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 domingo, 15 de abril de 2007  
El viaje del lector
Jujuy: el sueño cumplido

Siempre que pensaba en el viaje al Norte pensaba en Purmamarca, el famoso cerro de los Siete Colores. Parecía una utopía el estar allí. Después de recorrer unos 80 kilómetros al norte de San Salvador, nos desviamos por la ruta 52. El haber entrado por la Quebrada de Humahuaca y comenzar a ascender, la sensación de entrar en lo desconocido hacía más emocionante el viaje.

Junto a mi esposo, después de recorrer desde San Salvador de Jujuy unos 65 kilómetros hacia el norte, en nuestra Kangoo nos desviamos hacia el este por la ruta 52, aproximadamente tres kilómetros. Así, cerca del mediodía y con el cielo salpicado de nubes bastante oscuras mezcladas con un cielo azul, llegamos. La curiosidad hizo que antes de recorrer la zona contara los colores: cinco gamas de rosa y dos de cemento —sin ser verde ni gris—, así llegamos a siete. Nos informamos un poco y supimos que la formación del cerro se produjo por la sedimentación de restos marinos y fluviales hace millones de años.

Qué emoción mirar hacia el cerro y ver las calles de tierra que suben hasta llegar a él. Detrás del cerro se pueden ver Los Colorados, cuya formación de piedra muestra su tallado natural.

Hacia allí se hacen excursiones de trekking y cabalgatas, y se puede recorrer el lecho del río Purmamarca durante dos horas, admirando la belleza del despliegue de piedra y color.

Como no habíamos comido, decidimos buscar un lugar donde hacerlo. Recorrimos algunas cuadras cerca de la plaza hasta que encontamos un lugar donde por poco dinero nos alimentamo. También descubrimos muy buenos y renovados alojamientos como “El Manantial del Silencio”, donde una habitación doble por día cuesta aproximadamente 800 pesos. Seguimos averiguando y existen otros alojamientos para bolsillos más austeros.

Era octubre y la temperatura, a pesar del viento, era cálida. Encontramos un lugar donde comimos empanadas de carne y humita en chala, platos típicos del lugar, con una gaseosa. Cuando salimos, volvimos a la plaza central que cuenta con muchos puestos de artesanías, además de hermosos árboles verdes, cardones, álamos y coníferas, y cómodos asientos donde poder disfrutar de la paz de la tarde y la envidiable siesta del interior.

Hacia un lado de la plaza se encuentra la iglesia Santa Rosa de Lima, hoy declarada Monumento Histórico Nacional, cuya construcción data de 1648. Tiene un atrio al frente, el cementerio a uno de los costados y un patio que da a la casa del párroco. Todo está rodeado de un muro bajo en el que se ven dos arcos: uno hacia la plaza y otro hacia el cementerio, todo pintado de un blanco puro. A un costado de la plaza está el algarrobo histórico, bajo su sombra descansaron las tropas del general Manuel Belgrano.

Las construcciones son de adobe con techos de cardón con tortas de barro. En la esquina se encuentra el bar, muy especial, bien de pueblo, donde Don Emilio nos recibió masticando coca y con muchos recuerdos de los visitantes tan conocidos que tuvo. Con el poco espacio que quedaba en su boca nos contó que allí estuvo el ex ministro Roberto Lavagna, y con orgullo nos mostró una foto que se sacó con él.



Paso a paso

Con cámara y filmadora en mano, no salíamos de nuestro asombro ante tanta tranquilidad, caminar en la altura significa hacer pasos cortos ya que el oxígeno escasea a los 2.160 metros sobre el nivel del mar. Así, a ritmo lento transcurrimos la tarde en Purmamarca, donde todo huele bien, donde no hay apuro por volver. Nuestro viaje continuaba hasta Tilcara, donde teníamos reservada una habitación en la Posada Don Juan, regenteada por una porteña que, cansada de luchar, se dedicó a levantar ese lugar de alojamiento, cuyo precio era muy barato ya que pagamos 80 pesos la noche.

Caía el sol, nos despedimos de éste lugar mágico, pensando que seguramente en otra oportunidad, con más tiempo, podremos disfrutar del silencio y la quietud que tanta falta nos hace para tener una mejor calidad de vida. Gracias Purmamarca, donde todo huele bien, donde la gente camina lento y el paisaje nos invita a relajarnos bajo los árboles verdes. Gracias Dios por permitirnos llegar a este maravilloso lugar.

Marcela Lembo
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