“La carne que no es inspeccionada por el Senasa tiene dos riesgos: que el animal haya muerto de una enfermedad infectocontagiosa —como el carbunclo, que puede ser letal para el hombre— o que esté contaminada por no haber sido desangrada, porque la sangre se coagula en el cuerpo del animal y es un caldo de cultivo ideal para bacterias como estafilococos, estreptococos o colibacilos, entre otras”, explicó Mario Juárez, veterinario y periodista victoriense.

   Pero las advertencias no bastan para concientizar a quienes se aprovechan de la situación para comercializar ilegalmente los tan preciados novillos ecológicos de exportación, ni mucho menos a familias indigentes que encuentran la posibilidad de consumir a bajo costo. “El organismo de un vacuno que contrajo pietín —una infección en las pezuñas— seguramente se llenó de bacterias en sangre y de toxinas, lo cual produce intoxicaciones e inflamación hepática, entre las consecuencias más leves”, agregó el profesional.
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El fenómeno meteorológico había sido anunciado con meses de anterioridad.

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