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 domingo, 01 de abril de 2007  
[nota de tapa] De las raíces y el cielo
La memoria de un pueblo y sus voces
La comunidad toba de avenida Rouillón lleva adelante un proyecto cultural de características singulares: una biblioteca parlante que aspira a retransmitir un saber ancestral

Osvaldo Aguirre / La Capital

La idea de biblioteca convoca inevitablemente imágenes de espacios cerrados, ámbitos donde rige el silencio para asegurar la lectura y largos corredores colmados de libros. Nada más alejado de esas representaciones que la biblioteca y el proyecto cultural que integrantes de la comunidad Toba de avenida Rouillón y un grupo de profesionales de la Universidad Nacional de Rosario implementan con mucho esfuerzo desde hace casi dos años. Como cualquier otra institución de su tipo, la Biblioteca Popular Etnica Qomlaqtaq (“Lengua toba”) se propone preservar y recrear las manifestaciones de la cultura propia; pero en este caso esas creaciones no se encuentran en los libros sino en la memoria y en las voces de sus miembros.

El proyecto, seleccionado en un concurso organizado en 2004 por el Ministerio de Educación de la Nación, tiene por objetivo “armar una Biblioteca parlante, en papel, virtual y lúdica-didáctico-pedagógica en lengua qom, que permita transmitir su cultura tanto a grupos aborígenes como a otros sectores de la sociedad”, según su presentación. Las primeras reuniones se hicieron en 2005 en la casa de Ruperta Pérez (la coordinadora del área de Lengua de la Biblioteca) y luego en la sede de la Cooperativa Trabajo Aborigen Na”añagac (Rouillón y Maradona). Todavía no se pudo concretar el proyecto de que la Biblioteca tenga su propia sede. Pero aquí hay otras necesidades que son más sencillas y acuciantes: por ejemplo, disponer de un mueble donde guardar bajo llave los elementos de trabajo con que se cuenta

Una de las primeras actividades que se realizaron fueron entrevistas con ancianos. Montiel Romero, Victoriano Arce, don Flores y doña Elena contestaron a las preguntas, y también hubo grabaciones de don Salustiano. Se trataba de indagar “cómo vivían antes, cómo vinieron de Chaco, el viaje que hicieron, en qué se trasladaron, sus vivencias allá”, dice Miriam José, joven de la comunidad que estudia bibliotecología.

“Creo que los jóvenes deberíamos saber más de las tradiciones”, apunta Daniel Naporiche, y agrega que el temario incluyó asimismo preguntas sobre “cómo se alimentaban los ancianos antes de llegar a Rosario, por qué llegaron de la provincia de Chaco a Rosario y con qué medios, qué les gustaría recuperar de aquellos tiempos, cuáles eran sus hierbas medicinales y cuáles eran sus leyendas, cuentos y creencias”.

Aunque las entrevistas serán desgrabadas, el propósito es que el archivo sea oral. “La intención —interviene la antropóloga Marcela Valdata, directora del proyecto— es que el libro que pensamos hacer este año sea digital y tenga la posibilidad, con las narraciones recolectadas de los ancianos, de estar en el propio idioma de ellos para que puedan empezar a escucharlo”.

En el marco del proyecto, el año pasado un grupo de jóvenes de la comunidad realizó una práctica de dibujo y fotografía, sin enseñanza de técnica. En dibujo se planteó que “fueran ellos quienes ilustren sus propios cuentos, que van a tener un relato más bien mítico, lo que viene transmitido por los ancianos; el objetivo final que tiene el que los está guiando es que puedan construir sus propias historietas de humor”, dice Valdata. En fotografía “tomaron partes del barrio y todo lo que tenía que ver con la naturaleza. La consigna era tomar fotos a una persona, lo que a ellos más le gustara, y trabajar de esa manera las nociones de tiempo, espacio y persona”.

El equipo incluye a Sofía Fernández, en el área de religión, y Marcela Rotania, en derechos de la mujer y derechos reproductivos. “Lo que hacemos, del lado del blanco, es capacitarlos en cuestiones tecnológicas; todo se hace en base a sus propios deseos y necesidades. Procuramos algún tipo de subsidio para que ellos tengan esas herramientas a fin de que una vez adquirido el conocimiento puedan seguir reproduciéndolo”, apunta Valdata.

María Fabiana Elcarte está a su vez a cargo del trabajo de didáctica y pedagogía; María Virginia de la Puente, del área de Arte, y Maximiliano Tony, de dibujo e historieta. Anibal Pinay, Cintia Fernández, Fabián López, Maximiliano Gómez, Rubén Fernandez, José Alonzo, Alejandro y Daniel Naporiche y Miriam José son jóvenes de la comunidad que se sumaron al proyecto. Y hay otros participantes. “Este lugar se sostiene por los padres, que transmiten día a día su cultura”, dice Valdata.



Otra historia

Ruperta Pérez nació en El Impenetrable, departamento General Güemes, Chaco. “Sabemos que hay una historia formal desde el Ministerio de Educación, pero como pueblo originario tenemos una historia que no se cuenta”, dice. Y ejemplifica: la masacre de Napalpí, la campaña del Desierto, la matanza del Gran Chaco, no suelen aparecer en los textos escolares. “Nosotros los indígenas somos los que contamos esa otra historia —agrega—. Es por eso que surge la necesidad de tener por lo menos material, en la Biblioteca”.

Esa otra historia también incluye una visión desconocida de sí mismos. Según señala Valdata, “este pueblo es muy alegre, tiene una forma de vida y diversión propia, que no es muy conocida, porque siempre aparecen tranquilos y en realidad les gusta mucho el humor”. Ruperta Pérez lo confirma: “Nosotros éramos un pueblo alegre, cantamos, hacíamos las danzas a la noche. En nuestra lengua no tenemos palabras para la violencia. Pero esas cosas se van perdiendo y los jóvenes no lo saben”, agrega, y enseguida advierte que la tradición no supone un asunto del pasado. Por el contrario, “es algo que forma parte de la vida de la comunidad. Como esta experiencia que estamos haciendo, que es la primera por lo menos en la provincia de Santa Fe: nunca hubo una biblioteca de pueblos originarios. Y nosotros somos los que la vamos a confeccionar con los relatos, los cuentos, las canciones, las danzas, los juegos”.

A su lado, Roberta Catori asiente. “La transmisión que me dejó mi abuelo se la estoy pasando a mis niños, que son rosarinos. Son historias de años, pero las llevo acá”, dice y señala su cabeza con una expresión que da a entender que las tiene bien presentes.

Las formas de provisión y los hábitos culinarios señalan un punto de tensión entre el pasado y el presente. Antes, dice Ruperta Pérez, “todo era natural, todo nos daba el monte: nuestros abuelos no han conocido una inyección ni una aspira”. Pero el contacto y los lazos familiares que remiten al Chaco hacen que esas costumbres puedan mantenerse: “el monte sigue siendo nuestro almacén y nuestra farmacia, porque de ahí extraemos los alimentos y los medicamentos”.

Roberta Catori agrega que “la gente trae los remedios del norte, yuyos tradicionales que aquí no hay; y cuando se termina habla por teléfono. «Mandame tal cosa que me falta», dicen, y enseguida viene el paquetito”. Incluso, destaca Ruperta, tienen su psicólogo propio, el pyoGonac, que “trabaja con cantos, le danza o le sopla” al enfermo y hace “un acompañamiento” hasta que el paciente logra sanar.

Entre los valores que los tobas reivindican como propios la percepción del tiempo parece tener un lugar central. “Para nosotros el tiempo es inalcanzable”, dicen, y según explica Daniel Naporiche “no es el tiempo sino la vida de los aborígenes, estén donde estén, lo importante”. Por eso, además, no es tan grave la distancia con el espacio de pertenencia original: “Conozco la vida del Chaco porque me la contaron mis papás”, dice Daniel. Una tradición que al transmitirse recupera su fuerza.
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Panorama desde el puente. Una imagen del barrio tomada por un participante del taller de la Biblioteca Qomiaqtaq.

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