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 domingo, 22 de abril de 2007  
Reflexiones
Otras formas de nazismo

Por Carlos Duclós
Hace escasas horas, en todo el mundo se recordó el suceso más dramático que padeció la humanidad. Se conoce como el Holocausto o Shoá, término judío que viene a significar algo más que una tragedia, una desgracia inconmensurable. Este increíble hecho, no sólo por el resultado sino por el método utilizado para lograrlo, fue planificado, premeditado, meticulosamente estudiado y puesto en práctica por un principio ideológico y encarnado en un partido político, el nacional socialismo o más comúnmente conocido como nazismo. No es del caso considerar en esta reflexión de hoy la idea, la acción y los resultados del régimen nazi. Se ha hablado mucho de ello y todo lo que se diga jamás será poco, desde luego. Por lo demás, los investigadores descubren aún hoy facetas ignoradas, consecuencias trágicas de este horroroso principio ideológico. Pero sí es del caso preguntarse ¿Qué fue el nazismo? ¿Sigue existiendo? ¿Cómo se manifiesta y en dónde?

Para encontrar las repuestas quisiera trascender el mero ámbito político, ideológico e incluso cultural y social. Y sin ánimo de no considerar, respetar y coincidir con aquellos que han ubicado al nazismo como una consecuencia de pautas filosóficas y movimientos culturales y sociales en el planeta (como, por ejemplo, la teoría darwiniana de la evolución de las especies, que entraña la noción de que las razas fuertes deben necesariamente imponerse sobre las más débiles, lo que favorece y fomenta, a su vez, la discriminación impiadosa) no puede sin embargo excluirse una cuestión poco tratada por los racionalistas al hacer mención al Holocausto: el mal. ¿Qué fue pues el nazismo? Además de las consecuencias de creencias humanas reprochables, fue el mal más agudo, más virulento, más exacerbado que se encarnó en un grupo de personas que tuvieron el misterioso poder de cautivar, persuadir, a toda una nación y a muchísimos seres humanos de otras naciones hasta nuestros días.

Por tal motivo al analizar las causas del nazismo no se puede excluir la cuestión moral y la cuestión religiosa. El nazismo no sólo tomó distancia de principios morales elementales (en realidad el nazismo, siendo mal, es de carácter amoral) sino que tomó distancia de principios divinos elementales (nazismo es negación de Dios). Circunscribir, limitar la causa del nazismo a cuestiones meramente políticas, ideológicas o sociales, es un error que sirve para permitir su vida latente y no tan latente. Por eso es menester no olvidar que el nazismo en el poder fue el paradigma del mal, que comenzó por la devastación del pueblo judío y que de haberse perpetrado en el poder hubiera seguido con no judíos y todos aquellos que no respondieran al perfil que ese establishment pretendiera para el ser humano. La discriminación comienza por la sangre o el color de la piel, pero ese sólo es el comienzo. ¿Qué fue pues el nazismo? Mal encarnado opuesto a principios morales y divinos.



¿Sigue siendo? Otro error frecuente es buscar al nazismo, tratar de detectarlo, sólo bajo la forma de la esvástica. No se repara en la cuestión determinante que “nazismo” no es más que un nombre y circunstancialmente una postura elegida por el mal para, desde allí, desplegar sus acciones. Lo cierto es que el nazismo sigue siendo, existe y actúa bajo la forma desembozada y tradicional ya conocida, pero también mediante otras formas. Con otros nombres y otros principios políticos y económicos, los seguidores del nazismo o mal “aparejan el camino para otra encarnación”. Es una cuestión muy interesante para meditar, que seguramente a algún estudioso de la historia de la religión apasionará, el observar que siempre la actuación planetaria del mal comienza contra el pueblo judío y sobre todos los que acuden en auxilio de este pueblo. El mal sigue con la persecución de aquellas extensiones del judaísmo, como lo es el cristianismo. Ello supone una casualidad, pero no lo es y no es del caso considerar esta cuestión hoy. Sigamos encontrando la respuesta a si el nazismo sigue siendo, existiendo. Cuando se niega el Holocausto, cuando una serie de naciones abogan por hacer desaparecer del mapa a todo un pueblo, cuando en Europa se levanta como rocío fétido y asqueroso el sabor antisemita, cuando un presidente latinoamericano se abraza con quienes niegan la maldad realizada por Hitler y sus secuaces, no puede decirse sino que “el nazismo sigue existiendo bajo otros nombres y otras formas”. Ya existió en el pasado, en la Rusia stalinista y poststalinista, por ejemplo, y en otros regímenes del mundo incluidos los de Argentina. Hay que decirlo: Aquellos oficiales del GOU, entre los que se encontraba Perón, que pergeñaron una revolución y se hicieron del poder en la década del '40, mostraron su característica antisemita de diversas formas. Una de ellas negando el ingreso de judíos víctimas del Holocausto al país y mostrando una clara simpatía por el Eje. Ese perfil antisemita en nuestro país, prosiguió y prosigue (aunque cueste creerlo) bajo diversas formas, una de ellas un mal entendido nacionalismo que aún perdura y nada en las profundidades oscuras.



¿Sólo contra los judíos? Si se acepta que nazismo más que nazismo es mal que puede tener otros nombres y otros agentes, debe aceptarse que el pensamiento nazi puede vivir en la derecha, el centro o la izquierda. Aun cuando malos existen en todas partes el mal en el mundo como método aplicado a la vida planetaria, por razones que tienen que ver con lo profundamente religioso, comenzó y comenzará según parece contra el pueblo judío fuente del Dios único y seguirá contra todos los otros pueblos creyentes y contra todos aquellos seres humanos que aún siendo agnósticos o ateos son moralmente íntegros. Recuérdese, por ejemplo, cual fue el destino de tantos curas, monjas, pastores evangélicos y otros religiosos, durante el nazismo o durante el stalinismo que se atrevieron a defender no sólo a los judíos, sino una forma digna de vida. Hay, al menos, dos clases de mal: El mal aceptado como presencia natural en el contexto universal y que tiene el sentido de hacer presente y fortalecer el bien y el mal sustancial, el que proviene de la esencia maligna propiamente dicha y cuyo único propósito es doblegar al bien, romper el equilibrio e imperar. Este último es el mal al que nos referimos.

En el mundo comienza a olerse una corriente maligna, con estas características: enojo individual y colectivo, violencia creciente en todas sus formas (moral y física), discriminación, injusticia, rencor, odio, terrorismo, guerras, guerrillas y la siempre latente amenaza de belicismo nuclear.



Ataques al Papa. Aquellos que reparan en cuestiones poco trascendentes, pero no menos importantes, habrán advertido que en los últimos tiempos en Europa y en Argentina han comenzado a circular unos textos en donde se cuestiona en duros términos al Papa Benedicto XVI por su clara intención de estrechar vínculos con el judaísmo. No es un hecho menor, aunque lo parezca y pone en evidencia todo lo dicho anteriormente con relación a los destinatarios de la acción del mal. Estos textos están elaborados por personas en las que se advierte una sólida formación filosófica, pero también una despreciable postura nacionalista y ultramontana (insistamos: el mal trasciende el concepto de institución). Estos textos, curiosamente, acaban por defender la postura del régimen de Irán (alianzas interesadas y circunstanciales que tanto daño le han hecho al mundo) y ponen de manifiesto que el nazismo, mejor dicho el mal, en sus diferentes formas y bajo diversos nombres, no ha muerto ni mucho menos y que tiene un objetivo bien claro: someter a la bondad, hacerse del poder para reinar definitiva y desembozadamente.




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