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 domingo, 01 de abril de 2007  
[Lecturas]
El universo de un clásico
La editorial rosarina Serapis presenta en el formato del libro la edición electrónica de "Soledades", de Luis de Góngora. Aquí se ofrece un fragmento del prólogo

Julia Sabena

Una nueva publicación de las “Soledades” merece un trabajo introductorio que es ajeno, al menos en esta primera edición, a nuestro alcance y nuestros objetivos. Baste exponer las razones y las causas de la presente empresa: además del valor intrínseco a la obra —que alcanza para perpetuarse a sí misma en continuas publicaciones—, hemos querido dar a la luz, en formato de libro tradicional, una parte de la edición electrónica que efectuara siete años atrás el poeta rosarino Héctor A. Piccoli. Si bien ambas ediciones divergen en varios aspectos que hemos de puntualizar, tratamos aquí de hacer honor al espíritu a la vez riguroso e inquieto que ha guiado el arduo trabajo del licenciado. Es su voz la que oímos, no sólo en las notas por él escritas, sino en todo lo que respecta a la factura del volumen.

   Esa voz está legitimada, al menos, por dos razones primordiales: en primer lugar, su propia experiencia poética, que la destaca como una cima en el seno de las bellas letras y la inscribe como poseedora del prodigioso puente de la intuición poética, de una percepción y una sensibilidad agudas indispensables a la hora de acometer aventuras como éstas. Y, en segundo lugar, la escucha atenta que ha ejercido sobre todas las voces que aparecen aquí cotejadas y confrontadas en un diálogo enormemente enriquecedor para todo aquel lector curioso y alerta a las anfibologías a que un texto como las “Soledades” da lugar. Dichas voces son en parte epocales —arduas delicias— que, amén de su (in)genio propio y su gran poder esclarecedor y didascálico para una obra que las amerita y exige, nos dan cuenta del alcance que la poesía de don Luis tuvo en su tiempo. Conjugadas con las voces que, desde principio del siglo pasado, han “redescubierto” y hablado del poeta —con tal erudición y acierto que nos parecen ineludibles al momento de abordar semejante obra—, se erige esta voz transida de voces como un lugar imponderable desde el cual llevar a cabo una lectura placentera y profunda del principal poema gongorino.

   Tal conjugación de voces —que pugnan por hacerse escuchar, por callarse y anularse unas a otras en algunos casos, por retomarse y reconocerse, en otros— es puesta en relieve en la edición de Piccoli, quien ha sabido (en palabras de Claudia Caisso) encontrar y hacerse cargo “del duelo dinástico que es preciso sostener para resguardar la justa combinación de la preocupación por la fidelidad frente a la letra gongorina con la generosa decisión de mediar su hermetismo sin reducir la ambivalencia”.

   La edición de la que hablamos (las “Obras completas de don Luis de Góngora”) fue llevada a cabo, como mencionamos, en formato L.E.I. (Libro Electrónico de Investigación), lo que ya supone un poder instrumental denso y abarcativo. La función hipertextual permite que todas esas voces puedan aparecer juntas al ojo del lector. Planteada como una “herramienta de lectura, investigación y consulta sobre el conjunto de textos considerados tradicionalmente la «obra completa» de don Luis de Góngora”, cuenta con dos instrumentos auxiliares: el diccionario gongorino y el aparato de notas, éste último transpuesto de manera íntegra (la parte concerniente a las “Soledades”, se entiende) a nuestra edición. Lamentablemente hemos tenido que dejar de lado, al menos por ahora, el diccionario, que contiene los vocablos “suficientemente extrañados del lenguaje como para inducir al lector medio a «buscarlos en el diccionario»” (¡más de 2700!) y los nombres propios, constando, en casi todos los casos, de su indicación etimológica; de la acepción contemporánea al autor; y de la acepción moderna (...).

   Nuestro libro es un retoño de aquél, nace de ese universo generosamente cedido por Piccoli, y cuenta, como dijimos, con el aparato de notas correspondientes no estrictamente al orden lexical sino a determinada parte o verso del poema. Lo anotado por Piccoli atiende, en lo fundamental, a las “variantes textuales, sea de los epígrafes, sea de versos en particular, presentes en las distintas fuentes consultadas.” En aquellas notas donde se hace referencia a otros lugares de las “Obras completas” (a una voz del Diccionario gongorino o a una nota a otro poema), han sido transcriptos entre corchetes y con diferente tipografía los fragmentos pertinentes de los mismos, a fin de brindar al lector la información completa alterando lo más sutilmente posible el texto original. A continuación se presenta lo sustancial de los comentarios de García Salcedo Coronel (siglo XVII), la voz epocal que apunta relaciones, aclara pasajes difíciles y, en más de un caso, presenta una desmesura que, a juzgar por otros textos similares, es característica general de los comentos de ese tiempo. Es imposible, más allá de su pertinencia y erudición, que no nos arranque una sonrisa a los actuales lectores los momentos en que Salcedo, como vemos más abajo, celebra un “acierto” del poeta, reprueba moral o estéticamente una imagen, se dirige al lector, lanza diatribas contra otros exégetas e incluso, en un momento, nos brinda sus propios versos para demostrar la importancia que debe adjudicársele a una mariposa, todo esto en un estilo por completo diferente al que la crítica de hoy nos tiene acostumbrados.
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