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 domingo, 22 de abril de 2007  
Panorama
Los salarios y los precios

Julio Villalonga

Por Julio Villalonga
Precios y salarios son dos patas fundamentales de cualquier política económica. La Administración Kirchner ha buscado, y en buena medida ha conseguido, que los asalariados mejoren sus ingresos con una serie de políticas activas.

La remanida cuestión de la distribución del ingreso encuentra al gobierno en una posición muy clara: los beneficios de la bonanza económica deben llegar a la mayor cantidad posible de argentinos.

Este postulado choca hoy con dos obstáculos claros: aunque desde 2002 a esta parte han bajado de manera significativa la pobreza y la indigencia, estos dos índices parecen haberse amesetado y hace un tiempo no acompañan de manera proporcional a la mejora del PBI. Paralelamente, es evidente que si hay algún “efecto derrame”, éste llega a los trabajadores en blanco pero sólo en una muy pequeña medida al 43 por ciento de trabajadores que todavía circulan por la economía en negro.

Esto no hace más que profundizar las desigualdades, más allá de las intenciones y del discurso oficialista.



Senderos bifurcados. Que hemos salido del infierno, como le gusta decir al Presidente, no hay ninguna duda. También es evidente, a esta altura, que el tránsito por el purgatorio puede ser más extenso que lo deseable.

Encima los senderos de los precios y los salarios se bifurcan. Los primeros sufren convulsiones dentro de una olla a presión que se calienta por la demanda interna provocada por la mayor actividad económica. Los segundos, tienen el límite preciso de la banda que va del 15 al 18 por ciento, y que el Gobierno le impuso a la CGT como condición para acompañar los reclamos gremiales frente al sector empresario.

Es decir que, mientras el termómetro social computa una inflación anual que orilla el 20 por ciento, aunque el nuevo INDEC asegure que no supera el 10 por ciento, los trabajadores en blanco saben que con suerte apenas pueden aspirar a equilibrar la balanza.

De este modo, el cuello de botella impide que se recomponga el poder de compra de vastos sectores sociales que están por encima de la línea de pobreza pero por debajo de los ingresos medios. Porque está claro que los aumentos en la canasta básica afectan en mucha mayor medida a los sectores menos favorecidos, que asignan por ejemplo más del 70 por ciento de su salario a la compra de alimentos básicos. Con mirar las listas que se difunden con los aumentos en leche, pan, verduras, huevos y carne, del último año, sobra para entender este fenómeno que ataca con menos virulencia a las capas medias, que destinan no más del 30 por ciento de sus ingresos al rubro alimentos.



Dos trincheras. Dicho todo esto, se pueden afirmar dos cosas: que está muy bien que el gobierno disponga de políticas activas para beneficiar a los que menos tienen, y que todas estas políticas están siendo insuficientes o ineficaces para conseguir el objetivo buscado.

En las dos trincheras, la de los precios y la de los salarios, los soldados del kirchnerismo están teniendo suerte diversa. El secretario Guillermo Moreno tiene sólo dos manos para tapar goteras y cada día que pasa su oficina se llena más de agua. El líder cegetista Hugo Moyano sigue demostrando que tiene el poder suficiente para alinear grandes gremios con las necesidades económicas del Gobierno. Y mientras Moreno lucha con desesperación para cumplir con el mandato presidencial de que los precios no se desbanden, Moyano se muestra con Kirchner en las puertas de la Casa Gobierno exultante en la cúspide de un poder derivado de su capacidad para domesticar a los demás caciques sindicales. Luces y sombras de la economía en tiempos del dengue.


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