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 domingo, 17 de diciembre de 2006  
Primera persona. Jorge Conti
Una apuesta por el pensamiento
El escritor y periodista santafesino desafió las convenciones de la radio en una columna de reflexión Y crítica sobre temas culturales. Ahora las reúne en un libro

Osvaldo Aguirre / La Capital

Jorge Conti nació en Pergamino, en 1935, pero ha pasado la mayor parte de su vida en la ciudad de Santa Fe, donde reside. Allí ha desarrollado una actividad cultural con múltiples proyecciones, particularmente en la literatura y el periodismo gráfico y radiofónico. La poesía, la crítica, el cine, el teatro y la música han sido además motivos constantes de su reflexión, siempre frontal y apasionada. Una muestra notable de esos intereses puede encontrarse en "Aguafuertes radiales", su último libro, una recopilación de las columnas que hacía en el programa "Siempre tarde", de LT 10 Radio Universidad del Litoral.

"El programa iba de 14 a 18 -dice Conti-. Se emitió de 2001 a 2005, Lo conducía Miguel Cello, y yo era el columnista político y económico. Paralelamente empecé a hacer estas aguafuertes, que no tenían nada que ver con el tema oficial del programa. Al principio eran eventuales, y a Miguel se le ocurrió que las hiciera todos los días. La gente empezó a llamar por teléfono, hubo una buena respuesta, y entonces las agregué todos los días".

-¿Cómo surgió la idea de la columna?

-El tema es así: en el 2001, como recordarás, el país estaba al borde de la disolución como nación. Creo que era la primera vez en la historia que teníamos un riesgo tan grande, estaban todas las instituciones en crisis. Salvo honrosas excepciones, periodistas y políticos repetían el discurso del pensamiento único, ese invento neoliberal con el que pretendieron abolir el pensamiento crítico. Todo se puso muy asfixiante y a mí me pareció bueno escaparme un poco a ese clima haciendo estos comentarios a propósito de escritores, poetas, actores músicos, filósofos o de amigos y personas que habían significado algo para mí y que tenían que ver con lo lo que podríamos llamar el pensamiento progresista.

-Algunas aguafuertes fueron motivadas por efemérides. Otras son memorias personales y lecturas. ¿Cómo eligió los temas?

-Con absoluta libertad. No me propuse un plan, tenía que ver más bien con la pulsión que me llevaba hacia algún tema que tuviera que ver con la literatura, la poesía o con algo que me hubiese conmovido. A propósito de un hecho callejero de pronto yo me remitía a algún momento de la literatura o de la historia del pensamiento social y hacía un aguafuerte.

-En sus textos hay referencias constantes a Rosario y a las personas que conoció en la ciudad.

-Yo viví en Rosario entre 1957 y 1963. El período en que estudié en la Facultad de Filosofía, y en que me integré a un grupo que se movía entre la Facultad, el Laurak Bat y un bolichón, una especie de rotisería que había frente a la librería Ciencia, por calle Santa Fe, el Ehret. En ese triángulo nos movíamos poetas, escritores, entre ellos un gran amigo y mentor mío que fue Aldo Oliva.

-Incluso menciona a personajes olvidados o al menos no muy presentes, como Buby Del Teglia, Daniel Giribaldi o Willy Harvey.

-A todos esos personajes los conocí en Rosario. Para mí Rosario significó un momento decisivo en mi vida. Tengo con Rosario un cariño muy especial, porque fue un momento en el que se me revelaron cosas que yo hasta ese momento no había conocido: puntos de vista, concepciones del mundo, que me los abrieron tanto en la facultad como en este grupo de amigos. Hay que ver que en ese momento la universidad argentina era de excelencia y en la Facultad de Filosofía teníamos profesores brillantes que exigían un estado de alerta permanente. Y esa exigencia era mutua: nosotros también los impulsábamos a ellos a ese tipo de dialéctica.

-Por lo que cuenta, también la pasó difícil en Rosario, con apuros económicos.

-Ah, pero sí, por supuesto. Había momentos de crisis económica bastante seria. En mi caso particular desde el principio, me fui a estudiar a Rosario sobre la base de que mi familia no estaba en condiciones de pagarme un estudio, un alojamiento y demás. Entonces siempre trabajé. Además, por cuestiones de carácter mías, de temperamento, yo no siempre congeniaba con mis jefes y mis patrones y muchas veces me quedaba sin trabajo. Hice de todo.

-En una aguafuerte enumera una sorprendente cantidad de oficios, desde mozo a director de un elenco teatral. ¿Qué huella dejaron esos trabajos en usted?

-Una gran experiencia. La comprensión de las condiciones de vida de la gente y mis puntos de vista sobre la sociedad en que vivimos, una sociedad injusta tal como está organizada, la fui ganando y la fui obteniendo a partir de esas experiencias vividas en carne propia. Además descubrí que, por ajeno que me pareciera el trabajo que tuviera que hacer, siempre tenía un aspecto gratificador que me permitía hacerlo con cierta alegría. Un hombre es lo que hace, no se puede vivir escindido entre lo que uno querría hacer y lo que hace realmente: mejor asumir las condiciones reales de la vida y tratar de superar esas contradicciones. De todas maneras esos períodos críticos han sido pocos; yo he tenido suerte, mi trabajo en la universidad, mi trabajo como periodista, mis experiencia docentes, me permitieron cierta creatividad, me permitieron proyectarme y no generaban grandes contradicciones, más allá de las que se generan por vivir en este tipo de sociedad.

-En la memoria que proponen las "Aguafuertes", la lectura tiene una marca decisiva. Y allí hay una cuestión familiar.

-La historia es así: en 1941, 1943, cuando yo empezaba a mirar el mundo con ojos más conscientes, Pergamino, donde vivía, era una ciudad chica, casi un pueblo todavía. No había verdaderas librerías, había esas papelerías, donde se vendían manuales de texto, y viajantes que de vez en cuando recorrían las ciudades ofreciendo material de enciclopedia. Mi gran sed de lecturas solamente se podía calmar leyendo muchas revistas de historietas y cuentos infantiles. Pero mi viejo era un gran lector, era uno de esos ferroviarios socialistas, de la época de Repetto, Alicia Moreau de Justo y Alfredo Palacios; él me iba regalando las obras de Julio Verne y tenía una buena biblioteca, que yo exploraba. Así fue como leí "Sin novedad en el frente", de (Erich Maria) Remarque, en una edición en rústica de Claridad, que todavía recuerdo, y empecé a devorar los libros de esa generación de posguerra como "El fuego", de (Henri) Barbusse. De manera que yo tenía 8, 9 años y ya era antimilitarista. Descubrí "Los miserables" de Victor Hugo y con esa obra aprendí a desconfiar del poder, identificado con la figura de Jean Valjean. Y la admiración por Victor Hugo me hizo leer "El hombre que ríe", "El jorobado de Nôtre Dame", "Hernani". Todavía ignoraba que "Hernani" era ese drama que expresaba la revolución romántica y que convulsionó la vida literaria y teatral de Francia y del mundo. Yo leía de forma precrítica, sin conceptos de escuela y de género, simplemente por el placer de leer, leía a los rusos, a Leónidas Andreiev, Gorki, Dostoievski. Y aprendí a leer, como cuento en el libro, con las lecturas que hacía mi padre del "Quijote". Llegaba del trabajo, cenábamos y por la noche me leía un capítulo del "Quijote" en la edición de Aguilar. Poco a poco, a fuerza de divertirme con la obra, fui aprendiendo a leer.

-Las "Aguafuertes radiales" parecen un producto extraño para su medio.

-Fue una travesura que nos mandamos Miguel Cello y yo. Una broma que le hicimos a esa especie de reglamento que hay respecto de las cosas que se pueden hacer en horarios centrales y cuáles son las que deben ser relegadas a los horarios nocturnos o de fin de semana cuando la audiencia disminuye y hay menos avisadores. Nos dimos el lujo de meter en un programa de horario central temas que tenían que ver con el pensamiento crítico desde la cultura y desde las relaciones humanas. Y nos encontramos con que a la gente le gustó. Porque la radio puede ser un vínculo de intimidad entre el que está atrás del micrófono y la gente. En cualquier horario. En la medida en que uno sea sincero y transparente con lo que hace, la gente se pone a escuchar.
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Memoria emotiva. Conti rescata a personajes y artistas contra "el pensamiento único".

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