Año CXXXVII Nº 49339
La Ciudad
Política
Economía
La Región
Información Gral
Opinión
El Mundo
Policiales
Escenario
Cartas de lectores



suplementos
Ovación
Educación
La Escuela en Foco


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 24/12
Mujer 24/12
Economía 24/12
Señales 24/12
Educación 23/12
Estilo 16/12
Salud 13/12
Autos 30/11
Página Solidaria 29/11
Chicos pero grandes 11/11

contacto

servicios
Institucional

 sábado, 30 de diciembre de 2006  
Reflexiones
Accidentes: el juego de la ruleta rusa

Manuel Alberto Tasada (*)

En una comparación con los demás países del orbe, teniendo en cuenta el número de habitantes y de automóviles en circulación, debemos convencernos que ostentamos el poco envidiable honor de hallarnos en los primeros puestos de muertes por accidentes de tránsito. Como ejemplo puede citarse a los EEUU de América: los automotores han causado en ese país más de dos millones de muertos, cifra que supera holgadamente el número de bajas que sufriera en los campos de batalla pese a haber participado en 14 guerras, incluyendo las dos mundiales. Actualmente, con 250 millones de habitantes y el mayor parque automotor del mundo, está por encima de los 40 mil muertos anuales, cifra que si bien impacta, es proporcionalmente muy inferior a la de nuestro país. Con sólo 38 millones de habitantes, hemos superado los ocho mil muertos anuales, y un mayor número de heridos graves e incapacitados permanentes.

Las causas son múltiples, pero de acuerdo a lo que indica la experiencia pueden citarse las dos principales: 1º) una deficiente estructura vial y 2º) falta de educación en conductores y peatones.

Inundamos el país de automóviles veloces, ómnibus y camiones de volumen y peso considerables y mantenemos carreteras de siete metros de ancho. Omnibus cargados de pasajeros se cruzan con camiones y acoplados que transportan cuarenta toneladas a velocidades superiores a los 100 kilómetros horarios y a centímetros de distancia. De esta manera, no existe margen para el error humano o mecánico, y cuando uno de estos se produce, las consecuencias son trágicas.

El primer paso debe ser la construcción de rutas adecuadas. Un ejemplo de lo expuesto lo constituye la autopista Rosario-Buenos Aires. Antes de su habilitación ese tramo carretero ostentaba el mayor índice de siniestralidad del país, mientras que ahora ha bajado a porcentajes mínimos.

En este sentido, cabe hacer un distingo entre los llamados conductores profesionales (colectiveros, taxistas, repartidores, etc.) y los conductores particulares. Los primeros cumplen turnos de ocho o más horas de trabajo, donde la atención y reflejos van disminuyendo con el avance de la jornada laboral. Por el contrario, los segundos no hacen recorridos de más de veinte minutos de duración, donde pueden conservar plenamente sus funciones sensoriales, y es raro que manejen más de una hora por día. Ambas causales, mayor tiempo y cansancio, inciden a nivel estadístico para que los primeros estén más propensos a los accidentes de tránsito que los segundos.

Es imprescindible que se construyan las obras viales necesarias para que los viajes en las rutas cesen de representar el juego de la ruleta rusa. Las dos vías de circulación, separadas por un ancho cantero central, es una imposición ineludible a la intensidad y velocidad del tránsito vehicular. Además debe encararse una enérgica y bien organizada educación vial, tanto para los conductores como para los peatones, ya que unos y otros ignoran, por lo general, las más elementales reglas.

Los países más adelantados en esta materia comienzan esos cursos de enseñanza en los primeros grados de la escuela primaria. A ello habría que sumar una campaña por televisión en base a cortos de no más de 45 segundos de duración, en los cuales se mostraría al público las acechanzas del tránsito y como evitarlas. La gran mayoría de transeúntes atropellados tiene menos de 10 años y más de 60. El niño en sus primeros años no posee la noción del peligro y no calcula adecuadamente la velocidad de los automotores. En cambio las personas de avanzada edad no cuentan con los reflejos ni estado físico necesarios para salvar las situaciones de riesgo. En el orden de las personas que viajan en vehículos, ya sea como conductores o acompañantes, la mayor tasa de mortalidad se produce entre los 18 y los 29 años, que son fruto de la impulsividad propia de la juventud, sumada a la inexperiencia en el manejo. Una campaña bien planificada necesariamente provocaría una sensible disminución de esos guarismos que ya resultan aterradores.

Si el vehículo responsable de esos daños está cubierto por seguro, funciona la cláusula de responsabilidad civil ilimitada, extensiva tanto a los terceros como a las personas transportadas. Ello significa que en condiciones normales de atención del siniestro, el damnificado tiene siempre la posibilidad de perseguir el cobro de una indemnización de la aseguradora de quien fuere responsable del siniestro. Por el contrario, en caso de no existir seguro, pueden darse dos situaciones extremas: que el culpable sea insolvente, convirtiendo en ilusorias las pretensiones del damnificado, o que tuviera patrimonio, el cual se vería afectado total o parcialmente por la acción de daños y perjuicios. Debe educarse a quienes tienen a su cargo el manejo de un vehículo, que el seguro actúa en función de previsión y protección, pero no da carta blanca para proceder desaprensiva e imprudentemente en base a la íntima convicción que en caso de accidente todo se solucionará por esa vía. En el caso de daños corporales o muertes, existen severas penas impuestas por el Código Penal, que recaen exclusivamente sobre la persona causante de los mismos, y esta contingencia no la puede salvar ninguna póliza de seguro. Por ello, la idea de que el automotor representa un arma, y como tal debe ser tratado con cuidado, no puede estar ausente del pensamiento de ninguno de nosotros.

*Abogado
enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados