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 sábado, 07 de abril de 2007  
Por dentro > Claudio Caveri
El encanto de la lejanía
Entrevista con un viejo maestro que levantóuna arquitectura de compromiso y resistencia. Con 79 años siempre se apartó de los primeros planos porque está convencido de que "lo nuevo siempre nace culto"

Aníbal Fucaracio / arquietcto

Claudio Caveri es uno de los viejos maestros que todavía conserva la arquitectura argentina. A los 79 años y recién jubilado de la docencia, mantiene intacta su pasión y los férreos valores que defendió durante toda su vida: lo "nacional y popular". Se considera un cristiano particular y crítico. Y como profesional siempre se condujo con un marcado escepticismo ante las derivaciones del movimiento moderno. El creador de la Parroquia Nuestra Señora de Fátima y Comunidad Tierra mantuvo un mano a mano con ESTILO en el que compartió la claridad y los sueños que aún rondan su imaginario en la madurez.

Caveri, un militante del compromiso y la resistencia, exalta las bondades del manejo de tecnologías artesanales, el modo de construcción comunitario y la utilización del lenguaje blanco como respuesta local a las modas internacionales. Es autor de numerosos proyectos y escritos que proponen una concepción de la arquitectura contrastante con los resultados del proceso de modernización y de la industrialización de la construcción.

El profesional estuvo el mes pasado en Rosario y brindó una conferencia en la Facultad de Arquitectura junto con su hijo. "Era una promesa y no podía fallar", dijo el arquitecto que fue invitado por el grupo Matéricos Periféricos del Taller Galli, una cátedra que lo coloca entre sus principales referentes ideológicos.

-¿Por qué cree que se produjo esta atracción tan especial con este grupo?

-Ellos son Matéricos Periféricos, y a mí me interesan las dos cosas. Soy un cristiano bastante particular. No creo que el alma vaya por un lado y el cuerpo por el otro. Es decir, la materia no puede andar por un lado y el espíritu por otro. Creo en el cristianismo porque está encarnado.

-¿Y qué concepto tiene de la periferia?

-Muy cercano, porque siempre me ubiqué lejos de la primera plana, estuve en los bordes. Y para hacer arquitectura siempre mantuve un perfil bajo.

-¿Por qué eligió ese posicionamiento?

-Porque en la primera plana siempre está lo vigente. Y lo que está oculto puede llegar a ser lo nuevo algún día. Además, la primera plana condiciona y para estar allí hay que tranzar bastante.

-¿Le teme a la exposición?

-No le temo, pero no la busco. Mi trabajo como docente deja en claro que no le temo. Igual, no me gusta competir como lo hacen las primeras figuras.

-Algunos analistas plantean que hubo una automarginación en su desarrollo laboral. ¿Usted buscó ese alejamiento?

-Para que haya margen tiene que haber centro. Y ahí está el problema. Lo nuevo siempre nace oculto.

-Desde ese sitio más oculto, ¿nota que surge una nueva arquitectura o nuevos movimientos?

-En realidad no puedo separar la arquitectura de todo lo demás. Es ridículo pensar en la autonomía de la arquitectura. El arte puro, por el arte mismo, no me interesa. Sólo me gusta cuando tiene que ver con la expresión y encarna un sentido.

-Usted levantó siempre las banderas de lo nacional y lo popular. ¿Cómo fue su lucha con los intelectuales?

-Lo mío nunca apuntó a un nacionalismo ramplón. Creo que el arraigo es importante. La cultura es cultivo, por consiguiente no es estar expuesto sino trabajar la tierra y echar raíces. Es un trabajo humilde, como el del campesino.

-¿Quiénes encarnan hoy una arquitectura nacional y popular?

-Es muy difícil. Amancio Williams quiso estar a la altura de Le Corbusier. Era como si estuviera viviendo afuera y vino a construir acá adentro lo de afuera. Y en eso es un gran artista. Lo mismo pasa con Clorindo Testa, que con su genialidad siempre está a la altura de los últimos movimientos que se dan afuera. Hay muchos artistas que se ríen de nosotros porque saben que la gente compra las cosas que se imponen desde el exterior.


Trabajar la materia
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TRABAJAR LA MATERIA



—¿Cuáles son las características de las construcciones de la región?

—Lo americano no es replegado ni desplegado, es plegado. Somos más humanos, no somos tan intelectuales en el sentido de tener una idea y desplegarla, sino que trabajamos la materia y eso nos influye en lo bueno y lo malo, en el orden y el desorden. No se puede dar la pureza como principio.

—¿Con la materia se llega a la forma?

—Las dos cosas están juntas. El pensamiento europeo hizo del Cristianismo la cristiandad. Y la cristiandad separó cuerpo y alma. Por consiguiente pureza de corrupción. Después vino la modernidad y “el aquí y ahora” quedó perdido. Eso no me interesa.

—¿Es posible llevar adelante la profesión con esos compromisos?

—Nunca viví de la arquitectura porque siempre me dediqué a la carpintería y a la educación. Incluso, cuando hice la Iglesia de Fátima no cobré nada.

—¿Cómo se lleva con el dinero? —Tengo lo que necesito para vivir. Vivo bien, mi casa está a nombre de la cooperativa y no tengo bienes.

—¿Qué cosas ganó con la profesión?

—Cada cual es hijo de su época y de las circunstancias que le tocan vivir. Mi viejo vino de Europa escapando de la guerra, le faltaba una materia para recibirse en Bellas Artes, trabajaba de carpintero y le robó el documento al hermano para no ir al frente de batalla. Se metió en un barco de polizón, llegó acá, dijo que era arquitecto y construyó como loco. En el año 1936 reglamentaron la profesión y no lo dejaron firmar más. Recién a fines del año pasado le reconocieron el título cuando ya estaba muerto. Así que tengo ciertos reparos con respecto a la profesión. —¿La arquitectura pierde sentido cuando se aleja de lo social?

—Si lo social es hacer edificios tipo colmenares o robots, no creo mucho en eso. Si es hacer casitas en los countries, tampoco. Veo las tiras infinitas que se construyen ahora, que consideran al hombre todo parejito, demasiado igualito y estoy lejos de eso.

—¿Por qué se enoja cuando dicen que su arquitectura no es metropolitana?

—Porque es una concepción esquemática. Dónde están los márgenes y qué es lo metropolitano. Lo metropolitano surge como idea en la cosmovisión europea. No entiendo mucho eso. Quiere decir que si uno no construye en la metrópoli, está fuera del tema. El centro es una representación, un teatro, al cual la gente va a ver el arte, no entiende muy bien pero va. Y lo cultural es esa cosa que viene de arriba, que hay que adquirir porque queda bien. No es trabajo. En definitiva, creo que lo metropolitano es una discriminación de esa maldita manía de rotular las cosas. Son ideas abstractas, la realidad es mucho más compleja.

—¿Qué concepto maneja de ciudad?

—Los barrios crean la comunidad. Lo que falta actualmente es el sentido del trabajo local, las pequeñas empresas. Hay que crear eso. Hay que monumentalizar la barriada. No sé si es la solución. Pero frente a la metrópoli totalmente anónima y esquizofrénica, hay que construir lo posible.

—¿Por qué cuesta tanto imponer esas percepciones?

—Porque tenemos un defecto: compramos los últimos modelos. Por eso digo que Buenos Aires es una gran plataforma donde nos bajan modelitos. Después compramos los de izquierda, de derecha o de centro. Para mí, las ideologías dividen. Lo lindo es la convivencia con lo diferente.

—¿Cómo clasificaría su obra?

—No creo en las genialidades. Lo único que hice siempre es meterme de lleno en lo mío porque nací entre planos y poniendo ladrillos. Lo que soy se lo debo a mi viejo. Y creo que la arquitectura es un oficio insignificante, pero significante.
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Claudio Caveri brindó una conferencia en la Facultad de Arquitectura de Rosario invitado por Matéricos Periféricos.

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